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Los superhéroes también tienen su corazoncito, maestro Scorsese

En su discurso inicial de la última edición de los Globos de Oro, Ricky Gervais, el maestro de ceremonias, hizo un celebrado chiste que provocó sardónicas carcajadas: “Martin Scorsese, el director vivo más grande del cine, fue noticia por unos comentarios que generaron cierta controversia sobre la franquicia Marvel. Dijo que esas películas no eran verdadero cine, que eran, más bien, parques temáticos. Estoy de acuerdo. Aunque no sé qué estará haciendo Martin en un parque temático. No es lo suficientemente alto para subir a las atracciones. ¡Es minúsculo!”.

La realización de la gala rápidamente mostró un plano de la mesa de Scorsese, con el que poder regalar una imagen del cineasta, sonriente, aceptando el látigo de Gervais estoica y deportivamente. Eso es, Martin, se aguanta usted, por polémico.

La gala de los Globos de oro se celebró el pasado cinco de enero de 2020. Los comentarios de Scorsese fueron publicados por la revista inglesa Empire, a mediados de octubre de 2019. Tres meses después, y todavía valía la pena rescatar el renuncio.

Demiurgo implacable de los antihéroes

¿Y qué problema hay? Es Scorsese. El maestro. Imposible enumerar sus éxitos en la gran pantalla. Disculpen no poder mencionarlos todos. Desde Malas calles (1973), pasando por Taxi Driver (1976), Toro Salvaje (1980), Uno de los nuestros (1990), El cabo del Miedo (1991), La edad de la inocencia (1993), Casino (1995), Bandas de Nueva York (2002), Infiltrados (2006), o El lobo de Wall Street (2013) hasta llegar a El irlandés (2019), su más reciente estreno, y no solo en salas de cine, sino también en Netflix.

Sus más de sesenta obras como director avalan una trayectoria impecable detrás de las cámaras. Incontables también son los galardones de su palmarés. Un Óscar, tres Globos de oro, dos Baftas, y otros ciento cincuenta premios internacionales, sin contar las casi trescientas nominaciones de una carrera de sesenta años como director, productor, guionista, actor ocasional o editor. El cineasta completo. El artista total.

Nadie como él ha sido capaz de hacer empatizar a la audiencia con sus protagonistas, casi siempre antihéroes, perdedores, personajes abandonados en una sociedad que sólo aplaude el éxito, la riqueza y el lujo. En esas geniales historias, algunos de ellos, logran, por un tiempo, triunfar en ese espejismo, e incluso parecen cómodos en su nueva situación. Pero Scorsese es un demiurgo implacable. Pocas veces reserva finales felices made in Hollywood a sus criaturas. Vuelven a sus miserias, a sus vidas crueles y tristes, castigados por un mundo gris y descarnado, violento, sangriento y lleno de mugre.

Revelación estética entorno a los personajes

El once de noviembre de 2019, el propio Scorsese aceptó purgar la ofensa en el New York Times, publicando en la sección de opinión una larga justificación de los consabidos comentarios. El artículo era un decálogo de lo que Scorsese ama u odia del cine actual, además de un panegírico sobre su añoranza de que cualquier cine pasado siempre fue mejor.

En él, Scorsese decía que, a diferencia de las franquicias de superhéroes actuales, en su juventud “el cine consistía en una revelación. Una revelación estética, emocional y espiritual. Giraba en torno a los personajes: la complejidad de las personas y sus naturalezas contradictorias y a veces paradójicas, su capacidad para herirse y amarse unos a otros y, súbitamente, enfrentarse a ellos mismos”.

Superhéroes muy humanos

Si bien es cierto que, según el cineasta y a criterio de muchos otros, las películas de la factoría Marvel (hoy propiedad de Disney) sufren de un exceso de tecnología, efectos especiales, músculos y poca expresión dramática, ¿acaso sus protagonistas, los superhéroes, no son personajes complejos? ¿No sufren revelaciones que determinan el éxito de sus misiones? ¿No se hieren, se aman, o se enfrentan a su propia naturaleza?

Peter Parker, el alter ego de Spiderman, sufre estrés post-traumático por la muerte violenta de su tío, la única figura paterna que ha conocido, y vive acomplejado por no sentirse a la altura de la joven que ama. Bruce Wayne, antes de convertirse en Batman, vivió en persona el asesinato de sus padres a manos de la mafia, y por si ello no fuera suficiente, tenía fobia a los murciélagos y a la oscuridad. Bruce Banner, el científico que se convierte en Hulk, padece, como el Doctor Jeckyll y Míster Hyde, una disociación de personalidad, desatando su ira a través de ese alter ego verde y violento. Todos ellos, seres humanos con poderes extraordinarios que sufren, padecen decepciones y tienen caracteres complejos, tanto como cualquier otro personaje de ficción bien trabajado. Stan Lee y Bob Kane hicieron bien su trabajo.

