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¿Podemos lograr una educación en línea verdaderamente equitativa?

Aunque España no se caracterizaba por altas tasas de teletrabajo antes de la pandemia, este modelo sí formaba parte, en el imaginario colectivo, de un futuro posible. Sin embargo, la educación telemática era un concepto bastante desconocido. Nadie pensaba que podía volverse algo tan cotidiano en los tramos de educación obligatoria.

Pero en la primavera de 2020 la educación en línea se instauró de forma repentina y ya no ha dejado de formar parte de nuestra realidad en mayor o menor medida. A estas alturas se ha escrito mucho sobre las dificultades del sistema educativo a la hora de afrontar las restricciones de movilidad y las cuarentenas de los últimos dos años.

A pesar de ello, se trata de un fenómeno extremadamente reciente y la escasez de datos empíricos continúa siendo un problema para diagnosticar la situación y definir un camino para el futuro.

Dos de cada 10 estudiantes, con dificultades

Recientemente, el Centro Reina Sofía sobre Adolescencia y Juventud de la FAD ha publicado el informe de la investigación: “Experiencias y percepciones juveniles sobre la adaptación digital de la escuela en pandemia”, financiado por BBVA en el marco del proyecto Educación Conectada. El estudio ha permitido analizar las actitudes del alumnado hacia la educación online, las carencias y dificultades que han experimentado y sus expectativas.

Cerca de la mitad de los jóvenes (un 47,2 %) afirma que pudo continuar con los estudios no presenciales “bien, con algunas dificultades” frente a un 28,1 % que lo hizo “perfectamente”. Sin embargo, dos de cada diez han tenido bastantes o muchas dificultades para poder seguir el ritmo de la formación y cumplir con su curso escolar.

Problemas materiales o de acceso

Las principales dificultades experimentadas por el alumnado han sido los problemas materiales o de tipo técnico, ligados al acceso a dispositivos y herramientas tecnológicas tanto en los centros de estudio como en los hogares.

Un 30,4 % de los jóvenes experimentaban cortes o lentitud en su conexión de forma constante o con frecuencia; y, con la misma frecuencia, un 21,7 % se sentían limitados por sus dispositivos tecnológicos.

En cualquier caso, las barreras al aprovechamiento tecnológico van más allá del mero acceso físico a los dispositivos: la primera brecha digital. Se vinculan sobre todo a las condiciones estratégicas de acceso, las competencias digitales, motivaciones y formas diferenciales de uso: la segunda brecha digital.

Segunda brecha digital

En este sentido, la juventud destaca las dificultades estratégicas a la hora de adaptar el plan de estudios y los materiales al ámbito telemático mediante un método común. También resultan cruciales las dificultades de autogestión y los retos en el seguimiento, la sobrecarga de tareas o las dificultades en las evaluaciones.

Por último, es fundamental destacar los problemas psicosociales, como el aburrimiento, o la falta de concentración y de motivación que más de la mitad del alumnado ha experimentado constantemente o con frecuencia.

El problema del aprovechamiento

Llegados a este punto, conviene abordar lo que se ha definido como tercera brecha digital: los beneficios tangibles que las personas obtienen del uso diferencial de las nuevas tecnologías. Teniendo un nivel de competencias digitales similar, las personas de clases altas tienen un mayor aprovechamiento de los recursos tecnológicos que las personas de clases bajas.

Por ejemplo, el uso de tecnologías de la información y comunicación (TIC) con fines educativos da mejores resultados a una persona perteneciente a una familia que cuenta con un capital cultural y recursos educativos elevados en comparación a una familia vulnerable con menos recursos educativos.

A su vez, en el plano laboral, a las personas que ya cuentan con un puesto de trabajo con buenas condiciones laborales el uso de TIC les ayuda a acceder a nuevos trabajos con mejores condiciones. En cambio, las personas en trabajos precarios tienden a utilizar las nuevas tecnologías para buscar trabajos similares a los que ya tienen.

Quiebra de la igualdad de oportunidades

Una de las principales conclusiones de la investigación es que la pérdida de presencialidad supone una quiebra de la igualdad de oportunidades que debe garantizar el sistema educativo.

Las primeras dos brechas digitales reflejan un panorama claramente desigual sobre las consecuencias de la educación telemática y estas desigualdades intrageneracionales articulan la tercera brecha digital, principalmente, desde la clase social y el género.

En línea con otras investigaciones recientes, los datos confirman que las carencias materiales marcan puntos de partida de desventaja en relación a otras posiciones sociales económicamente más favorables.

Los jóvenes más vulnerables cuentan con menos equipamientos tecnológicos, necesitan un esfuerzo económico familiar más intenso para adaptarse, tienen menos acceso a actividades de refuerzo, se perciben con un menor nivel de destreza tecnológica y declaran más dificultades para continuar con sus estudios en línea.

¿Y las diferencias de género?

También han cobrado relevancia, en este contexto, las diferencias de género. Las mujeres muestran mayores niveles de estrés y ansiedad ante la formación en línea (57,2 %, por el 31,8 % de los hombres) y señalan en mayor porcentaje la falta de motivación, concentración y aburrimiento (alrededor de 15 puntos porcentuales más que ellos).

Ellas también son mucho más críticas con la organización de la educación no presencial y con las propias capacidades del profesorado y de los jóvenes. Además, la falta de organización institucional y la sobrecarga de trabajo de profesionales educativos han invisibilizado y desatendido elementos como la formación en valores e igualdad que se trataban de forma presencial en los centros educativos.

No hay equidad sin presencialidad

La mirada hacia el futuro de la enseñanza, en el caso de los adolescentes y jóvenes, pasa necesariamente por la presencialidad, aunque también entendemos que la formación en línea ha llegado para quedarse. Pero debe ser a través de modelos híbridos.

Un 33,6 % afirma que le gustaría que la educación en el futuro fuera exclusivamente presencial, un 24,9 % que preferiría una combinación a partes iguales, y el 17,3 % optaría por un enfoque combinado con más peso de la presencial.

En cualquier caso, como hemos visto, los modelos de enseñanza híbridos no pueden basarse únicamente en la garantía de acceso a equipamientos técnicos, sino que deben ir acompañados de estrategias coordinadas para que la digitalización de la escuela y la integración tecnológica sea un ejercicio transversal y planificado que corrija las desigualdades estructurales que afrontan las personas con perfiles más vulnerables.

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