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La selección: maravillas del cerebro

Mientras posa la vista sobre los signos que aparecen en la pantalla, una danza frenética y perfectamente coreografiada de señales eléctricas y reacciones bioquímicas le permiten descifrar este texto (espero) sin esfuerzo. El objeto más complejo del universo, apenas kilo y medio de masa gelatinosa con la consistencia de un flan, ha vuelto a hacerlo.

Acostumbrados como estamos, no le concedemos mucho mérito. Pero leer es una actividad extremadamente sofisticada que supone la culminación de millones de años en la evolución del cerebro humano. Una máquina biológica sin parangón que sigue siendo, en buena parte, una desconocida para la ciencia.

Como nos explicaba Celia Garau, de la Universidad de les Illes Balears, solo podemos desenredar su madeja de circuitos neuronales mediante técnicas muy punteras –optogenética, fotometría de fibra óptica…– a la altura de su objeto de estudio. Gracias a ellas, los investigadores pueden echar por tierra neuromitos tan enraizados como que la creatividad está en el hemisferio derecho y la lógica en el derecho o que solo usamos un 10 % de nuestro “coco”. Las simplificaciones no son bienvenidas en la neurociencia.

Actualmente, uno de los puntos candentes de interés es la neuroplasticidad, la capacidad excepcional de nuestro órgano pensante para cambiar y reconfigurarse en función de las circunstancias, desde superar las secuelas de un ictus a aprender un nuevo idioma. Cabe recordar aquí aquella investigación clásica donde se revelaba que los taxistas de Londres presentaban un mayor volumen de lo normal en determinadas zonas del hipocampo, área vinculada a la memoria espacial y la capacidad de orientación.

El dinamismo cerebral se manifiesta también, por ejemplo, cuando remodela el lóbulo parietal de las personas con discapacidad visual para potenciar su sentido del tacto. Y lo que es más sorprendente: según un reciente estudio, este “refuerzo neuronal” podría servirles de escudo para desarrollar enfermedades neurodegenerativas como el alzhéimer. Así nos lo contaba una de sus autoras, Mónica Alba Ahulló, de la Universidad Complutense de Madrid.

Pero al igual que le ocurre al resto de órganos y tejidos del organismo, nuestro cerebro no es inmune al paso de tiempo… Excepto para quien tenga la fortuna de pertenecer al selecto club de los superancianos. Así se llama a las personas de más de 80 años que conservan características físicas y cognitivas de un adulto entre 20 y 30 años más joven.

¿Y cuál es su secreto? Parece ser que estos superdotados sénior se mantienen activos físicamente, tienden a ser positivos y aprenden algo nuevo todos los días. Muchos continúan trabajando hasta los 80 años. A lo que hay que añadir una clave fisiológica: la presencia de neuronas más grandes de lo normal en una estructura cerebral involucrada en la preservación de la memoria.

Al resto de los mortales nos queda el recurso de sacudirnos la pereza y lanzarnos a hacer ejercicio. Porque no pocas evidencias vinculan la actividad física con la neurogénesis, es decir, la capacidad de producir nuevas neuronas. Como resumía Javier Güeita Rodríguez, de la Universidad Rey Juan Carlos, movernos previene el deterioro cognitivo y la demencia, permite tratar enfermedades neurovasculares y neurodegenerativas y protege al sistema nervioso durante la evolución de las mismas.

Y tampoco le viene nada mal a nuestro cerebro desconectar, ahora que ya casi acariciamos el verano y las vacaciones con la punta de los dedos. Estas son las recomendaciones de Juan Pérez Fernández, de la Universidad de Vigo, y Roberto de la Torre Martínez, del Karolinska Institutet: disfrute de la espera –aumenta los niveles de dopamina–, libérese completamente del estrés laboral y expóngase a novedades y recompensas, como esa mariscada junto al mar con la que ha estado soñando durante tanto tiempo.

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