El cine contemporáneo puede ser analizado desde varias perspectivas. Una de las más exploradas en la actualidad es aquella que trasciende sus límites nacionales; es decir, la que contempla el cine desde un prisma transnacional. Y es que tanto el cine español como el estadounidense se erigen como un producto de consumo local, nacional y global que opera en diversas “zonas de contacto” tanto dentro como fuera de sus límites geopolíticos.
Partiendo de las revisiones estadounidenses de nuestro cine y de los referentes del denominado “nuevo thriller español”, como el representado por Rodrigo Sorogoyen, este acercamiento al cine contemporáneo tiene como objetivo dar respuestas a los vínculos actuales entre el cine de Hollywood y nuestra cinematografía, abordando así el continuo enriquecimiento que aflora entre ambas industrias.
Géneros globales, cine local
La aceptación del concepto “transnacional” en los estudios fílmicos es más que evidente en nuestros días. Sirve en cierto modo como antídoto a lo que hace unas décadas atrás se percibía como un cine enquistado dentro de sus fronteras locales.
Esto ha sido promovido por un cambio en la percepción de la hegemonía cultural, la cual ha marginalizado “otras” formas culturales sin tener en cuenta los procesos de globalización y la enorme diversidad e invisibilidad de muchas prácticas culturales alrededor del mundo.
Sin embargo, es también llamativo que a la hora de enfocar lo transnacional en el cine, lo nacional esté muy presente. La naturaleza complementaria de esta vertiente fílmica ha dado como resultado, por ejemplo, que el thriller realizado en España conserve ciertos matices patrios, a la vez que las revisiones Hollywoodienses de taquillazos españoles mantengan rasgos de su cultura.
Del “pionero” Amenábar al género de terror
El cine estadounidense vive desde hace tiempo una gran crisis creativa, crisis que los críticos señalan como síntoma del auge de las series de televisión (los mejores guionistas estadounidenses firman guiones para series como Stranger Things, Black Mirror o The Handmaid’s Tale) o la falta de nuevas generaciones de autores en el cine actual (siguen en activo y cosechando premios Martin Scorsese, Spike Lee o Clint Eastwood).
Mientras tanto, el cine estadounidense no cesa de comprar los derechos de decenas de novelas y se centra en secuelas y precuelas de sagas cuyo rendimiento ha quedado más que demostrado en la taquilla. La fiebre de los remakes se ha consolidado y al buscar inspiración en el cine español, el fantástico y el de terror han sido la punta de lanza.
Desde la adaptación de Abre los ojos, de Alejandro Amenábar, Hollywood no ha dejado de poner los ojos en nuestro cine. Los realizadores españoles comenzaron ya hace un par de décadas a vender los derechos para nuevas adaptaciones.
El director de Mientras dure la guerra se consolidó al otro lado del Atlántico con la adaptación de su segunda película, estrenada en Hollywood como Vanilla Sky. El protagonista, Tom Cruise, sería más adelante productor de la siguiente película del director, Los Otros, realizada con protagonistas anglosajones y en inglés, aunque con equipo técnico español. Desde ese momento, Amenábar ha cruzado fronteras continuamente (Ágora, Regresión).
Por otro lado, el cine de terror patrio cautiva a los ejecutivos de Hollywood y las triunfadoras de los festivales de género fantástico tienen una segunda oportunidad tras ser remendadas al estilo USA. Rec triunfó en España por su originalidad y sencillez y por los mismos motivos atrajo a la industria estadounidense que la volvió a rodar bajo el título de Quarantine.
Algo parecido sucedió con Los cronocrimenes, de Nacho Vigalondo, cuya complejidad narrativa llamó la atención de Hollywood, donde está en fase de negociación y presumiblemente será rebautizada como Timecrimes. Otras producciones a la espera de cruzar el charco son El orfanato, la historia de Juan Antonio Bayona con guion de Guillermo del Toro (productor de la versión española) y El cuerpo, película que tendrá su reboot estadounidense de la mano de Isaac Ezban tras sus remakes coreano e hindú.
