El estado de alarma decretado en España es, sin duda, uno de los acontecimientos más excepcionales que nos ha tocado vivir en los últimos tiempos. El confinamiento en nuestras casas supone una medida de contención imprescindible para proteger nuestra salud. Sin embargo, en tiempos de clausura, la población más vulnerable se enfrenta no solo a riesgos para la salud física, también a importantes riesgos psicosociales.
La sintomatología del COVID-19 y sus vías de contagio han dado lugar a numerosas recomendaciones sanitarias de prevención (higiene de manos, distancia de seguridad, etc.). También han definido colectivos que, por razones físico-biológicas (edad, pluripatologías y enfermedades respiratorias, entre otras) presentan un mayor riesgo de padecer la enfermedad en su modo más agresivo.
Pero no acaba ahí la cosa. Como en otras situaciones de aislamiento, pronto conoceremos los costes psicológicos y emocionales de estas inevitables medidas. Después de todo, no hay que olvidar que existe otro factor de riesgo importante para la salud: la soledad.
La soledad nos puede matar
A estas alturas contamos con suficiente evidencia científica para tomarnos muy en serio este factor de riesgo y de mortalidad. Para más inri, la soledad afecta a las funciones cognitivas, provoca depresión y se relaciona con una alta tasa de suicidios. Por el contrario, el sentimiento de pertenencia protege la salud de las personas mayores.
Los últimos datos de la Encuesta Continua de Hogares (ECH) del Instituto Nacional de Estadística (2019) revelan que 4,7 millones de personas viven solas en España. De esta cifra, 2.037.700 (un 43,1%) tienen 65 o más años, y de ellas, 1.465.600 (un 71,9%) eran mujeres. Por lo tanto, estamos ante un número de personas que a su perfil de riesgo sanitario le suman un riesgo social que hace más complejo superar este periodo de cuarentena.
Por otro lado, la soledad es un sentimiento que no solo viene marcado por el tipo de residencia. Es decir, también se puede sentir soledad a pesar de vivir “acompañado”. Así lo mostró el Informe de Soledad en España, realizado en 2015. Este informe alertaba de un riesgo creciente de sentimiento de soledad entre la población española que venía en parte definido por una dinámica social cada vez más individual, con un incremento del uso de las tecnologías y nivel creciente de actividad virtual.
En esta línea, otros estudios señalan que tanto las personas mayores como las personas desempleadas que viven solas (y con bajos recursos económicos) tienen una salud percibida inferior a la media. Lo que es peor, quienes viven insatisfechos por el escaso contacto con familiares y amigos son considerados la población de mayor riesgo.
Tecnologías para sentirnos acompañadas
¿Cómo podemos evitar que todo esto nos pase factura en la nueva situación creada por el estado de alerta por el coronavirus? Por suerte contamos con las nuevas tecnologías que, sin lugar a dudas, marcando este periodo de reclusión domiciliaria, no solo resultan esenciales para desarrollar el teletrabajo en muchos sectores profesionales. Además, las redes sociales y aplicaciones de mensajería instantánea están ayudándonos a comunicarnos con familiares y personas allegadas, a entretenernos e informarnos.
Y si tanto apoyan a las generaciones más jóvenes a superar la actual coyuntura de confinamiento, ¿por qué no también a las mayores? No se puede negar que existen importantes brechas en el uso de las nuevas tecnologías. Sin embargo, estudios recientes concluyen que las personas mayores se muestran muy abiertas a la aprendizaje del uso de nuevas tecnologías, y que las generaciones más jóvenes tienen un papel fundamental a la hora de facilitar su uso y adopción entre sus mayores.
Momento para romper la brecha digital de las personas mayores
De ello podemos extraer dos conclusiones. En primer lugar, que muchos de los beneficios de las TICs que disfrutamos estos días podrían ser también compartidos por la población que, se supone, “llegó tarde” a la revolución digital.
Numerosos estudios constan que si ponemos las nuevas tecnologías al servicio de las personas podemos luchar contra la soledad. Desde la consulta de fuentes de información veraces hasta el acceso a mensajes de humor que circulan para hacer más pasajero este impasse, todo sirve. Es posible encontrar estudios que animan incluso a impulsar el juego virtual, mientras que otros análisis colocan a la comunidad, las redes sociales y el contacto virtual con las personas en el centro del remedio.
En segundo lugar, convendría aprovechar parte del tiempo desocupado impuesto por la situación de confinamiento para motivar e introducir a nuestros familiares mayores en el uso de nuevas tecnologías. De este modo, podremos contribuir a que las redes de solidaridad y acompañamiento telemáticas que estos días se están generando se extiendan también hacia este colectivo. Incluso que se pongan al servicio de la lucha contra la soledad tanto en esta coyuntura como en el futuro más inmediato.
El teleacompañamiento –sobre todo telefónico– es un recurso ya conocido por entidades que trabajan con población mayor, pero es importante reforzarlo en estos días para superar las secuelas del virus también en lo psicológico.
¿Seremos capaces de frenar, además del virus, la soledad de las personas, especialmente las más vulnerables? Seguro que así será.