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‘La rendición de Granada’, de Francisco Pradilla y Ortiz. Wikimedia Commons

La ‘Reconquista’: una breve guía para perplejos

Discutir sobre si en la Edad Media hubo o no una Reconquista es lo mismo que darle vueltas a la existencia del átomo. Si nos ceñimos al significado de la palabra, el “átomo” no existe, pues la palabra en griego quiere decir “indivisible”, y la Física ha demostrado que está compuesto por distintas partículas. Por supuesto, los átomos existen, y sólo una convención generalizada explica que se les siga designando con un nombre tan poco apropiado.

¿Reconquista o, simplemente, conquista cristiana?

Con la Reconquista ocurre algo similar. El término es inexacto, pues está demostrado que en sus orígenes se trató de una resistencia frente a los conquistadores árabes por parte de poblaciones locales en las zonas montañosas del norte, reacias a ser gobernadas por poderes externos con independencia de su religión.

Tampoco tiene sentido hablar de una lucha continua entre islam y cristianismo durante ocho siglos, pues a lo largo de ese período hubo innumerables alianzas entre gentes y gobernantes de ambas religiones. Es incluso posible identificar casos de monarcas cristianos que se mostraban más que dispuestos a gobernar sobre musulmanes. Además, el uso del término produce paradojas tales como hablar de la “reconquista de Granada”, cuando esa ciudad no existía en el momento de la conquista árabe, pues se trata de una fundación musulmana .

Sin embargo, y a pesar de lo desafortunado del término, también sabemos que los cristianos legitimaron su expansión militar contra al-Ándalus musulmán valiéndose de una “memoria histórica” que defendía recuperar lo que sus correligionarios habían perdido como consecuencia de la conquista árabe en el año 711. Un ejemplo es la carta que, en 1489, la reina Isabel la Católica envió al sultán mameluco de Egipto, en la que declaraba su intención de comenzar la guerra contra el reino de Granada porque “era notorio por todo el mundo que las Españas en los tiempos antiguos fueron poseídas por los reyes sus progenitores; y que si los moros poseían ahora en España aquella tierra del reino de Granada, aquella posesión era tiranía y no jurídica”.

Muchos historiadores serios y cualificados defienden, pues, con buenos motivos que es legítimo hablar de “Reconquista” como un término consagrado por el uso que permite entender la ideología que alimentó muchas de las complejas situaciones que se vivieron en la península ibérica en época medieval.

Otros historiadores, en cambio, arguyen, también con razón, que “Reconquista” posee una carga ideológica que alimenta un discurso nacionalista y sectario que intenta convencer a la ciudadanía de que hoy, al igual que ayer, es preciso mantener una actitud de combate y exclusión contra todo cuanto tenga que ver con el islam.

Hay quienes, incluso, llegan al extremo de proclamar que la “Reconquista” libró a España de convertirse en un país musulmán. Este es un argumento calcado al que utilizaba la dictadura cuando defendía que, sin la Guerra Civil y el franquismo, nuestro país se habría convertido en una república satélite de la Unión Soviética. Utilizar la Historia como arsenal de contrafácticos –“si no hubiera ocurrido tal o cual suceso, usted y yo no estaríamos aquí”– es una forma muy burda de encarar el pasado, pues nadie sabe, ni sabrá nunca, qué hubiera ocurrido si ese pasado se hubiera desenvuelto de una forma distinta a la que conocemos.

Esto explica por qué yo, y otros colegas, eludimos el término “Reconquista” en nuestros trabajos. Preferimos usar “conquista cristiana”, que nos permite decir lo mismo y ser mucho más precisos en la interpretación.

¿Por qué “Reconquista” es un término complejo?

Con la idea de “Reconquista” en la cabeza hay muchos aspectos de la Edad Media que, simplemente, son incomprensibles. No se entiende, por ejemplo, que El Cid fuera un soldado de fortuna al servicio de soberanos musulmanes. O que el rey Alfonso VIII, vencedor de la batalla de las Navas de Tolosa en 1212, acuñara monedas en árabe con el signo de la cruz impreso en ellas y leyendas que mencionaban al “Imam de la Iglesia cristiana, el Papa de Roma la grande”.

Maravedí de oro acuñado durante el reinado de Alfonso VIII de Castilla en Toledo. Fechado en el año 1229 de la Era Hispánica, 1191 de la era común. Classical Numismatic Group / Wikimedia Commons, CC BY-SA

La idea de “Reconquista” tampoco permite entender cómo es posible que, mientras los reyes cristianos ocupaban territorios de al-Ándalus, en ciudades como Ávila, que jamás había estado bajo dominio andalusí, florecieran dinámicas comunidades musulmanas, como atestiguan los restos de un cementerio y su mezquita de época bajomedieval que la arqueología está sacando a la luz en los últimos años.

No es sólo, pues, que el concepto de “Reconquista” nos remita a una visión del pasado sectaria y unilateral. Es que, además, nos impide comprender las complejas situaciones políticas y sociales que se vivieron en la España medieval.

¿Por qué los cristianos consiguieron que al-Ándalus acabara desapareciendo?

La respuesta a esta pregunta tiene algo de inesperado.

Ya desde la época de las conquistas, durante los siglos VII y VIII, los árabes tuvieron éxito en someter territorios con buenas redes urbanas, encontrando, en cambio, más dificultades para dominar zonas agrestes y montañosas. Los nuevos gobiernos árabes, que desde luego estaban lejos de estar formados por analfabetos, se ejercían desde ciudades. En ellas se controlaba la administración de las regiones circundantes de una manera similar a como había operado el antiguo Imperio romano. Ello explica su fracaso en establecerse en las montañas de Asturias o en las comarcas pirenaicas.