Una mirada castiza al género estadounidense
En el caso español, una nueva generación de cineastas, entre los que se encuentran Juan Carlos Fresnadillo, Rodrigo Cortés o Daniel Monzón, han sido capaces en los últimos años de integrar los modos de producción estadounidenses con la idiosincrasia de nuestro cine.
Dentro de este novedoso y reciente paradigma, es ejemplar el caso del nuevo thriller español, ya que aúna la tradición del cine español de autor y un modelo de producción transnacional que va ligado a los géneros populares. Todo ello sin dejar de proyectar elementos esenciales de nuestra cultura. Y es que no debemos obviar que el concepto de cine transnacional reside en su proyección como producto cultural, aun cuando se fusionan elementos formales y culturales globales, en este caso, de diversas cinematografías.
Pero, ¿qué diferencia al thriller español del realizado en Hollywood? El director Rodrigo Sorogoyen, punta de lanza de esta etapa dorada que vive el género en nuestro país, reconoce que, desde siempre, el cine español se ha interesado por la realidad en la que vivimos.
“Quizá ahora se utiliza más el thriller que antes. Por ejemplo, Muerte de un ciclista de Juan Antonio Bardem (1955), aunque no es un thriller al uso, sí que es una película de suspense que te está hablando de un momento histórico concreto, de una sociedad, de un conflicto entre clases sociales y de un descontento social”, añade.
Lo que ocurre según Sorogoyen es que “ahora hay películas más comerciales que utilizan el suspense para llevar a las salas el mayor número posible de espectadores y que, a la vez, manifiestan una fuerte preocupación social”. El thriller, concluye, “es un género óptimo para poder hablar de este tipo de asuntos”.
El suspense en español
Si bien es cierto que el thriller político de los años 70 en EE. UU ya insertaba este tipo de preocupaciones sociales (Alan J. Pakula, Sydney Lumet), podemos afirmar que no es el núcleo narrativo de las películas estadounidenses del género actuales y sí de las filmadas en España. En la siguiente clasificación veremos algunos ejemplos de este tipo de cine en las últimas dos décadas, con sus propias características narrativas y estéticas.
Películas destinadas presumiblemente a un público nacional, ya sea por su ajustado presupuesto o por su especificidad cultural, como por ejemplo Tiro en la cabeza o Tarde para la ira.
Películas con el potencial cultural suficiente para triunfar en el mercado estadounidense, bebiendo de sus fuentes, aunque con fuertes influencias del cine español como La Caja Kovak de Daniel Monzón o La Caja 507 de Enrique Urbizu.
Películas como Celda 211 y algunas producciones como El desconocido y El aviso, en las que se cuestionan las instituciones del estado. Es decir, a través de referencias culturales nacionales, se muestra una sociedad fracturada a través de fuerzas en conflicto (sociales, políticas y culturales).
Películas llamadas cross-border films, filmadas en inglés y destinadas a un tipo de público claramente internacional. En ellas, se contextualiza la sociedad española lo menos posible, aunque pueden detectarse algunas referencias. En este subtipo encontramos ejemplos como Luces rojas, Grand Piano y Open Windows.
En definitiva, se observa una tendencia cada vez más creciente de flujo creativo entre las dos industrias.
Sin embargo, el cine español sí ha interiorizado los métodos estadounidenses sin perder su esencia nacional. El afamado director de cine francés Jean Renoir afirmaba que la mejor forma de que una película interese a todos es que esté enraizada en su propia cultura, a pesar de la aparente paradoja de que lo local pueda convertirse en algo atrayente a nivel global.
El espectador necesita encontrar una intersección con su propia cultura para ser arrastrado por la historia y, como consecuencia, no sentirse completamente ajeno a ese universo que los textos cinematográficos pretenden recrear.
Así pues, lejos de crear una división entre lo local y lo global, cineastas transnacionales como los citados en este artículo reconcilian los dos extremos, produciéndose así un desplazamiento de lo nacional por un nexo entre lo local y lo global.