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Cola para reparto de comida en Madrid. Shutterstock / Raul Revuelta

Entender la dimensión social de la pandemia es clave para paliar sus consecuencias

Se cumple el primer aniversario del inicio de un confinamiento domiciliario que vaticinaba la gravedad social y económica que suponía afrontar una pandemia en pleno siglo XXI. Hoy, los estudios sobre sus consecuencias sociales se abren paso entre la ingente cantidad de conocimiento biomédico acumulado sobre el coronavirus durante el último año.

“Quédate en casa”, rezaba el eslogan institucional que daba cuenta de la obligación decretada por el Gobierno durante el primer estado de alarma. Y en casa nos quedamos. Cada cual en la suya y, por supuesto, cada casa es diferente, como lo es el lugar que ocupa cada uno de nosotros en la estructura social. Las diferencias entre viviendas, entornos y situaciones vitales fueron cobrando más y más peso en la conciencia de los ciudadanos a medida que pasaban los días de encierro.

Impactados por dicha situación, algunos expertos de ámbitos diferentes al biosanitario se vieron concernidos y, en la medida de sus posibilidades, hicieron publicas sus reflexiones sobre cuestiones diferentes al virus y a la sobrecarga sanitaria que, sin embargo, se vislumbraban como relevantes para la pandemia. Por ejemplo, las características arquitectónicas y de habitabilidad de los hogares (sin terraza, confortables, interiores, equipadas, relación entre metros y habitantes).

Tras aquellas reflexiones, más hipotéticas y aproximativas que sustentadas por investigaciones financiadas y realizadas al efecto, se comenzó a transmitir un importante mensaje: el virus, a priori, no diferencia entre personas. Sin embargo, el confinamiento y demás medidas impuestas para frenar la pandemia, pese a ser transversales, se viven de distinta forma y tienen consecuencias diferentes según las condiciones socioeconómicas y vitales de cada hogar.

Al final, se comenzó tímidamente a reparar en la importancia de la dimensión social de la pandemia.

Menos ingresos por culpa de la pandemia

El confinamiento domiciliario motivó en su momento la reflexión sobre las condiciones que cimentaban las diferencias entre viviendas. Además, el año transcurrido de pandemia y los enormes cambios en las formas de vida, comportamientos y demás situaciones socioeconómicas requieren de un análisis y reflexión riguroso sobre su incidencia en los ciudadanos. Solo así podremos entender mejor su desigual impacto entre distintos sectores de población.

Este es precisamente uno de los objetivos principales de la segunda edición de ESPACOV (Estudio Social sobre la Pandemia Covid-19) realizado por el Instituto de Estudios Sociales Avanzados (IESA-CSIC) entre el 18 y el 25 de enero de 2021 a una muestra de 1644 personas representativa del conjunto de la población mayor de edad residente en España.

Entre los múltiples resultados de este estudio nos centraremos aquí en uno de indudable impacto social y económico: un 40 % de las personas encuestadas declara que el nivel de ingresos de su hogar ha disminuido durante la pandemia. El dato se agrava aún más entre los grupos más jóvenes: un 46 % para aquellos de entre 18 a 30 años y un 53 % de los que tienen entre 30 a 44 años. Es todavía peor entre quienes disponen de un nivel educativo medio (49 %) y, por supuesto, entre los desempleados (70 %).

Menos ingresos, menos confianza

La diversidad de indicadores recogidos en ESPACOV II permiten construir un relato riguroso de base empírica sobre cómo la pandemia está siendo más difícil de afrontar para estos grupos. Por un lado, por motivos obvios: han visto mermar sus condiciones económicas. Pero también por cuestiones quizás menos obvias como son, por ejemplo, la merma de su confianza social y la mayor preocupación por el futuro inmediato.

De hecho, son estos mismos grupos de personas quienes confían menos en instituciones y colectivos claves para la superación de la pandemia, como pueden ser la comunidad científica y experta, los laboratorios farmacéuticos, los propios gobiernos e incluso en el conjunto de sus conciudadanos. Los datos del estudio muestran cómo dicha situación se proyecta sobre cuestiones tan relevantes como la confianza en las vacunas.

La confianza depositada en la Agencia Europea del Medicamento, encargada de aprobar las vacunas, desciende del 72 % entre quienes mantienen su nivel de ingresos durante la pandemia, al 58 % entre los más perjudicados económicamente. Ello es relevante porque la confianza en esta institución, junto con el nivel de información sobre la efectividad de la vacuna y sus efectos secundarios, están a su vez estrechamente relacionados con la disposición a vacunarse.

En estos indicadores, las puntuaciones de quienes han resultado ser más vulnerables económicamente en esta pandemia son siempre más bajas. Este hecho podría explicar, al menos en parte, que mientras el 51 % de las personas encuestadas que no han visto alterado su nivel de ingresos se vacunaría inmediatamente si tuviesen esa opción, este porcentaje caiga al 39 % en el sector que venimos analizando.

Cabría pensar que justo quienes han padecido más las consecuencias económicas de la crisis sanitaria fuesen los más dispuestos a que se restableciese la normalidad cuanto antes, y ello pasa por un amplio y rápido proceso de vacunación. Sin embargo, lo que muestra el estudio es que la manifiesta vulnerabilidad de sus condiciones de vida y el impacto de la pandemia, no solo esta dañando en mayor medida su salud emocional, sino también sus posibilidades reales de recuperación futura. Es una suerte de profecía que se autocumple: un nada desdeñable 12 % de los mismos considera que la situación económica del país no se recuperará nunca.

Estos resultados ayudan a sustentar la tantas veces advertida interrelación de la dimensión biomédica y social de la pandemia. Si hasta ahora se han subrayado principalmente las consecuencias económicas directas de la crisis pandémica, la mayor desconfianza de quienes han sido más castigados económicamente hacia, por ejemplo, las soluciones ofrecidas por el sistema sanitario y científico, no es menos importante.

Esto no solo podría perjudicar su propia salida de la crisis sanitaria, sino también menoscabar aun más su delicada situación en la estructura social e incrementar las ya importantes desigualdades sociales. Más aun si este hecho no recibe la merecida atención tanto por parte de la comunidad investigadora y las agencias de financiación, como por parte de los gobiernos y sus políticas de gestión y recuperación de la crisis.

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