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La pandemia coloca a los estudiantes universitarios en el centro del aula

La UNESCO dedica el 5 de octubre a la profesión docente. Es el día de los profesores y maestros y, en general, de todas las personas que viven la vocación por enseñar como un estilo de vida y como una pasión. Este año, como en tantas otras cosas, la celebración estará marcada por la sombra de la covid.

Si el pasado mes de marzo el confinamiento nos sorprendió a todos desprevenidos, ahora tenemos más información y, sobre todo, la necesidad de construir modos de seguir la vida universitaria a pesar de la incertidumbre.

En medio de esta tormenta, surge la pregunta de si no será esta la oportunidad de repensar los métodos, las formas y los sistemas de enseñanza y aprendizaje que han sido hegemónicos en la universidad desde el siglo XIV. Una de las pocas certezas que ya acariciábamos antes del virus es que las cosas tenían (tienen) que cambiar en las aulas.

Los retos y problemas que plantea la gestión de la pandemia son múltiples y complejos. En este artículo queremos reflexionar acerca de la importancia de aprovechar esta situación para mejorar la docencia en la universidad y apostar por una mejor formación para los estudiantes.

Un cambio forzado por la pandemia

El Espacio Europeo de Educación Superior fue planteado como una oportunidad para dar un giro copernicano en la docencia universitaria.

Si antes estaba centrada en los contenidos y en el docente, la llamada convergencia europea proponía una docencia centrada en los estudiantes y en el desarrollo de sus capacidades (competencias, en la terminología pedagógica).

Cambiaron los planes de estudio, se reformularon las guías docentes, se implantaron sistemas de gestión de la calidad… Pero la docencia universitaria siguió bastante centrada en el papel del profesor y en el desarrollo de los contenidos.

Ahora, la covid ha vaciado en parte las aulas y ha restringido la figura del profesor a uno más en la pantalla de la videoconferencia. ¿Cómo afrontar este cambio, forzado, en los papeles de profesor y estudiante? ¿podemos aprovechar este cisne negro para repensar, sistematizar e implantar de manera más o menos estables esas nuevas estrategias docentes que haría del estudiante y de su tarea el elemento central del proceso de enseñanza y aprendizaje?

Los estudiantes como centro de las clases

La clausura de las aulas y el salto a lo virtual (o a lo digital en exclusiva) conllevan peligros. Un posible riesgo aparece cuando se intenta replicar el esquema de la lección magistral a entornos no presenciales.

Nuestra experiencia e investigaciones muestran que conocer las motivaciones de los estudiantes resulta crucial para garantizar el éxito educativo.

Son muchas las herramientas de aprendizaje centradas en el estudiante que funcionan desde esta premisa: el aprendizaje basado en problemas, los instrumentos de gamificación como las escape rooms, el uso de puntos y recompensa, etc. Se llaman metodologías activas, en contraposición a un escenario estático donde el profesor habla y los alumnos escuchan.

Este tipo de estrategias provocan un rendimiento emocional positivo en los estudiantes. Hay diversas investigaciones que demuestran que existe una correlación entre emociones y la motivación de los alumnos.

Metodologías activas en internet y en las aulas

Estas herramientas pueden ser desarrolladas en un entorno virtual o bien en un entorno híbrido. Metodologías como la clase invertida, donde parte de los contenidos son impartidos de forma previa mediante vídeos y otros recursos, pueden liberar parte del tiempo que pasan los docentes con los estudiantes favoreciendo una enseñanza más personalizada y potenciando las bondades de la presencialidad.

En un contexto donde el tiempo de aula, en muchos casos, se ha reducido significativamente, merece la pena que los docentes indaguemos en los elementos de éxito de este tipo de metodologías. De hecho, la clase invertida o flipped classroom nació para dar respuesta a estudiantes que, por diversos motivos, no podían acudir a las clases presenciales.

Todos los que alguna vez nos hemos dedicado a la docencia sabemos que la enseñanza consiste en facilitar el aprendizaje. Por ello, la interacción entre el profesor y el estudiante es un elemento crucial para el éxito del proceso. Las metodologías activas se basan en fomentar esa interacción desde prismas diferentes y motivadores: el juego, la responsabilidad propia, la autonomía, la iniciativa, el emprendimiento… No cabe duda de que suponen un reto constante al docente en términos de creatividad y originalidad.

Las metodologías activas son una fuente para el desarrollo de las competencias de los estudiantes. Si algo nos ha mostrado la pandemia es la necesidad de formar a ciudadanos y profesionales que sepan amoldarse rápidamente a un mundo en cambio.

Hoy, más que nunca, necesitamos de universitarios que dominen su ámbito de especialidad, pero que también tengan competencias transversales como la capacidad de aprender a aprender, el trabajo en equipo, y un comportamiento ético y sostenible con el mundo que tenemos que preservar.

Un reto para profesores y estudiantes

Evidentemente, si para los estudiantes este nuevo escenario supone un gran desafío (y por eso los docentes tenemos que seguir facilitando el aprendizaje), también para los profesores no es algo ni sencillo ni inmediato.

Tenemos que reaprender a enseñar, caminando despacio y asegurando los pasos. Nadie dará un golpe de timón a su modelo de enseñanza, igual que ningún estudiante cambiará de la noche a la mañana su forma de aprender. Por eso es importante entender que estamos en proceso de cambio. El camino es más relevante que la meta porque supone un cuestionamiento constante a nuestra forma de enseñar y, por tanto, un afán continuo de mejora.

En la consecución de estos retos creemos que nos jugamos el futuro de la universidad. En el caso de no afrontarlos convenientemente, puede convertirse en una institución anclada en el pasado y poco útil para la sociedad que la financia. Y entonces, los cincos de octubre tendremos poco que celebrar.

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