El dolor es un fenómeno complejo, compuesto por múltiples dimensiones. La experiencia del mismo se ve afectada por factores sensoriales, afectivos, cognitivos y conductuales. Su duración puede ser indefinida y en ocasiones, aunque disminuye, nunca llega a desaparecer por completo o vuelve a manifestarse de forma intermitente.
Pero cuando se cronifica deja de cumplir su función protectora moduladora del comportamiento para convertirse en una enfermedad en sí misma.
Cuando es muy intenso, la evaluación riesgo y beneficio obliga a emplear técnicas médico quirúrgicas enérgicas o tratamientos asociados a efectos secundarios importantes.
De un modo u otro el paciente se ve obligado a convivir durante largos periodos de tiempo con el síntoma, lo cual repercute en su vida social y su funcionamiento cognitivo.
La Asociación Internacional para el Estudio del Dolor (IASP) ha declarado que el dolor crónico está infradiagnosticado. Además, confirma que existen deficiencias en la formación de los profesionales encargados de su tratamiento y que las respuestas ofrecidas a los pacientes, lejos de ser satisfactorias, les dejan expuestos a ser estigmatizados.
El dolor crónico en el cáncer infantil
El dolor es uno de los síntomas más característicos e incapacitantes del cáncer infantil. Es muy frecuente en el momento del diagnóstico pues se da en el 62 % de los casos. Pero también puede aparecer durante el tratamiento (afecta entre el 25 % y el 85 % de los pacientes) y hasta convertirse en el síntoma principal en la fase terminal (sucede entre el 62 % y el 90 % de las veces).
En España se diagnostican entre 1 200 y 1 400 casos por año en niños y niñas de entre 0 y 14 años.
Las unidades del dolor idealmente deberían desarrollar diferentes acciones psicosociales para llegar a un abordaje multidisciplinar del paciente y sus familias. Las denominadas terapias complementarias para el tratamiento del dolor incluyen un amplio abanico de alternativas con cierto soporte empírico.
Aunque en muchos casos todavía estén pendientes de evidencia científica, resulta biológicamente plausible que estas terapias aumenten las tasas de éxito en intervenciones quirúrgicas y tratamientos oncológicos.
Esto podría suceder gracias a la potenciación de la resiliencia del niño y un mejor afrontamiento psíquico de la enfermedad (ámbitos en los que las terapias complementarias parecen impactar positivamente). No solo los que incumben al dolor, sino también a otros síntomas o al proceso oncológico en sí mismo.
Falta de evidencia científica, como con otros fármacos utilizados
La musicoterapia es una de estas terapias complementarias que consiste en emplear la música como apoyo al tratamiento de personas con dolor crónico. Un estudio de revisión sistemática realizado en 2013 señalaba que las intervenciones integrativas, tales como la música, el arte, las imágenes guiadas, el masaje o la distracción podían ser eficaces para el dolor y la ansiedad en los niños sometidos al tratamiento contra el cáncer.
Algunas investigaciones muestran efectos beneficiosos de la musicoterapia en términos de reducción de consumo de opiáceos, mejoría clínica y disminución de la ansiedad en niños con diversos tipos de patología oncológica.
Estos, pese a no alcanzar en algunos casos niveles de significación estadística, pueden servir para plantear futuros estudios. De hecho, también hay muchos fármacos y técnicas invasivas que se usan habitualmente en clínica y carecen de estudios de validación en población pediátrica.
Por ejemplo, los fármacos más usados, codeína y tramadol (ambos mórficos) no se pueden usar en menores de doce años y en menores de tres años respectivamente. Asimismo, el fentanilo no se puede usar por debajo de los dos años, la buprenorfina y el tapentadol por debajo de 18 años y la oxicodona por debajo de doce.
Algunos de ellos están en proceso de validación para su uso pedriático pero se acepta su uso compasivo cuando hay pocas alternativas.
Beneficios de la musicoterapia en el tratamiento del dolor
Hay que considerar que la musicoterapia es una intervención terapéutica suficientemente inocua como para aprovechar sus efectos positivos. De hecho, también aporta efectos beneficiosos a los profesionales involucrados en oncología infantil.
Por ejemplo, los resultados de un estudio realizado con el personal de radioterapia durante el tratamiento indicaron que esta terapia fue una experiencia positiva. La podían compartir con los niños y les ayudaba a administrarles el tratamiento. Así hacían que se sintieran más felices y tranquilos al distraerlos de las molestias físicas. Además, acercaba a la familia en el proceso de afrontamiento de sus hijos.
Además, las aportaciones de la musicoterapia también se han manifestado en los familiares de los pacientes. Entre los beneficios que se observaron, se encontraron disminución del dolor y de los niveles de estrés, ansiedad y depresión durante la hospitalización o el tratamiento ambulatorio.
¿Qué tiene la música para disminuir el dolor?
El acceso a nuestra música favorita provoca que las neuronas liberen mayor cantidad de dopamina (neurotransmisor del placer). Además, activa la creatividad, la diversión y la risa, cuyo valor es incalculable por las limitaciones del cáncer.
Por eso, proponemos combinar la musicoterapia con otras terapias como el mindfulness y la terapia sistémica breve. Lo ideal sería hacerlo en un mismo programa familiar de forma conjunta y complementaria con el tratamiento farmacológico.
No se trataría de mejorar solamente el manejo del dolor. Es necesario estudiar cambios significativos eventuales en algunos marcadores biológicos producidos por las terapias complementarias.
Por ejemplo, se podrían registrar concentraciones de inmunoglobulinas, cortisol, catecolaminas y otros metabolitos relacionados con el estrés o las tendencias de algunos signos clínicos como frecuencia cardíaca o tensión arterial.
Por todo ello, queremos sensibilizar con este artículo sobre la necesidad de desarrollar futuros estudios para evaluar el efecto de la musicoterapia y de otras terapias complementarias en los procesos de tratamiento del dolor infantil.
En la elaboración de este artículo han participado Manuel Jesús Rico Borrego, especialista en Anestesiología y Reanimación, y la psicóloga Claudia Montes García.