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La selección: que viva la arqueología

En todos los museos arqueológicos a los que he ido a lo largo del tiempo, mi madre siempre se detiene ante las joyas prehistóricas y se asombra. Admira cómo ya entonces, con delicadeza, estética, gusto y personalidad, nuestros antepasados se dedicaban a fabricar objetos bellos para arreglarse.

Si nunca hubiésemos encontrado esos collares, esos pendientes o esas sortijas, no sabríamos cuánto nos parecemos a ellos, a miles de años de distancia.

Ya ha pasado el estreno de la quinta entrega de Indiana Jones. Ya nos hemos relajado todos del frenesí informativo que ha supuesto el retorno a la gran pantalla del arqueólogo más famoso del cine. Pero es un buen momento para destacar que, al igual que nos ha dado temas sobre los que reflexionar, Jones revitalizó el interés por una disciplina apasionante.

Hay mucho cuestionable en las historias de Indiana, igual que en la Historia de la arqueología. Durante demasiado tiempo se creyó que lo que los habitantes de un lugar conocían desde siempre no merecía atención hasta que era descubierto por un occidental. También se opinaba que lo encontrado pertenecía a quien lo nombraba y no a la cultura a la que daba forma e identidad. Y por eso estamos a vueltas, todavía hoy, con los mármoles del Partenón.

No solo Hiram Bingham, personaje real de principios del siglo XX, en quien se basó Jones, cometió tropelías de ese estilo. Todavía hoy mucha gente sigue valorando los restos y yacimientos arqueológicos por el precio que tienen algunas de sus partes y no por la riqueza cultural y patrimonial que supone el todo.

Sin embargo, hay que agradecerle a Indiana Jones, y al idealismo creado alrededor del personaje, que muchos espectadores se animasen a estudiar arqueología o historia.

Es cierto que las excavaciones en la vida real no suelen incluir objetos misteriosos con propiedades extraordinarias, como el Arca de la Alianza o el Santo Grial. Pero la arqueología esconde su propia magia.

La arqueología nos ha dado información sobre las guerras carlistas españolas, la cosmovisión de los mexicas, la civilización más antigua del África subsahariana o el verdadero origen de las expediciones a la Antártida.

Pero además de las cuestiones más prácticas, gracias a los estudios del pasado podemos descubrir quiénes fuimos y a dónde intentamos ir.

La arqueología y la antropología nos han ayudado a conocer la identidad de los asesinados y arrojados a fosas comunes durante guerra civil española. También sabemos que poder enterrar a nuestros seres queridos nos preocupa desde hace milenios, cuando comenzamos no solo a cuidar a los vivos sino también a respetar a los muertos.

Los hallazgos prehistóricos indican que hace milenios que usamos el arte para hablar entre nosotros e intentar entendernos. Aunque no tenemos clara su utilidad exacta, sabemos que los edificios con forma de torre que podemos admirar en Baleares, en las excursiones que hacemos entre las jornadas de playa, fueron en su momento mucho más que piedra y significaron un espacio de reunión para comunidades enteras.

Y aunque a veces hayamos destrozado de forma consciente el patrimonio, también hemos movido civilizaciones enteras con el objetivo de proteger el pasado.

El pasado nunca se ha acercado tanto a nuestro presente. Cuidémoslo.

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