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El imperio romano cayó, pero nos dejó bellezas como ésta. Photo by ugur uğur from Pexels

Lehman Brothers y la caída del Imperio Romano

La Historia necesita mitos, fechas clave, puntos de referencia. Y la quiebra sin ulterior rescate del quinto banco de inversión del mundo es uno de ellos.

El fin del capitalismo, el despertar de un sueño, el insoportable coste de la avaricia, son algunos de los titulares que han podido leerse de una crisis tan inesperada por su magnitud y duración. Pero quizás no ha sido para tanto y no es más que otro producto de la factoría de ilusiones de Hollywood.

Porque los cambios importantes en la economía mundial - globalización, disrupción digital, polarización, envejecimiento- ya estaban allí. Quizás la crisis financiera solo ha servido para equivocar el diagnóstico y buscar un fácil culpable. Pero seamos optimistas y aprovechemos la rabia populista para aprender algo, saquemos cinco conclusiones.

Siempre es diferente pero siempre acaba igual

Toda crisis va precedida de una explosión de ilusión, de crecimiento, de una orgía de consumo e inversión que se supone, esta vez sí, indefinida. Aparecen mil argumentos para justificar la singularidad de la nueva situación. Pero de repente la ilusión se desvanece y todo explota. Porque el dinero, a diferencia de la energía, se crea y se destruye, desaparece. No lo roba nadie.

Sencillamente las cosas ya no valen lo que pensábamos porque no hay nadie dispuesto a pagarlo. La imaginación popular no puede aceptar que todos seamos más pobres y necesita buscar culpables, organizar un auto sacramental donde expiar las culpas. Para volver luego a las andadas. Porque nosotros somos el problema, víctimas de nuestras legítimas ambiciones y nuestros sueños. Claro que ha habido errores, algunos involuntarios y otros dolosos, en los gestores de los bancos y otras instituciones financieras, las autoridades regulatorias, los organismos de supervisión, los gobiernos y responsables de la política económica. Se han cometido también delitos. Pero que el sesgo retrospectivo, la tendencia a juzgar hechos pasados con la información y valores actuales, no nos nuble el juicio. Nosotros somos el verdadero peligro a evitar, nuestras manías y nuestras euforias.

Hacen falta agoreros, y si no están hay que buscarlos

Es importante reivindicar la necesidad de las opiniones contrarias y generar un marco regulatorio que las propicie, un marco de buen gobierno corporativo e independencia y profesionalidad del supervisor. No hay mejor manera de prevenir una crisis que evitar las unanimidades; en eso consiste la diversidad necesaria. Cuando todos los agentes -analistas, inversores, periodistas y autoridades- coinciden en destacar el milagro, es exactamente cuándo habría que hacer caso de los profetas del apocalipsis y adoptar las medidas que frenen la burbuja. Hasta la corte de la España Imperial tenía su bufón que le recordaba al rey que estaba desnudo.

Siempre habrá burbujas, pero una buena política preventiva puede hacerlas menos recurrentes y costosas. Pero será impopular, porque sacrificará crecimiento y empleo hoy para ganar estabilidad futura. El trabajo de supervisores y reguladores es ingrato porque su objetivo es evitar nuestra tendencia natural a la ilusión financiera y el interés gubernamental en alimentarla.

Cuidado con los Uber y Glovo del sistema financiero

Nombres que solo utilizo a efectos ilustrativos del peligro de crear oportunidades de negocio que solo aprovechen vacíos regulatorios, lo que en el sistema financiero se llama arbitraje de capital. Cierto, los bancos necesitan más y mejor capital para cumplir su función de intermediación y creación de riqueza con mayores grados de estabilidad. Necesitan también mejor control del riesgo y un marco regulatorio internacional armonizado porque el capital se mueve libremente. Pero sería una paradoja que, como resultado de este esfuerzo regulatorio, acabáramos con bancos muy solventes pero que representan una pequeña fracción de la industria financiera.

El peligro real es que el negocio y el riesgo se desplacen hacia zonas opacas y oscuras, hacia “bancos en la sombra” y sociedades no cotizadas y por tanto menos transparentes. Tendríamos bancos más sólidos, pero menos estabilidad financiera.

La magia financiera no soluciona problemas reales

Los problemas del mercado hipotecario, la falta de acceso al sueño americano de la vivienda en propiedad de un porcentaje creciente de la población, se intentaron solucionar con alquimia financiera. Como la renta real de los trabajadores no aumentaba porque se había estancado la productividad, aumentemos su capacidad de endeudamiento. Con soporte público o con sofisticadas técnicas de ingeniería financiera.

En Europa, una unión monetaria imperfecta creó incentivos perversos. Pareció mutualizar el riesgo y crear un prestamista de última instancia europeo, pero el riesgo seguía siendo esencialmente nacional y cuando los inversores se percataron, provocaron una auténtica sequía de capitales típica de economías emergentes. La ilusión financiera funciona unos años, hasta que quiebra el sistema financiero y las finanzas públicas. El daño es, sin embargo, luego mucho mayor y más persistente. Porque se rompe la credibilidad en el sistema financiero, institucional y político. Se pierde mucho capital social. Con un coste económico, institucional y hasta humano mucho mayor. Y con un horizonte mucho más incierto donde estallan las tensiones populistas, independentistas y xenófobas.

Las crisis exigen bomberos, no profesores ni filósofos

El tratamiento inicial requiere cirugía preventiva máxima para evitar el contagio. Los norteamericanos le llaman la teoría del bazuca. Hay que estar preparado para intervenir con todo y cuanto antes para evitar que se extienda la falta de confianza. Lehman Brothers se dejó caer para dar una lección: evitar el daño moral, los incentivos perversos que inevitablemente provoca todo rescate. La misma teoría que ilumina los mecanismos de resolución bancaria post-crisis. Los políticos acuden a la indignación popular para explicar el hastío de los ciudadanos a seguir pagando los costes del saneamiento bancario. Prometen a gritos que ésta ha sido la última gran crisis que costará dinero al contribuyente. Pero saben que es una gran mentira o son demasiado ignorantes para dirigirnos.

En tiempos de falta de confianza, solo el poder coercitivo del Estado y su capacidad de imponer y recaudar tributos puede dar confianza a los acreedores de que las deudas se pagan. O eso, o un sistema recurrente de quiebras y quitas de deuda. Demasiados políticos, economistas y creadores de opinión están jugando con esa explosiva idea. Que tengan cuidado con lo que desean no se lo vayan a conceder. Entonces, la quiebra de Lehman será solo una anécdota en la historia de las crisis financieras.

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