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La inteligencia emocional, asignatura pendiente para mejorar la reinserción social de los presos

¿Existe alguna relación entre la privación de libertad y las competencias emocionales y sociales? Algunas investigaciones recientes apuntan que la competencia social, las distintas habilidades sociales y las competencias socioemocionales están por debajo de la media en la mayoría de personas que ingresan en un centro penitenciario. Esto hace que no tengan ni las estrategias ni las habilidades suficientemente desarrolladas para evitar el proceso de reincidencia delictiva.

Muchas de estas personas, aunque sea por distintas razones, tienen un pasado que limita la capacidad de autogestión de sus propias emociones y el desarrollo de su propia autorregulación socioemocional.

Los programas socioeducativos que se desarrollan en cárceles son fundamentales por esta razón y pertenecen a la rama de la pedagogía llamada pedagogía social. Buscan desarrollar las competencias sociales, la inteligencia emocional, así como la autoestima de los reclusos y reclusas.

Gracias a estas intervenciones los reclusos pueden mejorar en las diferentes áreas de habilidades sociales: primeras habilidades sociales, habilidades sociales avanzadas, habilidades relacionadas con los sentimientos, habilidades alternativas a la agresión, habilidades para hacer frente al estrés y habilidades de planificación.

Específicamente, para una mejor interacción con sus pares y con los profesionales del centro existen, además, programas cognitivo-conductuales.

Los efectos de una estancia prolongada

En diferentes estudios que hemos pilotado desde el grupo de investigación consolidado IIEViF de la VIU hemos comprobado cómo el paso del tiempo en los centros penitenciarios, lejos de contribuir a insertar a las personas privadas de libertad, inhibe progresivamente sus lazos y conductas sociales, reduciendo su interacción social.

Estos resultados están respaldados con otros sobre los efectos de la cárcel en los internos, profundizando en las consecuencias somáticas (problemas sensoriales), alteraciones de su imagen personal y, principalmente, en las consecuencias psicosociales que ocasiona el estar privado de libertad, como puede ser la pérdida de habilidades sociales.

Las tres dimensiones que conforman la inteligencia emocional, atención, claridad y reparación emocional, pueden mejorar gracias a estos programas socioeducativos. Desarrollan la capacidad de atender a los sentimientos propios y ajenos y a la regulación emocional, ayudan a reducir la impulsividad y dureza emocional, y a aumentar la tolerancia a la frustración y el autocontrol. Todo ello es considerado un factor protector ante conductas delictivas.

Reeducar sesgos cognitivos

En cuanto al desarrollo de la autoestima, se puede lograr modificando sesgos cognitivos como el irracionalismo o la confusión emocional. Al mismo tiempo, los reclusos pueden experimentar con este tipo de intervenciones una reducción de los síntomas psicopatológicos de la impulsividad y la ira.

Se trata no solo de lograr una mejora de la calidad de vida psicoemocional y social de los participantes, sino también de contribuir a una reinserción en la sociedad más satisfactoria que incluso pueda evitar el reingreso en dicho sistema, al desarrollar actitudes que prevengan las conductas antisociales, disruptivas, agresivas o el descuido de su salud en general.

¿Cómo se logra?

Las diferentes actividades estimulan la conciencia emocional, las habilidades sociales, la empatía, la confianza y la capacidad de resolver problemas constructivamente. Algunos ejemplos para lograrlo pueden ser:

  1. El trabajo mediante dinámicas que favorezcan la autoconciencia emocional.

  2. La regulación emocional mediante ejemplos prácticos en situaciones dentro y fuera del centro.

  3. Actividades de regulación emocional y empatía basadas en experiencias y situaciones propias.

  4. Dinámicas que favorezcan la motivación intrínseca y la asertividad.

  5. Propuestas de actividades grupales que tengan como eje principal la cooperación y la resolución eficaz de conflictos.

Este tipo de programas de intervención pedagógica contribuyen a la autorregulación emocional y a que existan mayores expectativas de una inserción sociolaboral satisfactoria.

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