Quienes participaron del acto solemne celebrado en febrero de 2024 en la Universidad de Oviedo pudieron experimentar el extraño fenómeno de la curvatura del espacio-tiempo. El simple acto de colgar el retrato de Leopoldo García-Alas, abriendo cronológicamente la galería de lienzos de los rectores ovetenses, cicatrizaba una herida abierta casi nueve décadas atrás y demostraba cómo, parafraseando a Mark Twain, la historia no se repite, pero rima.
Leopoldo García-Alas García-Argüelles fue catedrático de Derecho Civil en su alma mater desde 1920. De ideas progresistas y republicanas, se había significado en prensa como opositor a la dictadura del general Miguel Primo de Rivera. Con la proclamación de la Segunda República fue nombrado rector de la universidad. Sin embargo, un mes después se convirtió en diputado por Oviedo en las Cortes Constituyentes en las filas del Partido Radical Socialista. Posteriormente fue nombrado subsecretario del Ministerio de Justicia, participando de la redacción de las leyes de divorcio y de matrimonio civil.
En 1933 abandonó la experiencia política para reintegrarse como rector de la universidad asturiana y desplegar sus ideas reformistas.
Esta trayectoria personal, profesional e institucional se vio repentinamente interrumpida cuando las tropas insurgentes tomaron el control de la capital asturiana en julio de 1936. Para los nuevos dirigentes, los logros del profesor Alas se convertían en cargos punibles. Bajo la acusación de “supuesto delito de rebelión” era detenido a finales de julio en su propia casa y el día 30 ingresaba en prisión.
Como dejó escrito Javier Bueno, director del diario socialista gijonés Avance “se eligió al rector a modo de escarmiento por su categoría intelectual, por su crédito de profesor, por odio a la inteligencia, que es la enemiga natural del totalitarismo cuya implantación persiguen los sublevados”.
Una condena inamovible
Aunque el juez instructor, el teniente de Artillería León Aliaga, se topó con diferentes testimonios que avalaban al detenido y rechazaban cualquier tipo de extremismo por su parte, la sentencia estaba dictada. Tampoco sirvieron de nada las amenazas lanzadas desde altavoces instalados por el cerco republicano.
El 21 de enero de 1937 se celebraba el Consejo de Guerra en el salón de actos de la entonces Diputación provincial –hoy sede de la Junta General del Principado de Asturias– y, sin necesidad de mayores justificaciones, el 10 de febrero se le condenaba a pena de muerte. Diez días después, a las seis de la tarde, el rector Alas era ejecutado en la Cárcel Modelo de Oviedo. Tenía 53 años y dos hijas de corta edad.
No era el primer rector asesinado por los sublevados. El 23 de octubre anterior había corrido igual suerte Salvador Vila, rector de la Universidad de Granada. Tampoco sería el último profesor ejecutado en ese “atroz desmoche” –expresión debida a Pedro Laín Entralgo para caracterizar la depuración franquista de las universidades españolas– llevado a cabo por quienes anunciaban la llegada de una nueva España. Como reconocía Rafael Latorre Roca, gobernador militar de Asturias desde noviembre de 1937: “Puedo afirmar que se mató a mucha gente, demasiada, excesiva, a base de dicha justicia”.
Cuentan que, como buen creyente, el profesor Alas solicitó antes de la ejecución la asistencia de un sacerdote. Y que, antes de salir al patio, repartió sus ropas entre otros presos. Cuentan que un soldado, antiguo alumno, se negó a participar y fue también fusilado. Cuentan que el pelotón falló la primera descarga y tuvo que ser rematado con un tiro de gracia.
Cuentan que el patio donde murió daba a unas dependencias donde se encontraban detenidas diversas mujeres. Cuentan que éstas oyeron al profesor gritar “mujeres que me escucháis al otro lado de esta tapia. Que ésta sea la última sangre vertida. Que sirva para aplacar los odios y las venganzas. ¡Viva la libertad!”. Cuentan que, tras las descargas, algunas gritaron “¡asesinos!” y otras cayeron desmayadas. Cuentan que, con él, cayeron cuatro obreros: Manuel Martínez Fernández, Alfredo Villeta Rey, Braulio Álvarez Tiñana y Francisco Vázquez Fernández.
