Nuevo curso es sinónimo de buenos propósitos (y también, por qué negarlo, de cierto síndrome postvacacional). Pero con el fin de las vacaciones y el inicio de las clases los niños y adolescentes también retoman las horas de sedentarismo obligatorio, el transporte en ciudades atascadas, la ausencia de luz natural, los recreos en patios de cemento pequeños, y en general el regreso a un estilo de vida no precisamente ideal.
Los expertos alertan de que los niños no se mueven lo que deberían. Y en la escuela no se ofrece el tiempo imprescindible de ejercicio físico recomendado. Especialmente en las primeras etapas, las horas de pupitre deberían ser pocas, e intercaladas con periodos largos de movimiento, tanto libre como pautado. Además, es fundamental pasar tiempo al aire libre. Para ello, tan importante como un horario equilibrado es el diseño de un patio de recreo lo más verde posible.
A medida que crecemos, es importante ya no solo para la salud física, sino para el desarrollo de nuestra autonomía personal, que seamos capaces de ir y volver solos del colegio. Pero las ciudades hace tiempo que se han olvidado de que muchos niños y adolescentes viven y se mueven por ellas. Sus derechos ciudadanos a la participación y a la autonomía en su entorno vital cada vez se reivindican más. Existen incluso proyectos que los incluyen en la toma de decisiones municipales sobre el diseño de los espacios comunes.
Cuando llegamos a la adolescencia, cambian nuestros ritmos circadianos. De pronto, madrugar se convierte, a veces, en misión imposible. Sin embargo, seguimos exigiendo a los jóvenes que estén despejados y atentos en clase a las 8am.
Aprovechemos un nuevo inicio de curso para reflexionar no sólo cómo conseguir mejores curriculums o mejor rendimiento: merece la pena esforzarse para que esas horas en los centros educativos (la mayor parte del día a día de niños y niñas) sean lo más saludables posible.