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Una mujer con la cabeza rapada y chupa de cuero mira hacia abajo.
Retrato de Sinead O'Connor. Album / Alamy

Sinéad O'Connor: un alma afligida de inmenso talento y espíritu inquebrantable

Pocos artistas se han movido a caballo entre el reconocimiento, la controversia y el afecto del público con tanta eficacia como Sinéad O'Connor, fallecida a los 56 años.

Su estatus familiar no se corresponde con su breve apogeo comercial a principios de la década de 1990, gracias a su fascinante interpretación de “Nothing Compares 2 U” de Prince.

La vida y la carrera de O'Connor se caracterizaron por la irregularidad y la sensación de estar en desacuerdo con su entorno. Su infancia fue difícil. Tras la separación de sus padres cuando era pequeña, O'Connor vivió principalmente con su madre, que según ella la maltrataba y la involucraba en robos en tiendas y recaudaciones fraudulentas de fondos benéficos.

El absentismo escolar y la delincuencia la llevaron a pasar una temporada en el Centro de Formación Grianán, gestionado por la Iglesia católica, un duro centro de rehabilitación asociado a las tristemente célebres Hermanas de la Magdalena. Aunque traumático, el centro le proporcionó una entrada en la música cuando un profesor le pidió que cantara en una boda, lo que la llevó a conocer a músicos que la animaron a componer y tocar la guitarra.

La adversidad infundió a su música un espíritu punk, una actitud de oposición que se manifestó a lo largo del resto de su carrera. Cuando su madre murió en un accidente de coche, O'Connor tenía 18 años e iba por buen camino.

Había abandonado los estudios y formado una banda llamada Ton Ton Macoute –con su típica actitud punzante–, un nombre derivado de un mítico hombre del saco haitiano, y también de la temida policía secreta del dictador Papa Doc Duvalier.

Una plantilla distintiva como cantautora

Tras captar la atención del antiguo jefe de la discográfica U2, Fachtna O'Ceallaigh, y colaborar con The Edge en una canción para la película Captive, su carrera en solitario comenzó a lo grande con The Lion and the Cobra en 1987. Disco de oro en el Reino Unido, Estados Unidos, Canadá y los Países Bajos, con el sencillo “Mandinka” en el Top 40, marcó su imagen y su voz inconfundible, clara y pura, pero nunca recatada.

Su característico pelo rapado y su porte franco la diferenciaban de las cantautoras dominantes. Huyendo de la imaginería abiertamente sexualizada y de las extravagantes ondas hippie-chick, la estética de O'Connor era franca y cruda, aunque la claridad de su voz le dio tracción comercial.

Esto alcanzó su punto álgido en su siguiente álbum, I Do Not Want What I Haven’t Got de 1990, un número uno mundial multiplatino que incluía su grabación más conocida, “Nothing Compares 2 U”, que hizo completamente suya. Impulsada por un crudo videoclip de un primer plano de la cantante, con lágrimas corriendo por su rostro, la convirtió en una estrella internacional. Pero la predilección de O'Connor por la exploración musical, la confrontación política y la honestidad emocional hicieron que su carrera se autodestruyera rápidamente.

Una mujer rapada y tatuada canta en el escenario vestida de cuero negro y con gafas de sol.
O'Connor actuando en un festival en Irlanda en 2014. Paul Keeling / Shutterstock

A pesar del éxito de sus primeras grabaciones, dio un giro contraintuitivo en su siguiente álbum, Am I Not Your Girl?, de 1992, que incluía versiones de estándares de jazz. Aunque su voz estaba más que a la altura de la tarea de interpretar los clásicos con los que había crecido, el alejamiento de su trabajo anterior supuso un retroceso crítico y comercial. Y lo que es más relevante, utilizó su actividad promocional en Estados Unidos para mostrar su condición de cantante protesta más que de estrella del pop.

Dada la importancia de su voz personal y musical en su carrera, quizá resulte apropiado que dos de sus actuaciones en directo más notables sean a capela y polémicas.

En una aparición en el programa de televisión Saturday Night Live en octubre de 1992, abandonó las interpretaciones previstas de sus éxitos y las sustituyó por una versión de “War” de Bob Marley. La cantante quería convertirla en una protesta contra los abusos a menores en la Iglesia católica y su posterior encubrimiento. Los productores del programa aceptaron el cambio de canción.

Lo que no estaba previsto era que O'Connor rompiera una foto del Papa al final de la actuación. El furor posterior no se hizo esperar. O'Connor fue vilipendiada en la prensa y la cadena NBC recibió más de 4 000 quejas.

Dos semanas más tarde, en un homenaje a Bob Dylan repleto de estrellas, fue abucheada por el público y detuvo a la banda para gritar otra interpretación de “War” antes de abandonar el escenario entre lágrimas, consolada por Kris Kristofferson.

Inquebrantable e icónica

Aunque su carrera nunca llegó a ser del todo equilibrada, O'Connor permaneció inquebrantable y exploradora. Tras recibir clases de bel canto, sus siete álbumes siguientes abarcaron distintos géneros (reggae, hip-hop, rock, soul y folk) y situaron su voz en el centro del material original y de las interpretaciones de un ecléctico abanico de artistas, desde Curtis Mayfield a Kurt Cobain.

Sus últimos lanzamientos fueron más aclamados por la crítica que comerciales, y sus publicitados problemas de salud mental provocaron parones en su carrera. Siempre polémica, siguió opinando sobre cuestiones polémicas, como su crítica a Miley Cyrus por el vídeo sexualizado de “Wrecking Ball”, y la posterior disputa pública que tuvo lugar.

A pesar de estas lagunas, y de tragedias personales como el suicidio de su hijo en 2022, la férrea adhesión de O'Connor a sus principios le granjeó un considerable afecto público.

Por supuesto, fue reivindicada por sus acusaciones de abusos en la Iglesia Católica. Su desigual enfoque de la vida pública –anuncios de retirada seguidos de retractaciones, un periodo como “sacerdotisa” seguido de su conversión al islam (se hizo llamar Shuhada’ Sadaqat a partir de 2019)– no disminuyó su atractivo a largo plazo.

En última instancia, a pesar de sus dificultades, o incluso a causa de ellas, ejemplificó lo que era ser un icono. Su singularidad, su determinación y su negativa a enfrentarse a la corriente dominante hicieron que su voz, reconocible al instante, se impusiese a los cambios y la incertidumbre de su vida personal y del debate público.

Al final, no hay nada que se compare con ella.

This article was originally published in English

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