Gracias a la globalización, comprar pan en Madrid, por ejemplo, puede ser una experiencia intercultural. En la panadería de mi calle es habitual escuchar peticiones como estas:
¿Puedo tener un pan?
Two bocadillos, please.
El peculiar castellano de algunos clientes no impide a mi panadera, una joven ecuatoriana, dar curso a los pedidos. Recuerdo, sin embargo, una ocasión singular. Una mujer de apariencia eslava se acercó al mostrador y, antes de que pudiera pronunciar palabra, recibió este saludo: “A usted no la atiendo, que es una maleducada”. “¿Yo?”, se sorprendió la clienta, confirmando su procedencia con el acento. “Es que siempre me quiere mandar y me trata como a su criada”, explicó la dependienta.
Es fácil imaginar lo sucedido: posiblemente, una petición formulada en imperativo, sin saludo previo ni fórmulas como “por favor” ni “gracias”, y con una entonación poco natural. No es raro que alguien hable así en una lengua que no domina bien. Sin embargo, debería llamarnos la atención el contraste entre las reacciones de la panadera: “Two bocadillos, please” (quizás con una sonrisa) no bloquea el intercambio, pero un imperativo desnudo (“Dame dos barras de pan”, en un tono percibido como seco) sí puede hacerlo. ¿Por qué ocurre esto?
Palabras y acciones
Dentro de la Lingüística, la especialidad denominada Pragmática estudia el lenguaje desde la perspectiva del uso que hacemos de él. Hablar no es solo producir palabras y oraciones, sino llevar a cabo acciones sociales: pedir un objeto, rechazar un ofrecimiento, disculparse, insultar… Todas estas cosas son muestras de lo que Austin (1962) y Searle (1969) denominan “actos de habla”: tipos de intenciones que pueden reconocerse cuando alguien emite un enunciado.
Cualquier acto de habla puede realizarse con formulaciones muy distintas. Veamos algunos ejemplos de peticiones: “Ponme otra cerveza” (petición directa y abierta, sin atenuación), “Otra cerveza, cuando puedas” (petición directa y abierta, pero atenuada), “¿Me pondrías otra cerveza?” (petición atenuada, abierta pero no directa, ya que se formula como una pregunta), “Oye, que estamos secos… (mostrando el vaso)” (petición indirecta, a través de una insinuación), “Me tomaría otra cerveza…” (el hablante manifiesta un deseo, pero evita expresar la petición). Obviamente, cada manera de pedir exigiría circunstancias diferentes para ser adecuada.
La cortesía verbal
Los enunciados anteriores incorporan distintos tipos de estrategias de cortesía. Según Brown y Levinson (1987), cuanto más indirecta sea una formulación, más cortés resulta. En muchas culturas, una petición abierta, directa y sin atenuación solo es aceptable cuando se trata de cuestiones de la vida cotidiana, entre personas muy próximas sin relación jerárquica.
En el otro extremo, también es aceptable si existe una relación jerárquica fuerte y si el superior solicita al inferior algo que forma parte de sus obligaciones.
Las cosas, sin embargo, no son tan sencillas. En Madrid, paseando por un parque urbano en fin de semana, oímos peticiones como: “Eh, cabrón, pásame ya esa cerveza, jo…” La interpretación de la cortesía tiende a variar en función de la confianza previa entre los hablantes, la (no) problematicidad del tema de conversación, el hecho de compartir unos valores y una identidad grupal.
En aras del espíritu de grupo, un enunciado aparentemente descortés puede convertirse en una marca de afiliación. Este fenómeno se denomina “anticortesía”; no está presente de igual forma en todas las culturas y solo es utilizable en condiciones muy específicas.
Representaciones culturales
Cualquier enunciado se emite e interpreta en relación con unas creencias, presuposiciones y expectativas culturales. Esto da lugar a lo que se denomina “estilos de comunicación”: unos patrones generales de comportamiento verbal o no verbal, por los cuales, en las distintas situaciones, se tiende a preferir unas formulaciones u otras.
La manera directa o indirecta, atenuada o no, de pedir algo; lo que se puede decir y lo que conviene callar; la manera de iniciar una conversación y la ocasión de hacerlo forman parte de los estilos de comunicación.
En español peninsular, por ejemplo, tendemos a formular peticiones de un modo más directo que en otras lenguas y culturas de nuestro entorno, y también que en muchas variedades de español americano. Eso puede estar en el origen de no pocos malentendidos y percepciones indeseadas.
Estrategias opuestas para un mismo fin
Al expresarnos en una lengua extranjera, caemos fácilmente en estilos de comunicación que resultan peculiares por no ser esperables.
En un mismo día, recibí hace poco dos correos electrónicos de dos estudiantes de posgrado, una española y otra china. Ambas querían comunicarme su (excelente) nota de trabajo de fin de máster y expresarme su agradecimiento. La estudiante española escribía:
“Estimadísimo José: … Me habría gustado darte las gracias personalmente por toda la ayuda durante el TFM, pero también por las clases…, ha sido todo un placer ser tu alumna. Espero verte pronto… Un fuerte abrazo”.
Su compañera china decía:
“Estimado profesor: … Sé muy bien que existen muchos problemas en mi trabajo, además siempre lo envié muy tarde, por tanto no ha sido un trabajo fácil, pero usted siempre me contestó rápidamente y me ayudó muchísimo. Por lo tanto solo quería reiterar nuevamente mi agradecimiento… Un saludo cordial”.
Los dos mensajes resultan adecuados, pero optan por estrategias opuestas. Cada autora evidencia una representación mental distinta de la cortesía en las relaciones profesor-estudiante (proximidad cordial versus deferencia respetuosa).
La comunicación intercultural es un juego arriesgado, cuyas reglas distan de ser solamente gramaticales.
El aprendizaje de un idioma debería incluir un acercamiento consciente a la manera en que sus hablantes tienden a conceptualizar las relaciones interpersonales y las situaciones sociales. Así, la clienta eslava se hubiera evitado un juicio personal desfavorable cuando solo quería comprar pan.