Cuentan que el franquista granadino Manuel Luna escribió a Melchor Fernández Almagro: “Pasé un rato muy agradable viendo fusilar al miserable de Leopoldo Alas Argüelles, el hijo del repugnante Clarín”.
De padre a hijo
La referencia a Clarín no es casual. La cruel condena y muerte del hijo no era ajena al hecho de ser el primogénito del también catedrático de la Universidad de Oviedo, pero de Derecho Romano y Derecho Natural, Leopoldo García-Alas y Ureña.
Con el pseudónimo de Clarín, había publicado en 1884 su obra cumbre: La Regenta. Para los sectores más conservadores de la capital asturiana, y especialmente para los eclesiales, su retrato de Oviedo, camuflada como Vetusta, como una ciudad provinciana y rancia y la denuncia de sus males y carencias eran agravios irreparables. El propio rector le habría dicho a Teodoro López Cuesta, concejal socialista y compañero de celda: “Matan en mí la memoria de mi padre”.
Este odio también fue capaz de superar la curvatura del espacio-tiempo. Antes de fusilar al rector Alas, los sublevados pusieron unas orejas de burro al busto del padre inaugurado en 1931, se fotografiaron ante él y luego lo volaron con dinamita. El busto no se rehízo hasta 1956, y no se instaló, con cierta polémica, hasta 1968. Su recuerdo seguía siendo conflictivo, como se evidenció en 2002 cuando las tumbas de padre e hijo fueron violentadas.
Restaurar la memoria
Tampoco la gestión de la memoria del rector Alas ha sido sencilla. Tras el fusilamiento, su nombre fue borrado de la vida pública. En 1940 su viuda y huérfanas tenían que suplicar para cobrar los haberes adeudados.
Finalmente, en 1988 se inició la lenta dignificación de su nombre al reponerle como rector honoris causa. El 24 de febrero de 2007, con motivo del setenta aniversario del asesinato, se rebautizó el aula 8 del Edificio Histórico de la universidad con su nombre. Contenía la siguiente leyenda: “En homenaje a D. Leopoldo Alas García-Argüelles, víctima de la intolerancia, en desagravio a la ignominia de su destitución y muerte, con un emocionado recuerdo y reconocimiento como rector magnífico de la Universidad de Oviedo”.
El 13 de noviembre de 2012 el Ayuntamiento lo declaró hijo predilecto de la ciudad. En 2018 se estrenó en el Teatro Campoamor la obra El rector, un montaje teatral basado en la obra homónima publicada cuatro años antes por Pedro de Silva, expresidente del Principado. El 85 aniversario de su fusilamiento congregaba a centenares de personas en la Universidad, en un acto de homenaje en el que intervino, entre otros, Leopoldo Tolivar, catedrático de Derecho Administrativo y nieto de Alas.
El círculo parece cerrarse ya definitivamente con la restitución del cuadro del rector Alas en la galería de honor de la Universidad de Oviedo. Y, sin embargo, de nuevo se oyen voces contrarias al conocimiento y negacionistas respecto de la ciencia, de nuevo se ataca desde el extremismo político la autonomía de las universidades, de nuevo resurge la amenaza de abatirse sobre España, como denunció el presidente republicano Manuel Azaña en junio de 1939, “la ola de estupidez en que se traduce el pensamiento de sus salvadores”.
Puestos a recordar, quizás no haya mejor opción que recuperar los versos incluidos en Guirnalda civil, el libro publicado en 1970 por Jorge Guillén como homenaje al rector Alas, su amigo y antiguo compañero de alojamiento en Madrid a principios de siglo. En él se incluye una supuesta reflexión del soldado ajusticiado que, como antiguo alumno, se negó a participar en el fusilamiento:
“Frente al pelotón recuerda que un día
don Leopoldo propuso
que la verdad
y la vida debieran ser
caminos paralelos”.