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Espacios que curan: la neurociencia aplicada al diseño de interiores

La labor de un diseñador consiste en solucionar problemas: contemplar, examinar e investigar, desvelar, acotar una posibilidad o necesidad y resolverla. En definitiva, tiene la tarea principal de transformar aquello que nos rodea. En el caso del diseñador de interiores, su labor se centra en idear o transformar el espacio en el que nos sumergimos y en el que interactuamos la mayor parte de nuestro tiempo.

El diseño, hasta hace poco, se ha centrado en la funcionalidad estética. Si el diseñador tomaba decisiones más o menos acertadas, era una cuestión de intuición, gusto, estilo o preferencia. Pero ¿qué pasaría si el diseñador pudiera interpretar nuestro subconsciente acerca de cómo nos hace sentir un espacio?, ¿y si pudiera diseñar un espacio en función de emociones o percepciones de las que ni nosotros mismos somos conscientes o podemos verbalizar?

Esto es precisamente lo que hace la neurociencia aplicada al diseño de interiores. El diseñador hackea nuestro cerebro para extraer e interpretar unas biométricas que le den información sobre en qué espacios nos sentimos más seguros, cuáles nos aportan más placer, dónde podemos concentrarnos mejor, etc.

Una mejor comprensión de lo que ocurre en nuestro cerebro, especialmente a un nivel inconsciente, puede promover el diseño de espacios que impacten de manera beneficiosa en nuestra vida. Aspectos como la comprensión del instinto de supervivencia, las emociones o la plasticidad cerebral hacen de esta aplicación de la neurociencia al diseño interior una herramienta eficiente para promover la salud física y mental de sus usuarios.

“Hackeando” el cerebro para encontrar el espacio ideal

Existen varias formas de adentrarse en el cerebro y conocer el impacto del diseño en nuestra percepción, emociones o capacidad de atención y aprendizaje. Podríamos estudiar el impacto de manera virtual, es decir, con una pantalla o gafas de realidad aumentada; o bien a través de un estimulo real, en un espacio concreto y tangible. Los dos enfoques a la hora de hackear el cerebro, tanto el virtual como el real, recopilan respuestas neurofisiológicas y psicológicas que se combinan para comprender mejor cómo reaccionamos las personas dependiendo del diseño de espacios interiores que experimentemos.

En los laboratorios virtuales se simula un espacio (ya sea en vídeo o imagen fija), de manera controlada, y se recogen datos sobre cómo se siente la persona que observa ese espacio. Para este registro de nuestra parte inconsciente se aplican conocimientos de neurociencia y se obtienen datos neurofisiológicos en reposo como, por ejemplo, el ritmo cardiaco, la sudoración, la actividad cerebral o los lugares donde se centra la mirada.

Estos datos se traducen en unas métricas que aportan valores cuantificables sobre cómo se siente la persona dependiendo del diseño de un espacio determinado. Este tipo de pruebas arrojan información más objetiva y fiable que si simplemente le preguntáramos a alguien directamente cómo se siente en ese espacio.

El análisis en entorno real también se hace de manera controlada, y al igual que en el virtual, se van modificando determinadas variables y recogiendo datos neurofisiológicos de las personas que experimentan ese espacio. La diferencia principal es que, aunque también se trata de una simulación, este entorno está construido y puede ser percibido in situ, y por tanto los datos se recogen en movimiento. Es decir, se trata de un laboratorio a escala real, en el que se puede experimentar en tiempo real lo que ocurre.

Laboratorios a escala real

Un ejemplo es el Well Living Lab, creado en 2016 en Minnesota. Fue el primer centro de I+D centrado en las personas y en comprender la interacción entre salud, bienestar y ambientes interiores. Un ejemplo perfecto de esto es un estudio reciente sobre envejecimiento saludable donde analizan los efectos de la luz en los ritmos circadianos, el estado de ánimo, el sueño, la cognición y la conectividad social.

La clave para obtener unos resultados fiables es aislar correctamente las variables de estudio (luz, color, formas, distribución, etc.). Esto es más complicado y costoso de hacer en un espacio real, y por eso existen muy pocos laboratorios como el Well Living Lab. La mayor parte de los centros de investigación y universidades que intentan comprender la reacción de las personas ante distintas variables de diseño se llevan a cabo a través de realidad virtual.

El concepto en sí de cómo el ambiente interior afecta los procesos psicológicos y el bienestar parece algo novedoso. Pero este interés por el impacto que tienen el espacio y los objetos que nos rodean no es tan reciente; es algo ya analizado en el pasado por médicos, psicólogos o arquitectos y diseñadores. Aunque hasta hace poco, estos profesionales abordaban la cuestión de manera independiente.

En los estudios de neurociencia aplicada al diseño de interiores se trabaja de manera integral, con equipos multidisciplinares: diseñadores, ingenieros con formación en construcción y medioambiente, expertos en psicología cognitiva y evaluación psicológica, médicos, programadores o matemáticos. Además, los avances tecnológicos que permiten adaptar las técnicas normalmente utilizadas por la neurociencia en contextos sanitarios supera las limitaciones de las herramientas de psicología tradicional que se utilizaban en el pasado.

Aplicaciones en hospitales, hoteles, oficinas…

Esta nueva corriente tiene múltiples aplicaciones en hospitales, restaurantes, hoteles y, por supuesto, en nuestros lugares de trabajo, entornos educativos y hogares, donde pasamos gran parte de nuestro tiempo.

Las investigaciones en neurociencia aplicada al diseño de interiores no ofrecen aún recetas completas y aplicables a todos los contextos y por cualquier profesional del sector. Pero se está avanzando rápidamente, ofreciendo pautas y directrices de diseño que pueden mejorar aspectos concretos de nuestros procesos cognitivos y conductuales.

Al fin y al cabo, pasamos el 90 % de nuestras vidas en interiores, y el entorno interior influye en nuestro nivel de energía, estrés, estado de ánimo o sueño. Hackear nuestros cerebros para seguir desvelando cómo diseñar nuestros hogares, oficinas o colegios, es básico para nuestra salud y bienestar.

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