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Profesora veterana ante una pizarra con fórmulas matemáticas

¿En qué consiste ser uno de esos profesores que no se olvidan jamás?

Hace más de tres lustros realicé un pequeño trabajo de campo consistente en acudir a varios centros en los que entrevisté a algunos de los profesores considerados por los equipos directivos o por la asociación de padres y madres de sus respectivos centros como inequívocamente comprometidos con la enseñanza.

De esta experiencia destacaría la enorme variedad de posibles profesores excelentes: desde los más academicistas hasta los menos convencionales. Es decir, hay muy diferentes maneras de ser un buen profesor.

Algunos rasgos comunes

A partir de las entrevistas realizadas y de la observación participante en las aulas, es posible detectar una serie de rasgos comunes que comparten los “buenos” profesores y que he sintetizado en los siguientes:

  • Capacidad para ser un profesional que actúa con cierto grado de autonomía, especialmente en lo que se refiere a los contenidos curriculares y los libros de texto.

  • Intento de adaptar al mundo de los propios estudiantes los contenidos que se han de impartir, con un cierto énfasis en el aprender a pensar.

  • El deseo de fomentar la autonomía de los estudiantes. Al ser las de estos profesores clases en las que la palabra del estudiante es importante, estas se encuentran transidas por lo inesperado y la permanente apertura al cambio.

  • Buenas relaciones con los propios compañeros, con el equipo directivo y con la comunidad educativa en general. Los profesores entrevistados son claramente partidarios del trabajo en equipo, lo cual supone llevarse bien –o tratar de hacerlo– con el resto de sus compañeros o, al menos, buena parte de ellos.

  • Determinadas características personales: entusiasmo, cierto grado de identificación con el mundo de los menores (un amigo me contaba cómo la pasión por el heavy metal de un profesor de Matemáticas había ayudado a su hijo a amar esta materia), convencimiento de hacer bien las cosas, sentido del humor.

Profesores de película

¿Qué profesor podría superar las vívidas explicaciones que suministra alguien como, por ejemplo, David Calle? O, al margen de internet, basta con traer a colación el caso que se narra en la película de Adolfo Aristarain Un lugar en el mundo. En un par de escenas se puede ver cómo los niños de la escuela de un lugar recóndito de Argentina aprenden sobre las edades de las rocas de la mano de un geólogo al que da vida José Sacristán, cuya dicción –dicho sea de paso– no está al alcance de cualquiera.

Y, si nos fuéramos a la universidad, ¿quién podría superar el magnetismo de Michael Sandel? En definitiva, nunca el profesorado ha contado con tantos recursos y modelos para poder enseñar. Y no me olvido de un elemento imprescindible: el libro. Hoy en día, el acceso a los libros es más fácil que nunca, no solo por la posibilidad que ofrecen los libros electrónicos, sino por la comodidad de solicitarlos en una biblioteca pública o simplemente adquirirlos.

Si bien es cierto que algunos profesores hacen una suerte de dramatización en sus clases, lo que parece claro es que si su labor no va más allá de explicar los contenidos oficiales, la red siempre hará un mejor trabajo.

La clase, un escenario irrepetible

Por otro lado, ¿quién vería a un mismo actor dos veces por semana durante un cuatrimestre? No creo que ni siquiera Rafael Álvarez El Brujo lo consiguiera. Entonces, ¿qué puede hacer un profesor? La clase debería ser un escenario único, irrepetible. Habría de ser un lugar y un tiempo en el que se pudiera debatir sobre lo leído, lo aprendido o lo practicado, hacer lo que solamente se puede realizar in situ (un experimento, una actividad física, una dramatización…).

Si pienso en mi docencia como profesor de sociología, la asistencia a clase debería serlo fundamentalmente para intercambiar ideas sobre lecturas –o visionados de ciertos vídeos– o para exponer en público trabajos realizados por los estudiantes y debatir sobre ellos. Todo lo que sea mera transmisión de contenidos se puede subir a la red o al campus virtual.

Condiciones para ejercer

Pero quizás la pregunta no sea tanto en qué consiste ser un buen profesor, sino en cómo crear las condiciones materiales que posibiliten que todos los profesores sean excepcionales, cada cual con su estilo. Y aquí es donde entramos en el terreno de la organización de los sistemas educativos, de los centros escolares y de los proyectos educativos de estos últimos.

Un profesor puede ser en sí mismo –considerado aisladamente– bueno, pero malo en determinados contextos. Por ejemplo, creo que casi todos los espectadores de la película El club de los poetas muertos consideran que el profesor que encarna Robin Williams es excelente y que muy posiblemente deje una huella profunda en sus alumnos. Sin embargo, su evidente falta de conexión con el funcionamiento de su escuela conduce a la tragedia de un suicidio adolescente.

Un sistema poco propicio para buenos docentes

Un sistema educativo como el español es poco propicio para la creación de buenos profesores. Los contenidos curriculares son tan extensos y prescriptivos que apenas hay espacio para que el profesorado pueda desarrollar alguna iniciativa. Andreas Schleicher –coordinador general de los informes PISA y director de Educación de la OCDE– decía que en España el trabajo del profesor era tan rutinario como el del obrero de una fábrica.

Sin embargo, y por paradójico que pueda parecer, el docente goza de enorme libertad a la hora de decidir cómo impartir tales contenidos: desde la lectura de apuntes a la docencia dialógica. A ello hay que añadir que –de acuerdo con los informes TALIS– el profesorado español es, junto con el italiano, el menos proclive a trabajar en equipo o a observar cómo trabajan en el aula sus compañeros.

No son seleccionados por sus aptitudes

A diferencia de otros sistemas educativos, como el tan renombrado finlandés, en España no acceden a las facultades de formación del magisterio los estudiantes de secundaria con mejores expedientes –como sería el caso de Medicina– y, lo que es más importante, ni tan siquiera son seleccionados en función de sus posibles aptitudes para la enseñanza.

En lo que se refiere al profesorado de secundaria, la mayor parte de él no pasa de ser un especialista en la materia que estudió en la universidad, a lo que se añade, en el caso de la enseñanza pública, el haber aprobado una oposición de mayoritario carácter memorístico basada en unos temarios claramente periclitados. Tampoco la formación permanente parece dar mucho de sí.

Todo esto es una rotunda invitación a cambiar radicalmente tanto la formación inicial como la permanente, así como los mecanismos de acceso a la profesión docente.

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