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Concierto en el Rototom Sunsplash, festival reggae en Benicassim. Luca Valenta / Wikimedia Commons

¿Por qué hay tantos festivales en España?

Los festivales artísticos son una excelente plataforma de difusión, una ventana a través de la que, de una manera excepcional y singular, descubrir y disfrutar de nuevas o consolidadas propuestas y tendencias artísticas.

Desde una perspectiva académica, el estudio del fenómeno “festival” se ha desarrollado enormemente en las últimas décadas a pesar de la complejidad que presenta el campo. Una complejidad que viene dada por la volatilidad, el dinamismo y la versatilidad o mutabilidad de los festivales. Y, también, por la propia heterogeneidad de éstos. Es decir, entre otros elementos, la variedad de los géneros artísticos (y especialización estilística) que se incluyen en la programación; el carácter de los organismos que los impulsan u organizan; las diferentes dimensiones de los presupuestos; la gran diversidad de formatos; o la tipología y el acento de las actividades y del programa artístico.

El desarrollo de los festivales nacionales

En España, este paisaje de festivales, desde la llegada de la democracia, ha sufrido bastantes modificaciones, tanto desde una perspectiva cualitativa como cuantitativa (y casi exponencial en los últimos tiempos).

A nivel cuantitativo, muchos autores coinciden en plantear varios determinantes que explicarían este aumento, vinculados, la mayoría de ellos, a su carácter intensivo temporal (y comparado con la programación regular).

Serían, entre otros, los menores costes de asistencia, transacción y organización; la reducción del anquilosamiento cultural que permite el fenómeno; el gran poder de atracción de diferentes audiencias; su alto grado de impacto mediático; o los efectos positivos económicos, sociales o culturales que pueden llegar a alcanzar, independientemente de su tamaño.

Desde una perspectiva cualitativa, las políticas culturales públicas emprendidas durante los primeros años de la democracia favorecieron un aumento considerable de equipamientos, servicios y proyectos culturales, entre los que se incluían los festivales.

Teatre Grec de Barcelona, durante el festival del mismo nombre. Josep Aznar / Wikimedia Commons

Así, se produce un crecimiento en el nacimiento de festivales artísticos (impulsados muchos de ellos desde organismos públicos) en cuya programación predominaban, mayoritariamente, las artes escénicas y la música clásica. También, dentro de este tipo, se pueden mencionar festivales como el Grec de Barcelona, Fira Tàrrega o la Semana de Música Religiosa de Avilés.

En la década de los 90, sobre todo en la segunda mitad, se dan cambios significativos que llegarán hasta la recesión económica. Por un lado, aumentan de forma considerable los festivales audiovisuales debido a la participación consolidada y comprometida del tercer sector (organizaciones implicadas mayoritariamente en el impulso de festivales de cine), a los múltiples avances tecnológicos y digitales que reducen drásticamente los costes de producción técnica (en comparación con el sector del espectáculo en vivo) y a la mayor facilidad de especialización en relación al género artístico (por ejemplo, por formato, origen territorial o temática social).

Por otro lado, se produce un boom de festivales de música moderna por, entre otros motivos, la aparición de las primeras empresas culturales y la creación y consolidación del modelo macro-festival (financiado fundamentalmente a través de la asistencia de público, los consumos que realizan los asistentes y el patrocinio). En este caso encontramos casos como los del Sónar, el Festival Internacional de Benicasim, el Primavera Sound, el Contempopránea o el Sonorama.

Evolución de los festivales en España. Tino Carreño Morales

Estas variaciones, como se puede ver en el gráfico -extraído de mi tesis doctoral “La gestión de festivales en tiempos de crisis”-, explican claramente el cambio de tendencia en el nacimiento de festivales según el género artístico producido entre los primeros años de la democracia, cuando el 59% de los festivales nacidos eran de música clásica y de artes escénicas, y el periodo comprendido entre finales de los 90 y hasta los años de la crisis económica, cuando un 69% de los eventos artísticos recién nacidos eran de música moderna y audiovisuales.

Los festivales tras la recesión

Pero, ¿qué ha sucedido en los últimos años? Durante la recesión económica se pudo llegar a pensar en una acusada desaparición de festivales. Sin embargo, ante esta situación tan compleja, el sector de los festivales demostró tener, sobre todo en los inicios de la crisis, una enorme capacidad de adaptación y mutación a las adversas circunstancias que estaban aconteciendo en el entorno.

Muchos festivales, para poder hacer frente a las reducciones presupuestarias, tomaron diferentes medidas como fueron, mayoritariamente, la disminución del número de días o número de espectáculos, conciertos o películas programadas. Otras, menos utilizadas, fueron el cambio de ubicación, de fechas de celebración o de nombre del evento.

A medida que la crisis se fue agravando, los festivales comenzaron a acusar este desgaste y se inició un proceso gradual de desaparición casi asimétrico. Por un lado, los ajustes en presupuestos públicos fueron cada vez más drásticos, hecho que afectó a los festivales más dependientes de estos recursos, sobre todo los de música clásica y artes escénicas. Por otro lado, el consumo cultural también se redujo.

En el ámbito de la música popular, por ejemplo y según el anuario de la Fundación SGAE, se pasó de los casi 36 millones de espectadores en el 2008 hasta los cerca de 24,8 en el 2015. Sin embargo, en el campo de los macro festivales no se produjo esta reducción tan drástica e incluso, a partir del 2015, los datos crecieron de manera importante consolidando, aún más si cabe, el modelo festival como una fórmula cultural exitosa. Así, en el año 2017 según datos de la APM, el top de los 10 festivales de música superó los 1,85 millones de espectadores mientras que, en el 2015, se situaba en los 1,535 millones.

Concierto en Aranda de Duero durante el Sonorama. Pravdaverita / Wikimedia Commons

Estos hechos, unidos al bajo riesgo económico y social de los eventos artísticos comparado con la programación regular, han favorecido una renovación continuada y casi vertiginosa en el ámbito de los festivales, sobre todo de la música moderna y del audiovisual, en los últimos años.

Si se toma como ejemplo la ciudad de Barcelona (aunque cada territorio tiene sus particularidades), según datos del Institut de Cultura de Barcelona, de los más de 190 festivales y ferias culturales que se llevaron a cabo en el año 2017, más del 50% se crearon entre el año 2010 y el 2017. Además, y otro dato que confirma lo expuesto anteriormente, de los festivales nacidos entre el año 2015 y 2017, aproximadamente un 28% son de género audiovisual y, un 30%, de música moderna.

Ante esta situación, y a modo de conclusión, muchas son las cuestiones que se podrían plantear. ¿Se consolida y se hace imparable el concepto de la festivalización (musical) de la cultura? ¿Cuáles son/serán las consecuencias de este proceso? ¿Qué funciones deben cumplir los festivales y cuáles la temporada estable?

Por otro lado, y finalmente, es cierto que los festivales producen grandes impactos positivos en el territorio, pero ¿qué sucede con los impactos negativos? ¿Los medioambientales? ¿La uniformidad creciente de la oferta en relación con las programaciones artísticas y con los formatos de los festivales? Son cuestiones todas que deberán estudiarse con mucho más detenimiento en los próximos tiempos.

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