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La poesía joven busca su reflejo en las redes sociales

Los ciberpoetas más significados en la época del fin de las fronteras llegadas con internet siguen percibiendo el libro en papel como modelo de prestigio frente al mundo digital. No existe paradoja, pues el soporte es simplemente un vehículo para la expresión. Entender lo contrario sería no comprender la tecnología de un momento, un medio para las voces sin cauce, una cultura donde autorrepresentarse y buscar identidad.

También sería una desconsideración por parte de las generaciones establecidas hacia los escritores digitales nacidos entre 1980 y 1990 desconfiar de la capacidad de autocrítica y conocimiento de estas promociones emergentes en la época digital.

Aluvión digital

Estos poetas, de diferentes mundos y rangos cualitativos, incluso edades, son en general muy conscientes de cómo la democratización y acceso indiscriminado a la red implica un medio para dejarse ver sin filtro. Un escaparate donde caben muchas propuestas y un aluvión de poemas de crisis, pulsiones afectivas o malestar inmediato, y del que prosumidores (productores y consumidores) se alimentan.

Lo saben tan bien como que el prestigio proviene del libro escrito en papel, aunque el medio no haga al poema. Así lo demuestran algunos de los iconos de esta poesía, los influyentes Marwan, Luna Miguel y Elvira Sastre, solo por citar tres nombres de cuanto significa el hipertexto y el paisaje youtuber, de chats y blogs, con un inusual número de libros en las editoriales más influyentes y en otras más alternativas.

Los grandes grupos, atentos siempre, han percibido el negocio de la cultura del instante. Estos textos fáciles y generacionales, inconformistas, de escritores jóvenes y poco oficio ni excesiva calidad (hay excepciones), pero con la suficiente frente al texto vomitado e inmediato de tantos otros, venden más que algunos miembros de la generación del 27. Y han encontrado asiento en editoriales afines como La Bella Varsovia, Valparaíso, Ya lo dijo Casimiro Parker, Cangrejo Pistolero Ediciones, El Gaviero, las establecidas en poesía, como Visor, y los grandes grupos, como Planeta.

El futuro de la (para)poesía

Ciertamente una cosa son las ventas, la comunicabilidad, y otras el oficio y el prestigio. Este lo consagra y dicta el tiempo frente a la cultura de lo inmediato y su multiplicidad sin cedazo. La proliferación de textos conlleva tanta apertura como opacidad en el entorno digital, imposibilidad de discriminación en el espacio abierto y compartido, por lo masivo.

Paradojas, en fin, de la era digital, donde algunos poetas han publicado en diez años más que algunos de los grandes nombres de la poesía contemporánea en toda su vida. Luis Alberto de Cuenca tiene mucha razón al hablar de parapoesía en términos generales, o de una lírica de parafarmacia, frente a la farmacia. Tampoco debemos olvidar que buena parte de la poesía en español en libro es insignificante y poco memorable, según propugnaba Auden. Ni que muchos autores pagan por editar sus libros en editoriales de más o menos prestigio (cuando no se publica por influencia), y sin hablar ya de premios sospechosos. Tampoco caer en los maniqueísmos de alta y vieja cultura con origen maximalista, o cuestiones personales, demasiado obvias en ocasiones. Más bien hablar de talento y oficio como carta de naturaleza del poema, prospección, de artificio o “hermosa cobertura”, como escribió el Marqués de Santillana. El arte necesita tiempo y artificio, saber contar el mundo propio, cuando no todo el mundo es precoz como Charles Baudelaire, Claudio Rodríguez o Arthur Rimbaud.

La nueva generación

En cualquier caso, según hemos dicho, la primera y segunda generación digital llegan sobradamente preparadas en lo académico, pues buena parte es universitaria.

Un breve repaso a algunos de los nombres más llamativos habla de licenciadas, de doctores en alguna filología o en teoría de la literatura, periodismo, filosofía, arte, traducción… Son currículos con másteres, estancias y contratos en universidades europeas y norteamericanas, de docentes en enseñanzas medias o miembros de profesiones liberales.

No viven aislados sino que forman parte de comunidades literarias cibernéticas. Son miembros de una red donde tejen sus versos miles de escritores. Y sin duda ahí reside el peligro, pues la saturación y la indiscriminación ayudan tanto a dejarse ver como a lo contrario.