Además, en las regiones del nordeste de la península, los árabes tuvieron que hacer frente también a la reacción del imperio de Carlomagno. Éste, tras haber detenido las incursiones árabes en Francia, consiguió éxitos tan resonantes como la conquista de Gerona en 785 o de Barcelona en 801.

Durante más de doscientos cincuenta años, las fronteras entre los territorios cristianos y al-Ándalus apenas variaron. Los gobernantes de Córdoba se limitaban a lanzar, cuando podían, campañas anuales contra los territorios del norte, buscando botín y cautivos, pero casi nunca ganancias territoriales. Todavía en pleno siglo X, en la época del califato, los reinos y condados cristianos no eran percibidos como una amenaza contra el poder hegemónico que ostentaba al-Ándalus.

Golpes rápidos y lucrativos

Sin embargo, a lo largo de esa centuria y, sobre todo, del siglo XI, la situación cambió radicalmente.

Los reyes astures habían venido ocupando el valle del Duero, una extensa región que desde la época de la conquista había permanecido habitada por poblaciones independientes y dispersas. Súbitamente, la frontera andalusí empezó a ser objeto de ataques por parte de incesantes razzias cristianas, que buscaban golpes de mano rápidos y lucrativos. Comenzó entonces a configurarse en el lado cristiano una sociedad muy bien adaptada a la actividad guerrera.

Esto coincidió, durante el siglo XI, con el período de los taifas en al-Ándalus, uno de los momentos más brillantes de la historia de España, tanto por el desarrollo económico como por los innovadores modelos políticos y culturales que se ensayaron durante esta época. Sin embargo, este apogeo se vio lastrado por la debilidad militar de estos reinos, motivada por el hecho de que su base social estaba compuesta por poblaciones urbanas con escasa preparación guerrera.

Además, el régimen de las parias, tributos impuestos por los cristianos sobre los soberanos musulmanes a cambio de no ser atacados, implicó un masivo trasvase de riquezas y recursos al otro lado de la frontera, que sirvieron para engrasar cada vez mejor su maquinaria militar.

La conquista de Toledo en 1085 por parte del rey Alfonso VI marcó así un punto de inflexión. Era la primera vez en mucho tiempo que la frontera sufría una modificación de envergadura, y entre los andalusíes el suceso causó una conmoción extraordinaria.

Azulejo de la plaza de España de Sevilla que representa la conquista de Alfonso VI de Toledo. Wikimedia Commons, CC BY-SA

Cuatro siglos de cambios

Durante los cuatrocientos años posteriores a la conquista de Toledo, otras ciudades andalusíes fueron cayendo en manos cristianas. Aunque el suceso se despache en unas pocas líneas, este lapso de tiempo es enorme. Equivale, para hacernos una idea, al mismo período que separa nuestra época de la de Felipe IV. Es por ello un error mayúsculo suponer que se trató de un proceso inevitable. El propio Alfonso VI, por ejemplo, era muy consciente de que el islam estaba tan arraigado en la península que resultaba quimérico pensar que podría erradicarse, razón por la que en algunos de sus documentos se presentaba como rey de las dos religiones

Del lado andalusí, las profundas crisis políticas provocadas por el creciente expansionismo cristiano dieron lugar a experimentos políticos y militares, como los que representaron almorávides y almohades. Lejos de ser reacciones fundamentalistas y fanáticas, como generalmente se las retrata, constituyeron serios intentos de reforma religiosa, similares en su espíritu a los que en esos momentos se estaban produciendo en la cristiandad. Si hay una sociedad histórica rica, compleja y llena de vitalidad esa es la andalusí de época bajomedieval.

Las conquistas castellanas y aragonesas de los siglos bajomedievales fueron lentas y difíciles. Encontraron siempre una tenaz resistencia por parte de poblaciones y gobernantes, que intentaron defender unas formas de sociedad y de cultura amenazadas por el expansionismo cristiano. Fueron, además, conquistas con episodios de extrema violencia, que muchas veces sólo pudieron ser culminadas por medio de tratados que incluían condiciones muy favorables para los conquistados. Estas condiciones, sin embargo, fueron incumplidas a medida que el dominio cristiano se consolidaba.

Tras la conquista, las principales mezquitas se convertían en iglesias y las élites políticas e intelectuales emprendían el camino del exilio. También hay casos, los menos, de algunos que se quedaron e incluso se convirtieron al cristianismo.

La Iglesia, las órdenes militares y la nobleza recibieron gran número de propiedades, cimentando así el dominio patrimonial que mantuvieron durante siglos.

¿Se repobló el territorio conquistado?

Aunque fueron muchos quienes desde el norte se instalaron en los nuevos territorios, un movimiento conocido como repoblación, es muy dudoso que se produjera un completo reemplazo demográfico. Los conquistadores cristianos podían ser muchas veces violentos y fanáticos, pero no tontos. Conquistar territorios carecía de sentido si no había gentes a las que explotar para que los trabajaran en las zonas rurales.

Torre mudéjar de El Salvador, en Teruel. Tagarino / Wikimedia Commons, CC BY-SA

En el valle del Ebro, el interior de Aragón y el Levante o las Baleares, un número significativo de poblaciones musulmanas permanecieron tras la conquista. Podemos suponer que, en otras zonas, una silenciosa población rural fue lentamente cambiando costumbres y religión por no tener un lugar mejor al que ir.

En todo caso, es un tema sobre el que no tenemos certezas absolutas, pues el binomio “reconquista/repoblación”, asumido por la historiografía tradicional, ha pasado de puntillas sobre él.

Como ocurre con otros muchos temas de la historia de España, ya va siendo hora de que nos desprendamos de los lugares comunes, tópicos y falsas vanaglorias que la tachonan, y que configuran una visión de esa historia que, simplemente, no nos merecemos.

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