¿La COVID-19 viaja en avión? Claramente sí, pero también lo hace en automóvil, en bus, en tren, en metro, en barco y en cualquier otro medio de transporte.
La pandemia se ha propagado muy rápidamente, no solo por su propia virulencia, sino también por nuestra idiosincrasia, por nuestra manera de movernos y por la necesidad que tenemos de hacerlo de manera veloz. A diferencia de nuestros abuelos, hoy podemos, gracias al avión, llegar en 20 o 40 horas a nuestras antípodas.
Cuando hablamos de la COVID-19, los enfoques clásicos se ven forzados a cambiar y adaptarse a la nueva realidad. Surgen diversas interrogantes, la primera, cómo curamos a nuestros enfermos. A pesar de los enormes esfuerzos de los investigadores, todavía no hay una respuesta clara a esta cuestión.
La segunda es cómo evitamos la propagación del virus. Los distintos países afectados han dado distintas respuestas. Desde cuarentenas obligatorias y cierre de fronteras hasta la libre circulación de los ciudadanos, pasando por distintos grados de confinamiento.
Sabemos que basta con que una sola persona con inquietudes o necesidades de movilidad desconozca o ignore su condición de contagiado, para dispersar un virus. Luego, el impacto de la transmisión dependerá de su capacidad para generar contagios.
¿Qué se está haciendo en el séctor aéreo?
Los desplazamientos en avión ayudaron a que el coronavirus se extendiera por todos los rincones del planeta. De este hecho surge un nuevo interrogante: ¿qué se está haciendo en el sector para evitar volver a ser parte de la cadena de circulación del virus?
La respuesta inmediata de las aerolíneas a esta crisis ha sido variada, aunque han primado la cancelación de vuelos y operaciones aéreas. Actualmente, la caída de la actividad aérea ronda el 90%, algo que nunca había pasado en la historia de la aviación mundial.
En este contexto de alto impacto, donde los aviones están en tierra y los aeropuertos vacíos, la Organización de Aviación Civil Internacional (OACI) ha adoptado una declaración, “afirmando la necesidad urgente de reducir el riesgo sanitario que entraña la propagación de la COVID-19 por el transporte aéreo, y de proteger la salud del público usuario de la aviación y de su personal”. Surge ahora la pregunta: ¿es suficiente? Claramente no, pero es un comienzo.
Los objetivos estratégicos de la OACI ya contemplan, de algún modo, la problemática que nos ocupa:
Seguridad operacional de la aviación civil mundial: se centra primordialmente en la capacidad de los países de participar en materia de supervisión de la reglamentación aérea.
Capacidad y eficiencia de la navegación aérea: busca aumentar la capacidad y mejorar la eficiencia del sistema de la aviación civil mundial, mediante la modernización de las infraestructuras y la elaboración de nuevos procedimientos.
Seguridad de la aviación y facilitación: procura fortalecer la facilitación, la seguridad de la aviación civil mundial y asuntos relativos a la seguridad de las fronteras.
Desarrollo económico del transporte aéreo: persigue fomentar el desarrollo de un sistema de aviación civil sólido y económicamente viable.
Protección del medioambiente: busca minimizar los efectos adversos de las actividades de la aviación civil sobre el medioambiente.
Lo que viene y cómo enfrentarlo
En este contexto, es factible que, en el corto plazo, además de pasar por las ya familiares revisiones de seguridad, se deba llevar mascarilla para viajar en avión. Esto se puede apreciar en las medidas tomadas en los aeropuertos de la región Asia-Pacífico.
Dado que no existe un procedimiento normalizado de actuación para cuando las aerolíneas reanuden sus operaciones, diferentes grupos multidisciplinares de investigación estamos trabajando en:
Identificar los potenciales riesgos que implica la amenaza pandémica.
Definir las formas de operación necesarias para que, en este nuevo contexto, se cumplan los objetivos estratégicos marcados por la OACI.
Afortunadamente, la simulación estocástica, combinada con otros métodos de análisis como los que IGAMT desarrolla desde hace años, permiten analizar las incertidumbres asociadas a un enemigo invisible como es el SARS.CoV-2.
Es indispensable determinar los niveles de riesgo a los que se enfrenta el sector para poder ofrecer a sus clientes la confianza de que las aerolíneas controlan el posible peligro de contagio.
Así se podrá recuperar el transporte aéreo a nivel mundial, cumpliendo también los objetivos estratégicos de capacidad del sistema, eficiencia, protección ambiental y seguridad en la aviación, a lo que se suma ahora la seguridad sanitaria de los pasajeros.
Recuperando el sector aéreo
Hoy toca hoy pensar en la reconstrucción y la resiliencia del transporte aéreo en su conjunto. Estamos ante una situación nunca antes vista, que día a día se transforma, y nos obliga a repensar los posibles escenarios que depara el futuro.
De seguir así, la caída de la actividad aeronáutica junto, a la recesión de la economía mundial, puede conllevar la quiebra de muchas aerolíneas y el cambio de paradigma de muchas otras.
Nos preguntamos entonces, ¿a dónde va nuestro sector?, ¿cuándo y cómo se recuperará?, ¿habrá que repensarlo fijando nuevos enfoques, prioridades y modelos?, ¿se volverá a la fuerte presencia del Estado, nacionalizando aerolíneas, aeropuertos y sistemas de navegación aérea?
En fin, sean cuales sean los caminos, es evidente que solo se saldrá de esta profunda crisis con el trabajo mancomunado de Estados, ONU, OACI, ACI, IATA, grandes y pequeños fabricantes, centros de investigación y desarrollo, universidades, y otros tantos actores que dan vida al sistema aeronáutico.