Alex tiene un problema: es adicto al running. “Le guste a mi familia o no, tengo que salir a correr”, declara. “Forma parte de lo que soy”. Lo que antes eran carreras tres días a la semana se han convertido en 10 sesiones cada siete días. Cuando le surge algo que le impide hacer ejercicio, Alex se muestra irritable y le abruma un sentimiento de culpa. Pasó de practicar deporte como una actividad saludable a abusar de su propio físico. Su cuerpo está destrozado y, aunque se encuentra mental y físicamente agotado, no deja de correr.
Los beneficios que aporta a la salud física y mental marchar a un ritmo ligero son indiscutibles. Sin embargo, los runners pueden caer en el error de convertir un hábito sano en perjudicial. Esto es, precisamente, lo que les ocurre a los corredores de larga distancia, que al incrementar la dureza de sus entrenamientos reducen su nivel competitivo. Es decir, se arriesgan a transformar la perseverancia del “quiero correr” en una presión y exceso insanos expresados en los términos “tengo que correr”.
Así se produce el cambio
Supongamos que usted empieza a correr porque quiere ponerse en forma y situarse en el peso adecuado. Lo intenta y le gusta, así que sigue saliendo a recorrer las calles. Un mes después, se da cuenta de que la ropa le queda mucho mejor, sus amigos comentan lo bien que se le ve últimamente y sus compañeros de ruta alaban sus progresos técnicos y su velocidad. No es para menos, ya que ha mejorado su marca. Está alcanzando los objetivos que se había propuesto, supera a los demás y, por si fuera poco, correr le produce un subidón.
Aun así, no le resulta suficiente. Correr cinco kilómetros ya no le produce el mismo efecto de euforia, así que aumenta el circuito hasta los 10 kilómetros. Ya no tiene tiempo para comer y charlar un rato con sus compañeros al haber duplicado la carga de ejercicio, pero no importa. Todos a su alrededor no paran de decirle lo bien que luce, y usted es cada vez más rápido y se siente en la gloria. Es entonces cuando la bola de nieve se hace más grande y se plantea que si puede con 10 kilómetros, ¿por qué no preparar una media maratón?
La situación entraña un peligro: su confianza está comenzando a depender del running. Es algo que le define. Y es que, si no corre, ¿quién es usted? Si reduce la exigencia de sus entrenamientos o se olvida de ellos, todo lo que está viviendo y experimentando desaparecerá. La gente lo admira por salir a correr, y su autovaloración también se basa en eso. Por lo tanto, no le queda más remedio que seguir corriendo para mantener la percepción que tiene de sí mismo. Tiene sentido para usted: cuanto más corre, mejor se siente, goza de mayor aceptación social y, por consiguiente, aumenta su autoestima. Acaba por forjar una convicción incuestionable: “Si no sigo corriendo, me convertiré en un don nadie”.
Las investigaciones que se han llevado a cabo indican que las personas que se identifican de manera clara con un perfil deportista (entre las que se incluyen los corredores) y a las que su físico les genera ansiedad tienen más posibilidades de crear dependencia hacia el ejercicio. Nuestro trabajo como psicólogos del deporte y el ejercicio nos permite habitualmente conocer personas consumidas por su identidad atlética que han llegado a la conclusión de que su éxito como deportistas refleja su valía personal. Es decir, si tengo éxito como atleta, soy valioso. Si no lo tengo, soy inútil. Tengo que triunfar, ya que mi autoestima está en el alambre.
Los runners no tienen el éxito asegurado, así que ellos mismos se colocan en situaciones en las que parten con desventaja. El estudio que hemos desarrollado muestra que las personas cuya autoestima depende del éxito o de sus logros son propensas a disfrutar de un bienestar psicológico más reducido.
Ilógico
Las proposiciones que comienzan por “tengo que…” y “no valdría para nada si no hiciera…” son consideradas ilógicas en algunas terapias psicológicas, especialmente en la terapia racional emotiva conductual (TREC), que es empleada de manera frecuente en el deporte y el ejercicio. Las pruebas de las que disponemos evidencian que las personas que tienen esta convicción falta de lógica sufren un mayor riesgo de desarrollar diferentes tipos de dependencias, como alcoholismo, adicción a Internet y adicción al ejercicio. Además, aunque estas creencias alejadas del sentido común puedan parecer motivacionales, conllevan un agotamiento físico y emocional considerable.
Existen tres razones por las que podemos asegurar que estas convicciones no están asentadas en la lógica. En primer lugar, obstaculizan el bienestar en vez de impulsarlo. En segundo lugar, construyen una motivación a corto plazo basada en la culpa, es decir, se entrena para evitar remordimientos y no para disfrutar de los beneficios. Por último, no reflejan la realidad: debes respirar, comer, mantenerte hidratado y dormir. No te hace falta correr.
Ayudando a Alex
Nuestro trabajo con atletas (especialmente de larga distancia) que se han sometido a TREC demuestra que al fomentar la aplicación de la lógica en sus objetivos se consigue una motivación más sana y un incremento de la resiliencia. De esta manera, los deportistas son capaces de alcanzar los objetivos que ellos mismos se proponen y reducen el nivel de ansiedad en sus hábitos relacionales.
Este proceso implica la necesidad de entender las creencias ilógicas profundamente arraigadas en algunas personas para hacer desaparecer tales convicciones, a la vez que se ayuda a los pacientes a desarrollar alternativas racionales. Así, “tengo que…” y “no valdría para nada si no lo hiciera…” se convierten en “quiero, pero no tengo que…” y “si no lo hiciera me decepcionaría, pero no sentiría que no valgo para nada”.
Nuestra labor con atletas de élite demuestra que al enfrentarse a obstáculos, como pueden ser las lesiones, las creencias lógicas generan acciones y emociones útiles para la consecución de sus objetivos.
Llegados a este punto, si cree que se encuentra en riesgo de desarrollar una relación perjudicial con el running, recuerde que correr es tan solo una elección. No alcanzar un objetivo o perderse una sesión de entrenamiento le puede hacer sentir mal, pero tampoco es para tanto. Tenga claro también que sus logros como corredor no le definen: usted es más que eso, así que separe su autoestima de sus acciones. Ser un buen runner no le convierte en mejor persona, de la misma manera que ser un mal corredor no influye en su calidad humana.