El 16 de octubre de 1923, Walter Elias, un joven de veintiún años, fundó en Los Ángeles un estudio de animación en compañía de su hermano mayor, Roy. Tal vez, falto de mejores ideas o más probablemente con la ambición de que algún día ese nombre resonara por todos los rincones del planeta, decidió llamarlo “Disney Brothers Cartoons Studio”.
Arrancó con las breves historietas de una niña traviesa que viajaba en busca de aventuras. Tras Alice in Cartoonland, llegaron los cortometrajes del gato Oswald y, después, uno de sus personajes más emblemáticos: Mickey Mouse. Su inconfundible silueta, obra de su amigo íntimo y también animador Ub Iwerks, se ha convertido en el emblema de la empresa.
No obstante, la gran hazaña de Disney llegó a las salas de cine en 1937.
A la conquista de la gran pantalla
Blancanieves y los siete enanitos, basada en un cuento de los hermanos Grimm, se convirtió en el primer largometraje de animación en color. Una gesta que consagraría al joven Walt como un creador de prestigio y como un pionero. A partir de ese momento, todo el cine de animación posterior se vería marcado por este largometraje, ya fuese procurando imitar su fórmula de éxito o, por el contrario, tratando de transgredirla.
Disney recurrió al cuento de hadas como fuente original del filme porque vio en esas narrativas la oportunidad de desarrollar mediante la animación algo que no permitía el cine de acción real. Así, el colorido universo del estudio conseguía transportar al espectador, niño o adulto, a un mundo plagado de elementos sobrenaturales con hadas, brujas y enanos, donde el amor y el bien se acababan imponiendo sobre el mal.
Poco después llegó Pinocho, y años más tarde La Cenicienta y La Bella Durmiente. Los personajes de estas películas recuerdan al espectador que, a pesar de las maldades del mundo, el bien triunfa sobre el mal. Que, frente a las fuerzas oscuras, como dice Dostoievski en El Idiota, “la belleza salvará al mundo”.
Sucesores, nuevas tendencias y el legado Disney
Walt Disney murió en 1966. Hasta ese momento, su estudio había estrenado dieciocho largometrajes de animación. En los siguientes veinte años, tan solo vieron la luz nueve proyectos animados. Como cuenta Jordi Sánchez-Navarro, muchos de los animadores clásicos se empezaron a jubilar y la compañía perdía posiciones frente a los nuevos magos del entretenimiento, como Steven Spielberg o George Lucas. En los años 80, el estudio estaba totalmente desorientado.
No lograron reflotar el barco hasta finales de esa década, cuando Michael Eisner cogió el timón y refundó el estudio. Para ello hicieron un viaje a su identidad fundacional. Desempolvaron viejos cuentos de hadas y sacaron a la luz historias con las que Walt había soñado durante años pero que habían quedado abandonadas desde su muerte.
Primero vino La Sirenita, después La Bella y la Bestia y Aladdín, con las que se volvieron a situar en la cima del panorama cinematográfico. En las nuevas películas, algunas de las protagonistas femeninas –especialmente en La Bella y la Bestia– ganaron mayor peso en la historia, con una personalidad más activa que la de sus predecesoras.
Hoy Disney es un imperio. Sus distintas filiales (Pixar, Marvel, National Geographic, Fox…) forman parte de un conglomerado mediático con la capacidad de influir enormemente en la configuración del imaginario de las audiencias desde la infancia.
Conscientes de esta realidad, también las historias de los estudios de animación de Disney se han hecho eco de nuevos estilos de vida, tendencias o normas de conducta. Como anuncia la propia compañía, con sus películas “se comprometen a crear historias con temas inspiradores y motivadores que reflejen la gran diversidad de la experiencia humana en todo el mundo”. Prueba de ello es el cambio significativo de Ariel, la protagonista de La Sirenta, que en la versión de 2023 es un personaje de piel oscura. O la diversidad étnica que compone el Reino de Rosas, escenario de Wish, último estreno animado de Disney.
En este intento de adaptación a los tiempos actuales se ha llevado a cabo un proceso de retelling sin precedentes. Nos referimos con este término al acto de volver a contar las historias antiguas. La motivación que hay detrás es una razón comercial, pues el reestreno de una película clásica asegura un público nostálgico. Desde sus inicios, Disney acostumbró a reestrenar cada pocos lustros sus películas clásicas. Pero en los últimos años, el retelling se ha convertido en una oportunidad para ofrecer una lectura contemporánea de los filmes clásicos y tratar de modificar comportamientos del pasado.
Un ejemplo claro se puede ver en las declaraciones de Rachel Zegler, actriz que interpretará a Blancanieves en la versión de acción real del clásico que se encuentra actualmente en producción. Según ella, la nueva película no tratará de una chica salvada por un príncipe, sino que la protagonista “soñará con convertirse en la líder que sabe que puede ser y que su difunto padre le dijo que podría ser si era intrépida, justa, valiente y fiel”.
Lo que está por venir, ¿sin porvenir?
Hace más de una década, con Tiana y el sapo, Enredados y, por supuesto, Frozen en 2013, el estudio de animación inició una época de gloria. Desde entonces, ha estrenado historias originales ambientadas en distintos rincones del mundo, como la Colombia de Encanto, la inspiración hawaiana de Moana y el Japón de Big Hero 6. Era esta una forma de mostrar “la gran diversidad de la experiencia humana”.
Pero, actualmente, pese a su poderío, parece que Disney está sumida en una gran crisis. Sus últimas producciones, salvo contadas excepciones, han sido un fracaso en taquilla y crítica. Las nuevas versiones de sus clásicos no logran convencer al espectador. Los últimos tres remakes de acción real, Pinocho, Peter Pan & Wendy y La Sirenita, no han tenido la acogida que se esperaba ni mucho menos han alcanzado la fama de sus versiones originales.
El estudio, con todas sus propiedades, encadena varios fracasos que están provocando pérdidas millonarias. Por primera vez desde 2014, en 2023 no ha estrenado ninguna película que supere los 1 000 millones de dólares de recaudación.
Mundo extraño, la penúltima cinta animada en ver la luz, ha sido uno de los mayores fracasos de los últimos años. El propio Bob Iger, CEO de Disney, aceptó recientemente que ha habido una pérdida de calidad en sus producciones.
Tal vez la solución a la presente crisis esté en regresar a los elementos fundacionales de la compañía, a aquellas películas inspiradas en cuentos de hadas que, cada una en su época (Blancanieves en los 30, La Sirenita en los 80, Frozen en los 2010), abrieron el camino de muchas otras historias originales que no solo salvaron al estudio en momentos difíciles sino que consiguieron devolver a los espectadores al cine para disfrutar de múltiples mundos de fantasía.
Sin embargo, según los estrenos programados por Disney para el futuro, plagados de secuelas y productos derivados de personajes ya conocidos, no parece haber muchos argumentos novedosos en el horizonte.