Comenzamos la semana de Navidad 2021 con una incidencia acumulada creciente y por encima de los 500 casos por cada 100 000 habitantes en 14 días, según el informe del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias. Sin embargo, la situación no es la misma que otras veces que hemos llegado a esos niveles de incidencia. ¿Qué está pasando?
En la gráfica de abajo se puede observar, comparando la parte de la izquierda (correspondiente a diciembre de 2020) y la de la derecha (con los datos más recientes), como ahora mismo estamos en una situación de:
Un número de casos por encima del que teníamos previo a las navidades pasadas.
Una ocupación hospitalaria, de UCI y fallecimientos inferior a las mismas fechas del año pasado.
Además, podemos añadir que nos encontramos con un nivel de restricciones y de movilidad más cercanos a lo que teníamos antes de la pandemia.
¿Esto qué significa? Vamos a intentar brevemente analizar la situación actual comparándola con situaciones pasadas para plantear cómo actuar ahora.
La covid-19 ha cambiado poco; la situación, mucho
El virus en sí mismo ha cambiado poco desde la primera ola. Sí, es cierto que han aparecido nuevas variantes con mayor transmisibilidad, pero sus características principales siguen siendo las mismas: sus modos de transmisión, sus síntomas, los eventos que propician más su propagación… Lo que ha variado es la situación en la que ocurre la transmisión.
Y la situación ha cambiado en varios aspectos. Por un lado, y principal, la vacunación. Las vacunas están ejerciendo un papel muy importante en contener las hospitalizaciones y los fallecidos. Incluso, aunque no es su papel principal, sabemos que también son capaces de disminuir la transmisión.
Por otro lado, y como consecuencia de la vacunación, hemos recuperado muchas actividades presenciales que estaban paradas desde marzo de 2020. Este hecho ha tenido efectos sociales muy positivos, pero también aumenta la facilidad con la que se pueden transmitir los virus respiratorios.
En resumen, la situación de ahora favorece la transmisión, pero la posibilidad de que los casos acaben en una situación grave es más baja.
La incidencia no lo es todo, pero sigue siendo importante
En los últimos meses hemos escuchado mucho que la incidencia acumulada ya no es el mejor indicador para medir la evolución de la pandemia de covid-19. Esto se debe al punto que hemos comentado anteriormente: si las vacunas consiguen que la gran mayoría de los casos sean leves, las medidas tendrían que tomarse según la ocupación hospitalaria.
Esta perspectiva de dar más importancia a los datos de ocupación hospitalaria es correcta. Una incidencia acumulada de 500 casos por cada 100 000 habitantes no tiene el mismo significado ni las mismas consecuencias en diciembre de 2021 que en agosto de 2020. Sin embargo, la frase de “la incidencia ya no sirve como indicador” plantea muchos problemas:
La incidencia nunca ha sido el único indicador sobre el que se tomaban medidas. La mayoría de las intervenciones no farmacológicas siempre se han tomado para evitar el colapso sanitario. El famoso “aplanar la curva” se destinaba a evitar la saturación de los hospitales.
La saturación del sistema sanitario no solo se produce en los hospitales. Incidencias muy altas pueden colapsar (y, de hecho, lo hacen) la atención primaria y los servicios de vigilancia epidemiológica. Las consecuencias de esto pueden ser muy graves, ya que se deja de atender la patología habitual. Si los centros de atención primaria tienen que atender exclusivamente casos leves de covid-19 por una alta incidencia, se abandona el seguimiento del resto de problemas de salud de la comunidad.
Niveles muy altos de transmisión pueden impactar también en los hospitales, tal y como dice el ECDC en su última evaluación de riesgo. Las vacunas disminuyen enormemente las posibilidades de que una persona tenga una enfermedad grave, pero no lo dejan a 0. Y niveles muy altos de transmisión llegarán a las personas más vulnerables.
Porque, tengámoslo en cuenta, las vacunas no cambian quién es más vulnerable. Aunque las personas vacunadas tienen menos riesgo de una enfermedad grave, una persona vacunada con una enfermedad crónica previa y una persona vacunada joven y sana no tienen la misma posibilidad de desarrollar covid-19 grave.
Y entonces, ¿qué podemos hacer en la situación actual?
Cada ola de la pandemia trae también una ola de medidas más imaginativas. Muchas de ellas, como los pasaportes covid-19, con dudosa o nula efectividad en nuestro contexto. Pero como hemos comentado antes, el virus no cambia, lo que cambia es el contexto. ¿Y qué significa eso? Significa que las medidas que sirven para contener la epidemia son las mismas que hemos tenido siempre: vacunación, evitar aglomeraciones, ventilación, mascarillas… Lo que cambia es el contexto en el que las aplicamos.
Entendiendo este contexto, lo que tenemos que hacer es modular y adaptar a la realidad lo que ya sabemos que funciona. Eso puede pasar por:
Disminuir la transmisión del virus. Aunque las hospitalizaciones y los fallecidos sean diferentes a otras olas, ya hemos visto que las incidencias muy altas pueden acarrear problemas. Pero las medidas que tomemos ahora tienen que tener en cuenta que las restricciones pueden causar efectos secundarios económicos y sociales muy grandes. Toda medida de salud pública siempre tiene que ser proporcional al riesgo y evaluar sus consecuencias. Por eso, ahora mismo sería urgente implementar aquellas medidas que tienen mayor impacto con menores efectos secundarios. Entre ellas, retrasar las grandes aglomeraciones (conciertos multitudinarios) e implantar el teletrabajo al menos hasta finales de enero. Los brotes laborales en las últimas semanas suponen un problema para el control de la pandemia.
Continuar con el programa de vacunación para evitar el máximo número posible de casos graves. Eso implica vacunación a niñas y niños de 5 a 11 años, dosis de refuerzo a personas en situación de vulnerabilidad, y búsqueda activa de personas no vacunadas para conseguir aumentar la cobertura vacunal.
Reforzar la atención primaria y los sistemas de vigilancia epidemiológica. Esto pasa por volver a activar los esfuerzos de los seguimientos de casos y contactos (los famosos rastreadores desmantelados en casi todos los lugares) y por facilitar el trabajo a atención primaria. Para concretar esto, los centros de atención primaria deben dedicarse principalmente a atender la patología habitual y descargar parte del trabajo que realizan del covid-19. El mejor modo de hacerlo es apoyar a los centros con más lugares para hacer pruebas de covid-19, y descentralizar los trámites burocráticos para la gestión de las bajas. En los hospitales, además, convendría acabar con la eventualidad de los contratos covid, que impiden una planificación de personal y condenan a la precariedad.
Cada ola plantea situaciones diferentes y, como decíamos antes, el virus apenas cambia: lo que cambia es el contexto para aplicar medidas. Esto nos obliga a ser más inteligentes, a adaptarnos a cada situación que genera nuevas incertidumbres. La pandemia nos plantea cada día nuevos retos que tenemos que afrontar.