Nota del autor: En este artículo se utiliza el término queer para englobar cualquier disidencia afectivo-sexual o de género respecto al sistema cisheteronormativo.
Frente a los prejuicios y las especulaciones, la Ciencia siempre se ha basado en la objetividad y la autocrítica para hacer avanzar el conocimiento. Sin embargo, la elección de qué y cómo se analiza nunca está totalmente libre de subjetividad y sesgos inconscientes. Por ejemplo, la biología y la palentología nos dejan algunos ejemplos en los que estereotipos culturales han sido volcados en animales, con asignaciones de sexo incorrectas debidas a factores como el tamaño en Tiranosaurios Rex, o la cercanía respecto al nido en Maiasaurios (en griego “reptil buena madre”).
Estos sesgos, junto con la falta de igualdad de oportunidades a la hora de desarrollar una carrera científica, han sido señalados desde el feminismo y los movimientos antirracistas y, por supuesto, también afectan a la comunidad LGTBIQ+.
La situación de partida
Quizás uno de los ejemplos más claros de la compleja relación entre la Ciencia y la comunidad queer sea su tratamiento de la transexualidad. Patologizada hasta la saciedad por parte de científicos cisgénero ajenos a la propia experiencias trans, la transexualidad ha estado tipificada como enfermedad por la Organización Mundial de la Salud hasta 2018.
Sin embargo, un cambio de mirada sobre el mismo tema permite determinar con rigor científico que, mientras adolescentes trans patologizados tienen mayores tasas de depresión, ansiedad y suicidio, aquelles aceptades por su entorno no presentan diferencias significativas respecto a individuos cisgénero de la misma edad. Es decir, la Ciencia demuestra que el origen de los estigmas psicológicos asociados a las personas trans no proviene de un problema interno con su identidad, sino que son la consecuencia natural del rechazo y la discriminación externos.
Se podría pensar que la diversidad de agentes científicos sólo es necesaria en aquellos campos que atañen directamente a sus realidades, pero lo cierto es que los estudios muestran que equipos de trabajo socialmente diversos son más creativos, diligentes, y capaces de anticipar puntos de vista contrarios.
Esto es también cierto en las disciplinas científicas, en las que se ha demostrado que la diversidad favorece y potencia la innovación. No obstante, el aumento de la diversidad en Ciencia no puede entenderse exclusivamente como un medio para mejorar el avance científico en sí mismo, sino también como un reto de justicia social. Cualquier persona, independientemente de su género, orientación o identidad debería tener el mismo derecho a acceder y desarrollar una carrera científica en igualdad de oportunidades, sin miedos y discriminaciones que perjudiquen su evolución profesional.
¿Cuál es la situación actual de las personas queer que se dedican a la Ciencia?
Según datos de 2015, sólo la mitad de las personas encuestadas estaba total o casi totalmente fuera del armario en entornos laborales dedicados a las ciencias sociales. Según este mismo estudio, el porcentaje de apertura se reduce aún más en disciplinas con menor presencia de mujeres, como la ingeniería o las matemáticas.
Además de recordarnos la necesidad de una perspectiva feminista en la lucha LGTBIQ+, esta información se une a datos preocupantes sobre el armario en entornos laborales generales. Por ejemplo, en un estudio internacional de 2018 se destacaba que el 41% de personas queer socialmente fuera del armario (18-25 años) había vuelto al armario al incorporarse al mercado laboral. Tres de cada cuatro personas LGTBIQ+ lo habían escondido alguna vez en el trabajo.
Es importante destacar que mantenerse en el armario es un ejercicio constante de análisis y contención que repercute sobre la productividad y la salud mental, y que salir de él sigue siendo un acto de valentía dada la persistencia de discriminaciones implícitas y explícitas hacia el colectivo. El informe LGBT Climate in Physics de la American Physical Society destacaba que más de un tercio de las personas LGTBIQ+ encuestadas habían considerado abandonar su puesto de trabajo o centro de estudios debido al acoso sufrido o presenciado.
