El pasado 25 de diciembre de 2023, el parlamento de Azerbaiyán (Milli Majlis) aprobó una declaración en la que se afirmaba que, en el territorio de la actual Armenia, había existido en el pasado una comunidad histórica azerbaiyana que acabó emigrando a causa de los conflictos.
Sin embargo, no se aclara que en realidad se trataba de musulmanes de distintas étnias y seguidores de diferentes ramas del islam que convivieron con los armenios durante los periodos en los que este territorio estuvo administrado por los persas y, más tarde, por los otomanos.
En el mismo documento se manifestaba, además, el legítimo derecho de los azerbaiyanos a regresar a estas tierras. Tras esta justificación, no es descartable que se restablezcan nuevas agresiones por parte de Bakú contra Armenia, aunque varios países, como Francia e Irán, ya han advertido que no permitirán una ocupación de la provincia de Syunik, al sur del país.
Este territorio es de interés para Azerbaiyán porque a través de él quiere controlar el corredor de Zangezur que permita una comunicación directa con la región autónoma azerbaiyana de Najicheván.
Una ciudad partida en dos
El motivo por el que Irán se preocupa por esta posibilidad se debe a sus buenas relaciones políticas y comerciales con Armenia. También le inquieta el hecho de que el régimen autoritario de Bakú mantenga una estrecha colaboración militar con Israel, el principal enemigo de Teherán en la región.
Asimismo, existen razones históricas. Irán es el único país de mayoría musulmana en la zona donde aún se convive de manera relativamente pacífica con la diáspora armenia, y donde el patrimonio histórico armenio es respetado y visitado por personas de todos los credos, además de estar muy bien promocionado como destino turístico. Un ejemplo similar de respeto hacia esta comunidad también se encuentra en la actitud de los gobiernos del Líbano y Siria.
Al llegar a la ciudad iraní de Yulfa, todavía hoy se hace referencia –con gran orgullo y respeto– a la cultura armenia. Allí, las iglesias y monasterios son cuidados y visitados por miles de viajeros al año, mayoritariamente iraníes (incluyendo aquellos de origen armenio que viven en el país). La joya arquitectónica es la catedral de San Esteban, construida en el siglo IX y renovada en varias ocasiones. Gracias al empeño del Estado iraní, forma parte del patrimonio de la humanidad por la UNESCO.
Sin embargo, es solo una mitad de la historia. Actualmente la ciudad está dividida en dos a causa de la existencia de la frontera irano-azerí. Hasta el siglo XIX, ambas partes formaban una única unidad urbana, pero tras la derrota de Persia en la guerra con Rusia entre 1826 y 1828, la orilla norte pasó a manos rusas. Con la desintegración de la Unión Soviética, se integró en Azerbaiyán.
En ese lado, no queda nada de los vestigios armenios tras la eliminación sistemática que se ha producido durante las últimas décadas. El momento más trágico ocurrió en el cementerio medieval de Yolfa con la total destrucción de más de 3 000 jachkar (cruces de piedra armenias), un hecho que llevó al diario británico The Guardian a denominarlo “el peor genocidio cultural del siglo XXI”.
Borrar Nagorno Karabaj
Tras la derrota armenia en Nagorno Karabaj en septiembre de 2023, y con la consecuente salida tanto de periodistas de medios internacionales –que dejan de tener noticias impactantes que cubrir– como de funcionarios de organismos internacionales –con la progresiva finalización de la ayuda humanitaria–, no resulta difícil imaginar que ahora empezarán a borrarse también allí todos los vestigios armenios.
En este sentido, se debe destacar que Azerbaiyán no permite la realización de visitas sobre el terreno para comprobar la protección y respeto del patrimonio armenio, de manera que únicamente se puede monitorear por satélite. Es evidente que a tan larga distancia no es posible documentar todo lo que acontece.
En el Alto Karabaj existen alrededor de 500 lugares históricos donde se reúnen unos 6 000 monumentos, ahora todos ellos bajo control del ejército azerbayano. Sin embargo, su destrucción no es responsabilidad única de los militares. El rápido programa de colonización puesto en marcha por el presidente Ilham Alíyev incluye una reorganización urbanística y reocupación de espacios urbanos y rurales.
Ya ha habido precedentes. Durante la primera guerra de Nagorno Karabaj que tuvo lugar en los años noventa del siglo pasado, las autoridades de Azerbaiyán decidieron eliminar toda presencia armenia que hubiera dentro país, fuera humana o cultural.
Ello llevó al éxodo a la histórica comunidad armenia que allí vivía y que era significativa en ciudades como Bakú. Únicamente en la región de Najicheván supuso la destrucción de un total de 5 849 cruces de piedra, 22 000 tumbas y 89 iglesias medievales, tal como señala la académica Nélida E. Boulgourdjian.
La destrucción recuerda a lo ocurrido con el importantísimo patrimonio arquitectónico armenio que había en la mayor parte de Turquía a lo largo del siglo XX, país que poco se preocupa en conservarlo, recuperarlo y restaurarlo. Prácticamente las únicas excepciones han sido la Catedral de la Santa Cruz del lago Van, y la histórica ciudad de Ani, capital del reino de la Armenia bagrátida, que fue declarada patrimonio de la humanidad por la UNESCO en 2016.
Pasividad internacional
A lo largo de las últimas décadas, la diáspora armenia y no pocas instituciones y organismos, tales como el Parlamento Europeo, han alzado su voz contra estos crímenes cometidos contra el patrimonio armenio.
Hasta fechas recientes esto ha sucedido ante el silencio mayoritario de la comunidad internacional, e incluso la pasividad de la UNESCO, tal como denuncia la Universidad de Cornell. La organización Caucasus Heritage Watch, albergada en esta institución educativa, hace un seguimiento minucioso de las acciones destructivas de Azerbaiyán, publicando regularmente fotografías y datos detallados de los crímenes cometidos contra el patrimonio armenio. A su vez, hace un llamado internacional a la movilización y la condena de la actitud de Bakú contra estos espacios, aunque con escaso impacto.
La gravedad y la conmoción que generan otros conflictos en el mundo, algunos de ellos relativamente cercanos al Cáucaso como son la guerra de Ucrania y la invasión israelí en Gaza, no deja espacio para informar sobre esta situación, quedando el pueblo armenio, una vez más, al amparo de su suerte.
La destrucción sistemática del patrimonio cultural, además de una provocación y un crimen contra la historia de la humanidad, pone en evidencia la crueldad y la falta de ética de los actores responsables. Tal como aconteció con los budas de Bāmiyān en Afganistán tras su dinamitación en marzo de 2001 por el movimiento talibán, ante estas prácticas no hay reparación posible que permita reconstituir el legado perdido.