Pacino y Superman, puntos en común

El mitólogo, escritor y profesor Joseph Campbell, definió, en una de sus obras de referencia, El héroe de las mil caras (1949), las diferentes etapas de evolución y conformación del ciclo heroico o viaje del héroe. Un viaje arquetípico que, desde la llamada a la aventura hasta el regreso triunfal, pasando por hasta diecisiete etapas, permite diseccionar la complejidad de muchos personajes literarios y cinematográficos.

Con sus celebrados estudios, Campbell sentó las bases de cualquier análisis de creación de personajes de ficción, permitiendo, con su ciclo, pasar por un mismo filtro a héroes, antihéroes, villanos y demás protagonistas de cualquier género.

Siguiendo esta pauta, podríamos estudiar a Superman, Spiderman, Batman o Linterna Verde bajo la misma óptica de análisis que la mayoría de los personajes que tan magistralmente han encarnado Al Pacino, Robert de Niro o Leonardo di Caprio en los filmes de Scorsese. ¿Habría muchas diferencias? Más allá de obviedades como los poderes sobrenaturales o el origen extraterrenal, seguro que se podrían hallar muchos puntos y arcos comunes entre ellos.

Dobles vidas, figuras paternas y clubs de supervillanos

En Gangs of New York, Leonardo di Caprio encarna a un joven que se enfrentará al líder de la banda más peligrosa de Five Points, en el Nueva York fundacional, y superará pruebas casi épicas (incluso heridas mortales) para poder vencer en una batalla final y así poder vengar la muerte de su padre. ¿No suena esto muy parecido a las misiones de Batman y Spiderman cuando se enfrentan a los asesinos de sus seres queridos?

En Infiltrados, Matt Damon vivirá una doble vida, haciéndose pasar por cadete de la policía para informar a su mentor, el jefe mafioso mas peligroso de la zona, interpretado por Jack Nicholson. Para el joven, ese hombre dedicado al crimen ha sido el único padre conocido. Hola, Superman.

Uno de los nuestros y Casino retratan excelentemente colectivos del hampa en diferentes momentos de la historia. Los diferentes personajes, secundarios o protagonistas, son presentados por Scorsese de forma muy inteligente, dotándolos de dicotomías que favorezcan la empatía del espectador. Ese retrato, ese conjunto de personajes, en ocasiones, se nos llega a mostrar como una especie de liga antiheroica o club de supervillanos. ¿Tan alejado está esto del mundo de los superhéroes?

Sin ir más lejos, M. Night Shyamalan, el cineasta que juega siempre con la contradicción aparente de lo fantástico integrado en lo ordinario, en su trilogía Glass (2000-2019), presenta a héroes y villanos sin trajes, con procedencias de lo más mundanas, con familias preocupadas y poderes más que dudosos para la sociedad. Es decir, casi idénticos a los antihéroes representados en policías, mafiosos, buscavidas y perdedores del imaginario de Scorsese.

Antihéroes, superhéroes, historias

Aunque la comparación tiene cierta carga demagógica. Estamos situando en un mismo plano géneros cinematográficos que responden a sus propios cánones y convenciones. No es justo ni correcto analizar la fantasía con los parámetros del drama, el cine negro o el thriller policíaco. Tampoco es justo desprestigiar a uno de los mencionados géneros por el simple hecho de que no coincida con los gustos personales.

Este domingo, y si las apuestas no fallan, podríamos ver a Scorsese ganar de nuevo un Óscar por El Irlandés (otra de sus joyas de mafiosos estadounidenses), y a Joaquin Phoenix ganar otro por su humanizada y brillante interpretación del Joker (Todd Phillips, 2019), qué ironía.

¿Acaso no podríamos definir al Joker como al rey de los villanos, el mafioso por antonomasia? ¿No será precisamente eso lo que más sorprendió de las declaraciones que aún hoy levantan ampollas en algunos círculos? ¿Que el veterano director no fuera capaz de ver lo cerca que se encuentran el anti y el súper? ¿Qué ambos prefijos siempre preceden a lo que busca el público?

Héroes. Historias. Qué importa si fantásticas, dramas, comedias o de terror; de franquicias, de mafiosos, de villanos o de nosotros mismos. Historias, al fin y al cabo.

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