Seguramente muchos de los que lean estas líneas se hayan sorprendido a sí mismos refiriéndose a alguna canción con la frase «es que es poesía». O no, puede suceder que tal sorpresa nunca se haya producido, posiblemente ante la certeza personal de que aquello que se está afirmando es así. Esto es exactamente lo que les sucede a muchos de quienes escuchan o leen las canciones escritas por Joaquín Sabina.
Efectivamente, el componente literario de las letras escritas por el ubetense es innegable; sin embargo siempre ha existido cierta tirantez entre los aficionados, que lo han proclamado sin ambages como poeta, y la academia, que suele ser más reticente a tales consideraciones. Mediante este breve artículo vamos a tratar de arrojar algo de luz acerca de esta polémica e intentar ordenar un poco los elementos que la componen.
Sabina y la canción
En primer lugar, hay que preguntarse qué distingue a Sabina de los demás cantantes. La respuesta está clara en el ámbito de los estudios literarios desde hace años, pues Sabina engrosa las filas de la canción de autor, que desde Apocalípticos e integrados, de Umberto Eco, se considera separada de la canción de consumo. Las diferencias entre ambas son variadas, pero sobresalen dos que, tal vez, queden bastante más claras a través de algunos ejemplos.
La canción de autor («canción diversa» la llamaba Eco) trata de generar, como ha explicado Marcela Romano en diversos trabajos, una poética propia; es decir, se vincula con lo literario mediante un tratamiento más cuidadoso de sus letras. Como consecuencia, encontramos textos mucho más elaborados no solo en el estilo sino también en los temas que abordan, y sobre todo en cómo los abordan.
El ejemplo más claro lo vemos en el tratamiento del amor, tema literario y cancioneril por antonomasia.
Enfrentemos dos canciones: «Callaíta», de Bad Bunny, y «Tiramisú de Limón», de Joaquín Sabina.
En primera instancia uno podría preguntarse qué hacen esas dos canciones bailando juntas, pero los fragmentos de ambos estribillos eliminarán cualquier duda: «ella es callaíta, / pero pa’l sexo atrevida» cantará el artista portorriqueño; «muñequita de salón, tanguita de serpiente» escribirá el español. Es exactamente el mismo significado, pero la habilidad y la sutileza metafórica y de imágenes de Sabina pone un abismo entre ambos modos de expresión.
Las dos canciones relatan un amor y un erotismo similares. Bad Bunny (mediante la sexualidad explícita inherente al género en el que actúa) canta a una mujer que aparenta una actitud recatada pero bajo cuya fachada late un gusto hedonista por disfrutar de su lozanía. Sabina, por su parte, dibuja un personaje femenino parecido, pero lo opone a un yo poético masculino que trata paulatinamente de ir liberándose de los desfases que conlleva su relación con esa mujer:
«Pero esta noche estrena libertad un preso
desde que no eres mi juez,
tu vudú ya pincha en hueso,
tu saque se enredó en mi red».
Vemos por tanto un tema muy similar tratado de dos maneras muy distintas: una, más plana y centrada únicamente en reiterar la condición hedonística y sexual de la protagonista (Bad Bunny); y otra con muchas más aristas, que busca contraponer impresiones, generar puntos de vista (Joaquín Sabina).
A ello, además, cabría sumar la complejidad poética de la letra de Sabina sobre la de Bad Bunny, lo que nos conduce al segundo de los rasgos que separan la canción de autor de la comercial: lo que cada una le exige al receptor.
Mientras que la canción de consumo apenas requiere que quien la escucha interprete su contenido, la canción de autor necesita un receptor atento, que sea capaz de entender lo que quiere decir la letra, pues rara vez será tan clara y directa como la de una canción de consumo. De ello son prueba los fragmentos de los estribillos de las canciones de Sabina y Bad Bunny citados antes.
Sabina y la poesía
Ahora que sabemos que Joaquín Sabina, por su condición de cantautor (y de muy buen cantautor), está poéticamente por encima de la canción de consumo, podemos preguntarnos por qué se le considera en tierra de nadie, entre el mundo de la canción y el de la poesía.
Es bien sabido que en literatura existen pocas respuestas unívocas, y que todo suele ser matizable. En ese sentido, una de las preguntas más complicadas que se le pueden hacer a un profesor de literatura es, precisamente, «¿qué es la literatura?», o aun más difícil: «¿qué es literatura?». No existe una respuesta absoluta; no disponemos de un listado de características junto a las que ir añadiendo tics en función de si el objeto analizado las cumple o no. Esa es la razón por la que la cuestión que nos ocupa saltó por los aires cuando en 2016 la Academia Sueca decidió otorgar el Premio Nobel de Literatura a Bob Dylan.
La concesión de ese premio al que es uno de los máximos exponentes de la canción de autor agitó, en román paladino, el avispero, y la vieja polémica en torno a qué lugar ocupan los cantautores con respecto a la poesía recobró fuerza. No faltaron quienes sostuvieron que, si Dylan había ganado el Nobel, Sabina merecía el Cervantes, o lo merecía Serrat, o los dos.
La realidad es que bajo todas estas consideraciones laten varias cuestiones de fondo, pero en buena medida se pueden resumir en que con la canción de autor resurgió un modelo híbrido entre música y literatura, que no es solo poesía pero que tampoco es solo canción. En ese contexto conviene volver al binomio entre apocalípticos e integrados de Eco. Podemos ser apocalípticos y tapiar las puertas de la poesía canónica, o podemos ser integrados y asumir que, aunque con moldes distintos, el género de la canción de autor puede ser un tipo de forma literaria.
El arriba firmante lo tiene claro. Alguien capaz de escribir «Una canción para la Magdalena», «Peor para el sol» o «Leningrado», entre un inventario en el que figuran por lo menos una veintena de absolutas joyas, y capaz también de asimilar las enseñanzas de varios de los mejores poetas en español se ha ganado, igual que Serrat o Aute, el derecho a ceñirse, junto con el bombín, la corona de laurel.