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¿A quién le importa? Pío del Río Hortega, orgullo y ciencia

Pío del Río Hortega en su laboratorio en 1924. Wikimedia Commons, CC BY-SA

Las efemérides suelen ser un buen recurso para recordar historias del pasado de las que extraer algún aprendizaje para el presente. Hace unos días, las redes se llenaron de mensajes en recuerdo del considerado padre de la computación moderna, el británico Alan Turing. Se cumplían 108 años del nacimiento del matemático y la comunidad científica internacional rendía homenaje a su figura, mitificada por quienes reivindican la necesidad de visibilizar al colectivo LGTBIQ también dentro del quehacer investigador.

La condena por su homosexualidad en 1952 es vista tres cuartos de siglo después como hito de la historia de la intolerancia en Europa. Pero hay muchas maneras de mirar, y hay quien cuestiona que haya que recordar a Turing por su identidad sexual y no por lo mucho que aportó al avance del conocimiento.

¿Es que importan las preferencias sexuales o afectivas de quienes se dedican a la ciencia? ¿Qué relevancia puede tener que un científico sea homosexual? He tenido que responder a esa pregunta estos días tras publicar el libro Un científico en el armario, dedicado a recuperar la figura de Pío del Río Hortega. Este pretende contextualizar científica, social y políticamente su trabajo y su persona pero, como evidencia el título, pone el foco en su orientación sexual.

Pío del Río Hortega no necesita muchas más medallas para ser reconocido como una de las personas que más han aportado al avance de la neurociencia. Fue dos veces candidato al Premio Nobel de Medicina, doctor honoris causa por la Universidad de Oxford.

Sobre todo, completó el mapa del sistema nervioso añadiendo a las neuronas descritas por Santiago Ramón y Cajal la oligodendroglía y la microglía. Esta última ya había sido intuida y bautizada por su colega como “el tercer elemento”.

Estatua Pío del Río Hortega frente al Museo de Ciencia de Valladolid. Wikimedia Commons, CC BY

Describió estas células como hacían los histólogos de principios del siglo XX: de una manera que rozaba la magistralidad artística. Solo hay que buscar los dibujos en aquellos viejos cuadernos de laboratorio.

Río Hortega desarrolló una técnica de tinción de los tejidos antes de ponerlos bajo el microscopio óptico que llegó a conocerse en los laboratorios como “horteguear”. Resultó más eficaz que la diseñada por Cajal porque permitía ver el resto de células nerviosas y ayudó a entender qué función cumplía cada una. La oligodendroglía fue presentada como la responsable de la protección de las neuronas mediante el aislamiento en procesos patológicos. La microglía, como la encargada de la eliminación de residuos tras la muerte celular o la enfermedad.

La descripción completa, tal y como la vio y entendió Pío del Río Hortega, está publicada en un artículo de la revista The Lancet fechado en mayo de 1939. Un artículo que aún hoy aparece en los índices de citas y que vio la luz cuando la vida de Pío del Río Hortega, como la de millones de españoles había cambiado para siempre. Solo unos meses antes había partido hacia Argentina como exiliado junto a la persona que le acompañó en su vida: su pareja, Nicolás Gómez del Moral.

Salir del armario en los años 20

Pío del Río y Nicolás Gómez compartieron una vida en común. Vivieron fuera del armario al menos ante la comunidad científica como prueban los testimonios biográficos y las cartas de muchos de sus colegas. Eran los años 20 y 30 en Madrid, un tiempo en el que España empezaba a ser moderna, pero la quiebra social que supuso la dictadura franquista acabaría con todo aquello. Tampoco venían mejores vientos desde Europa, donde la homosexualidad seguía siendo delito o, en el mejor de los casos, enfermedad. Pío y Nicolás buscaron su libertad en Buenos Aires, donde construyeron un hogar.

Pero, ¿qué importa que Río Hortega fuera homosexual? ¿no deberíamos limitarnos a recordar su obra científica?

Así se ha hecho durante décadas. Pío del Río Hortega cuenta con el reconocimiento de la neurociencia mundial. En su tierra hay un hospital y más de un centro educativo que lleva su nombre y su cuerpo está enterrado en el Pabellón de Ilustres de Valladolid.

Entonces, ¿por qué obviar su homosexualidad en el relato de su memoria? Quienes construyen el conocimiento a través de la investigación científica no son seres al margen de la realidad. Sus vidas personales condicionan sus decisiones, sus trayectorias. Solo por eso, si realmente se pretende entender a un personaje histórico, hay que conocer toda su realidad. Aunque no es ese el motivo importante.

Visibilizar la homosexualidad en ciencia

Reivindicar la homosexualidad de Pío del Río Hortega es contribuir a que las personas que no son heteronormativas y toda la sociedad entienda que la ciencia también es diversa en ese sentido, y que el conocimiento no se construye solo por hombres blancos heterosexuales.

Visibilizar la homosexualidad de Río Hortega es ayudar a que ninguna persona se sienta insegura o rechace una vocación científica por el mero hecho de entender que ella no encaja en el sistema. Eso ocurre. Lo prueban trabajos como el desarrollado por Bryce Hughes de la Universidad de Montana publicado en Science Advances, donde se señala que el alumnado que se identifica como minoría sexual tiene un 7  % menos de posibilidades de terminar sus estudios en STEM que quienes se reconocen como heterosexuales.

Y, ¿por qué no? Enorgullecerse de que Pío del Río Hortega fuera homosexual es ser fiel a su memoria. Si vivió fuera del armario, ¿por qué volver a encerrarle?

No hay estos días efeméride concreta que acerque la vida de Río Hortega a la celebración del Día del Orgullo LGTBIQ como ocurre con el cumpleaños de Alan Turing. Pero que las efemérides sean una buena opción para fijar la atención en un asunto importante no debería convertirlas en razón única para ello.

Vivir nuestras identidades de una manera libre debería ocuparnos cada día, no solo el “Día de”. Así lo hicieron Pío y Nicolás y así deberíamos recordarles.

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