“Una cien veces”, de Elvira Sastre.

Las trayectorias y preparación en esa selva digital son en esa magnitud inconmensurable, múltiples y diferenciadas (por eso se crearon las antologías hace varios siglos). Ahora bien, si el lector se pregunta por los niveles de calidad, por decirlo sin ambages, habrá que responder que los hay y además son claros y notables.

Hay textos sin ningún filtro literario, carentes de recursos u ornato, y donde la autorrepresentación y denuncia de un malestar personal o social prima, junto a otros de mayor nivel y que han llegado a la edición impresa. Y eso a pesar de algunos discursos contra las vías tradicionales del mercado.

El 15-M en ese sentido propició una vuelta a las soflamas antiutilitaristas y de corte social, de propuesta de colectivización de los medios de producción, donde el poema es considerado en algunos casos por su peso político (Alberto García-Teresa), y donde forma parte de un engranaje o superestructura. Un elemento añadido que desea cambiar la realidad del mundo en su clasismo y mercantilismo neoliberal.

A su lado, el desasosiego personal de otros se funde con los textos y performances provenientes de la desmaterialización del objeto artístico que a mediados del siglo anterior promovió Lucy R. Lippard. A pesar de todo, la mayoría de los textos se acoge en su fórmula al realismo o a la herencia vanguardista (además del rap, el letrismo de canciones, los mix y mash-up de las mezclas).

Nuevas comunidades

Estamos por consiguiente ante un mar de trayectorias haciéndose en los casos más interesantes, y donde algunos nombres como Berta García Faet o María Salgado, próxima a este nuevo activismo, destacan (y no solamente ellas).

Estas comunidades líricas, abiertas, múltiples y poliédricas, se reúnen en revistas digitales y talleres, webs y blogs, como muestra la Revista Kokoro, son explícitas por tanto en su intencionalidad. Junto a ella se sitúan Voz vértebra. Antología de poesía futura, la convocatoria Poetry Slam Madrid o el seminario Euraca, por citar algunas de las más participadas y visitadas.

Sus miembros son más o menos coincidentes o militantes de ese querer llevar el poema más allá del libro impreso (si bien algunos confiesan que el mundo digital es un estadio antes de las editoriales de prestigio). Son comunidades sin teóricos, a pesar de algunos antólogos y ensayistas militantes o combativos como Vicente Luis Mora, Alberto Santamaría o el propio García-Teresa.

Los millennials son un hecho en busca de mercado más o menos paradójicamente, pero también una propuesta sobre todo teórica y vital desde el inconformismo con lo heredado, teñida a veces de miradas low cost, y alzadas sociológicamente contra lo recibido. Otra cosa sería impensable en un mundo global lleno de nuevos retos, desafíos y peculiaridades diferenciadas. No entenderlo por parte de los predecesores sería un suicidio cultural, y no discriminar su arte, también. En cualquier caso, dos generaciones digitales están todavía haciéndose o en búsqueda de voz artística cualitativa tras el mayor o menor bluf de la generación Nocilla.

La encontrarán sin duda, pues no todo va a ser ataques a los intermediarios de la denominada alta literatura o denuncias contra el neoliberalismo, donde a veces se esconde un juego diabólico, es decir, una identidad generacional contra algo, pero incapaz de proponerse en lo artístico. La poesía no se mide por el número de ventas, a pesar de que ciertos discursos directos, resistentes y reivindicadores de una situación, calen en lo inmediato desde el asunto. Ese es el meollo de su éxito, junto a una eficaz propaganda basada en el “odiado” mercado. No hay propuesta sin contradicción.

Los jóvenes han encontrado su oportunidad mediática y debemos entenderla, festejarla, desde esa perspectiva sociológica de la imagen y la red. También exigirles calidad, dejar de ser marca y mercado a toda costa, buscar reconocimiento fuera del blog instrumental o la difusión masiva para un público no formado. Su crecimiento real frente a la cultura de lo efímero y la autorrepresentación (del F.O.B.O o Fear Of Being Offline), su real visibilidad, más allá de la modernidad líquida y las coartadas teóricas del fin de los grandes relatos para justificar su marginalidad y desencanto, estará en el madurar, en saber decir y crecer, como los buenos vinos.

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