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Antonio de Nebrija impartiendo una clase de gramática en presencia de D. Juan de Zúñiga. ‘Introducciones Latinae’, 1486. Biblioteca Nacional. Madrid. Wikimedia Commons / BNE

Antonio de Nebrija, profesor

Se conmemora este año el quinto centenario de la muerte de Elio Antonio de Nebrija, fallecido en 1522, tras una larga y fructífera vida académica en las mejores universidades de su tiempo. Celebrar esta efeméride ha de servir para dar la merecida relevancia al legado de este gran humanista y para reconocer la vigencia de muchas de sus ideas.

Antonio de Nebrija ha pasado a la historia por ser el autor de la primera gramática de la lengua castellana, pero la amplitud y diversidad de su obra trascendió el ámbito de la lingüística, y se adentró en materias como la astronomía, la medicina, el derecho o la exégesis bíblica.

Y hubo una disciplina que no solo mereció sus reflexiones teóricas, sino que ocupó casi toda su vida activa: la educación.

Un profesor humanista renacentista

Nebrija fue, ante todo, un educador, un investigador y uno de los mejores representantes del humanismo en la España de su tiempo. Como preceptor de jóvenes de familias nobles y, especialmente, como profesor de universidad, su trayectoria profesional siempre estuvo, de una forma u otra, vinculada a la formación.

En ello, el gran filólogo español era consecuente con los ideales del humanismo renacentista que trajo a nuestro país, entre los cuales estaba la convicción de que las personas pueden perfeccionarse gracias al estudio y al esfuerzo. Una idea que queda magistralmente plasmada en uno de los textos esenciales de todo el Renacimiento, el Discurso sobre la dignidad del Hombre de Giovanni Pico della Mirandola, donde el Creador se dirige a su criatura en estos términos:

“La naturaleza encierra a otras especies dentro de unas leyes por mí establecidas. Pero tú, a quien nada limita, por tu propio arbitrio, entre cuyas manos yo te he entregado, te defines a ti mismo. (…) No te he hecho ni celeste, ni terrestre, ni mortal, ni inmortal, a fin de que tú mismo, libremente, a la manera de un buen pintor o un hábil escultor, remates tu propia forma”.

A esa tarea de “rematar la propia forma”, de enriquecer el conocimiento de sus alumnos, dedicó Nebrija su vida. De hecho, su temprano interés por la lengua latina se basó en un afán de conocimiento, pues el latín era, sobre todo, la llave para acceder al saber del mundo antiguo. Y con el fin de compartir esa llave con los estudiantes escribió el tratado que más fama, y dinero, le proporcionaría de entre toda su extensa producción: las Introductiones latinae, un librito de texto para el aprendizaje de esta lengua que se reeditó alrededor de un centenar de veces en vida de Nebrija, y que se mantuvo vigente hasta el siglo XIX.

Prólogo de la Gramática castellana dirigido a la reina Isabel. BNE, CC BY

Todos los saberes necesarios para la educación de las personas le eran propios y su preocupación por la buena educación se extendió a la formación de las personas –incluyendo a las mujeres– de su tiempo.

No está de más recordar que en la dedicatoria de la versión bilingüe latín-español de este manual básico, dirigida a la reina Isabel –y que Francisco Rico definió como un “prólogo al Renacimiento español”–, Nebrija declaró que su propósito era facilitar a las monjas el conocimiento de la lengua latina.

El mismo interés pedagógico inspiró la Gramática, cuyo último capítulo está dedicado a “los que de estraña lengua querrán deprender”, es decir, al aprendizaje de la lengua española para extranjeros.

Mens sana in corpore sano

Nebrija plasmó algunas de sus ideas sobre educación en una obra monográfica, De liberis educandis libellus, publicada en 1509. Un texto cuya influencia se percibe en otro importante tratado de la época, De disciplinis (De las disciplinas), del gran humanista, filósofo y pedagogo español Juan Luis Vives, que salió de la imprenta más de dos décadas después.

Índice de una edición de De liberis educandis libellus del siglo XIX. BNE, CC BY

El libro de Nebrija está dedicado a la educación de los hijos de los nobles, y fue escrito por encargo de Miguel Pérez de Almazán, secretario del Consejo de Estado de los Reyes Católicos. En él podemos destacar tres aspectos que revelan la modernidad de sus ideas sobre educación: qué tipo de persona se quiere formar, cómo han de comportarse los docentes y qué papel desempeña la escuela.

Consecuente con sus ideas humanistas, Nebrija aboga por una formación que despliegue todas las potencialidades del ser humano, también las puramente corporales. Y se muestra beligerante con los castigos físicos:

“Castigar con azotes a los niños es algo deforme y servil. Y ciertamente una ofensa si se tratara de personas mayores. (…). Así pues, con el niño, al que queremos enmendar, debemos mantener la relación con él respetándolo más bien que atemorizándolo”.

Insiste en la ejemplaridad, que debe trasladarse siempre a la conducta del profesor o del educador:

“Asuma el preceptor la mente del padre respecto a sus discípulos y piense que ocupa el lugar de aquellos que se los han entregado para su educación. Que no tenga vicios, ni los transmita. (…) Cuanto más avise con frecuencia más raramente castigará. No sea iracundo; no disimule, sin embargo, cuando se trate de cosas que debe corregir”.

Una elocuente defensa de la escuela

Como Aristóteles, Nebrija cree que el fin último de la educación es preparar para la dedicación futura a los asuntos del Estado, hoy diríamos de la comunidad o la sociedad. Por eso, la formación de los niños debe ser responsabilidad del conjunto de la ciudadanía, y, aunque admite que hay razones que en algunos casos justifiquen la enseñanza por preceptores, reivindica abiertamente el papel de la escuela como instrumento de socialización:

“Quien va a ser un ciudadano y, quizás, va a llegar en algún momento a administrar parte de la República y quien ha de vivir en medio de la celebridad de los hombres tiene que acostumbrarse desde niño a no temer a los hombres y no padecer en medio de una vida solitaria y como sombría”.

En esta era de la revolución digital, cuando la mejor formación es una condición básica para el desarrollo de las personas, las ideas de Nebrija se mantienen vivas. Su postura a favor de una educación respetuosa con las particularidades de cada individuo, la importancia que concede al papel del maestro, son plenamente actuales. Y, cuando acabamos de sufrir los efectos de una crisis sanitaria global que obligó a cerrar las aulas, no podemos sino compartir su defensa de la escuela como el ámbito privilegiado para el aprendizaje.

Quizá el mensaje más importante que, cinco siglos después de su fallecimiento, nos transmite Antonio de Nebrija sea que hay que reivindicar la centralidad del ser humano en todo el proceso educativo. En tiempos de desarrollo tecnológico acelerado, no hay una actividad más humana, y más necesaria, que la educación.

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