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Ruinas del foro romano al atardecer.
Ruinas del foro romano al atardecer. martinho Smart/Shutterstock

La selección: pensar en el Imperio romano

La popularización del interés (masculino) por el Imperio romano en redes sociales me llegó como ruido de fondo mientras estaba, curiosamente, de vacaciones en Roma.

Entre las termas de Caracalla, el Teatro di Marcello y el Foro romano, le pregunté a mi pareja si él, que parecía obsesionado por ver cuanto resto arqueológico se pusiese en nuestro camino, pensaba todo el rato en ese asunto. Rodeados de ruinas de la Antigüedad, me replicó: “Hombre, estos días sí”.

No sé si los hombres, las mujeres, padres, madres, abuelos, hijos piensan mucho en el Imperio. Sospecho que no tanto como la moda nos quiere hacer creer. Pero lo que hemos constatado estas semanas es que, en general, el Imperio en el que pensamos, cuando lo pensamos, no es el Imperio que existió en realidad.

Nuestro relato de la antigua Roma viene definido por libros, obras de teatro y, por supuesto, por el cine y la televisión. Y… ¿quién quiere hacerle caso a la realidad cuando la ficción empaqueta un relato más dramático?

Por eso está muy bien asomarse a la historiografía y conocer detalles de esa época. Así aprendemos que los romanos, efectivamente, gustaban de comer, beber y practicar sexo en celebraciones multitudinarias, pero en el fondo su forma de gozar de la vida no era tan diferente a la nuestra. O aventuramos que, por lo que sabemos gracias a los testimonios de aquella época, la capacidad de leer y escribir alcanzó una gran difusión en esos siglos, seguramente no superada hasta épocas modernas.

También sabemos que ser profesor o médico en Roma estaba bien para ganarse el pan, pero no tenía el prestigio laboral que tiene hoy en día. Y mucha menos consideración tenía aún ser lanista, es decir, traficante de gladiadores (aunque la romana, como cualquier otra sociedad, gozaba hipócritamente del ocio que nacía de este tráfico). Otro asunto diferente era ser conductor de carros en carreras. Si uno sobrevivía a tan tremenda empresa y era conocido por el público podía ser visto como un héroe.

Por otro lado estaban las mujeres romanas que eran –y ejercían de– ciudadanas del Imperio. Algunas emperatrices, Augusto mediante, incluso se sirvieron de su visibilidad pública para promocionar la paz. A pesar de eso, por supuesto carecían de determinados derechos, como el de participar en asambleas populares. Por eso, cuando no les quedó otra forma de protestar, se dedicaron a realizar escraches a los poderosos.

Una de mis constataciones favoritas es que los seres humanos somos igualitos, igual de mezquinos, graciosos o quisquillosos, a lo largo de los siglos. Para muestra, el botón de Marcial, el poeta romano que tan pronto se quejaba del mal gusto que tenían sus amigos cuando le hacían regalos como del abandono al que le sometían cuando no le regalaban nada.

Aunque no es nuestra intención doblegarnos ante las redes sociales, esperamos que esta selección haga que piense un poco más en el Imperio romano que sí existió y que es incluso más apasionante que el que nos cuentan las películas.

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