Para entender las discriminaciones sufridas por el colectivo en el entorno científico, resulta imprescindible mantener una visión interseccional. La frecuencia e intensidad de las agresiones y discriminación sufridas está intrínsecamente atravesada por otros factores como el género, la identidad, la racialización, el capacitismo, etc. Por ejemplo, mientras el 31% de hombres gais, bisexuales y transexuales había presenciado o sufrido acoso en sus entornos de trabajo, la tasa en mujeres ascendía hasta el 44%.
Mientras un 30% del conjunto de la comunidad LGTBIQ+ valoraba como “discriminatorio”, “carente” o “desigual” su entorno de trabajo, este porcentaje se ampliaba hasta el 49% en el caso de las personas trans. Por no hablar de todas las personas trans que directamente no pueden acceder a la carrera científica debido al inhumano nivel de paro dentro del colectivo (85% en España en 2017)
Todas estas realidades y tendencias han vuelto a quedar de manifiesto en el informe “Exploring the workplace for LGBT+ physical scientists” que acaban de publicar el Instituto de Física, la Real Sociedad de Astronomía y la Real Sociedad de Química del Reino Unido.
La lucha por un futuro científico más igualitario
A la hora de generar entornos científicos más diversos e inclusivos, podemos aprender mucho de la lucha feminista en este sector.
De entre todas las estrategias necesarias para atraer a más mujeres a la ciencia (implicación institucional, fomento de vocación a edades tempranas, formación en igualdad en los centros de trabajo, etc..), cabe destacar la importancia de los referentes. Está demostrada, por ejemplo, una relación directa entre el número de referentes femeninos en el profesorado de un determinado campo y el número de alumnas que eligen seguirlo. Si nos fijamos en los referentes científicos globales, basta mirar el historial de ganadores de premios Nobel en disciplinas técnicas para percibir una clara hegemonía del hombre blanco cisgénero entre los galardonados. Por ejemplo, en Física sólo tres galardonadas han sido mujeres (la última en 2018).
Esta brecha no puede justificarse por la distribución estadística de géneros, sino que existen otros factores de discriminación, como la persistencia de un cierto desprecio de algunos sectores científicos al trabajo realizado por mujeres.
Ben Barnes, científico trans en el campo de la neurobiología, comentaba por ejemplo el cambio que notó en la valoración de sus trabajos como consecuencia de su transición de género.
En este contexto, resultan particularmente admirables y necesarios referentes queer visibles en ciencia como Sophie Wilson, Carolyn Bertozzi, Nergis Mavalvala o el propio Barnes.
El asociacionismo es otro paso fundamental para luchar por los derechos de los grupos minorizados. Diversos colectivos dedicados a la intersección entre Ciencia y LGTBIQ+ han surgido en distintos puntos del planeta (500 Queer Scientists, Out in STEM, NOGLSTP…), llegando a crearse el día internacional LGBT in STEM.
En España acaba de fundarse PRISMA, una asociación nacional sin ánimo de lucro para la diversidad afectivo-sexual y de género en Ciencia, Tecnología e Innovación. Esta iniciativa pionera se presenta oficialmente el 28 de junio en Barcelona y el 4 de julio en Madrid, y marchará en el Orgullo de ambas ciudades bajo el lema “La naturaleza nos enseña que la diversidad nos hace más fuertes”.
En definitiva, la necesidad de voces diversas (y de una igualdad de oportunidades real para ellas) está finalmente siendo abordada por la comunidad científica. Está en nuestras manos abrir los espacios científicos a personas queer de todos los orígenes y géneros, orientaciones e identidades; y convertir sus aportaciones al conocimiento en herramientas de inclusión, resistencia e igualdad.
El autor agradece su colaboración a “Mujeres con los Pies en la Tierra”, colectivo de mujeres científicas feministas en Ciencias Naturales, y a Gloria Pérez Ortiz, COGAM – Educación.