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La pantalla de un móvil muestra la foto en instagram de una mujer en bikini con una falda vaporosa.

¿Ciberfeminidades subversivas o feminidades tradicionales?

Una mañana, mientras desayunaba y miraba las notificaciones de mi teléfono, me apareció un titular sobre la influencer Jessica Goicoechea. Parece que realizó una publicación con la que consiguió “incendiar las redes”. Cuando entré en Instagram, en la fotografía aparecía desnuda y riendo en una pose desenfadada. Sabía que no era un robado, pero nos venden la espontaneidad. Esta es una característica que se repite en los contenidos subidos en las cuentas de las instagrammers de moda. Las imágenes se retocan manteniendo un equilibrio para que resulten casi casi naturales.

Las medidas del cuerpo tonificado de Goicoechea y su bronceado se ajustan perfectamente a los cánones de belleza. Según la publicación, se encontraba en Maldivas. Encontré también etiquetado un resort de lujo en la foto y, por supuesto, el enlace a Instagram de su marca de ropa.

Parece que se trataba de una estrategia de marketing. Jessica pretendía crear interés sobre su línea de ropa de baño que salía a la venta. Sin embargo, el producto no aparecía y se creaba interés a través de la exhibición de su cuerpo. Esta estrategia posiblemente busca poner en marcha lo que se ha denominado lovemarks –capacidad de una marca de atraer a un público objetivo–, estimulando el deseo por el producto y creando un enganche emocional entre los consumidores y las marcas. La idea sería “compra mi ropa”, pero dando un paso más: “Compra mi vida”.

Según el portal Statista, entre las influencers con más seguidores en España se encuentran Paula Echevarría (@pau_eche), Aida Domenech (@dulceida), María Pombo (@mariapombo), Alexandra Pereira (@alexandrapereira), Paula Gonu (@paulagonu), Laura Escanes (@lauraescanes) Jessica Goicoechea (@goicoechea) y Rocío Osorno (@rocio0sorno). Solo con observar las fotos de perfil de estas mujeres ya podemos inferir unas características comunes. Tienen cuerpos normativos, que encajan en el ideal de belleza occidental, la mayoría heterosexuales, blancas, delgadas, atributos y genitalidad femeninos que resalten, sin discapacidad. Todas son jóvenes y son presentadas como mujeres de éxito, atractivas, ricas y felices.

Diferencias entre ‘influencers’ mayores y más jóvenes

Las mayores suelen ofrecer una imagen más sofisticada. Para ello, los fondos de las fotografías que suben están mucho más cuidados y reflejan sus viajes a grandes ciudades o a destinos exóticos. Por ejemplo, Alexandra Pereira aparece en multitud de ubicaciones. Sus poses son más estudiadas que las de las más jóvenes, que aparecen como “espontáneas”. Así, en sus publicaciones Paula Gonu realiza gestos desenvueltos y en ocasiones aniñados, como morderse los labios, sacar o morderse la lengua, expresiones de sorpresa o lanzar besos.

En las publicaciones, sobre todo en las más jóvenes, aparece la fragmentación de los cuerpos. Las bocas y los ojos entreabiertos son frecuentes en todas las edades. Aparecer casi desnuda y de espaldas, taparse la cara con el pelo o con un sombrero, creando un efecto despersonificador es otro recurso frecuente.

En múltiples ocasiones, las influencers cuelgan contenidos en los que muestran su embarazo, a su pareja o a sus hijas/os. Estas imágenes familiares son tan idílicas como los viajes o el resto de eventos de sus vidas. Se muestran niños o niñas guapísimos y dulces en su cotidianidad. Las fotografías en pareja manifiestan un amor mitificado, encontrándose elementos tradicionalmente relacionados con el romanticismo, como los besos en la playa, las miradas cómplices y mágicas, las velas y los ramos de flores.

Teniendo en cuenta estas cuestiones, hay posiciones que consideran que las instagramer representan modelos tradicionales de feminidad y reproducen estereotipos. Apoyándose en el mito de la belleza de Naomi Wolf (1990) y en los trabajos de Gloria Steinem, infiltrada como conejita Playboy, tratarían de reflejar que utilizar la propia sexualidad supone también un alto precio. Es más, la feminidad hipersexual supondría una nueva domesticación, en tanto nos hemos transformado en la fantasía sexual masculina que beneficia al neoliberalismo.

¿Están empoderadas?

Otras posturas consideran que la profesión influencer puede ser empoderadora e incluso subversiva. Al realizar el paralelismo entre las influencers actuales y las denominadas celebrities o modelos que trabajaban a finales de los 90, se observa que tanto unas como otras han conseguido una promoción social.

La cosmética y la publicidad son mercados que tradicionalmente han sido ocupados por mujeres, que se han beneficiado económicamente. Estas profesiones ofrecerían autonomía a mujeres que son responsables de su propia sexualidad, poniendo en valor su capacidad para explotar su belleza.

En suma, los argumentos y las lecturas sobre las imágenes y representaciones de las influencers en las plataformas digitales son diversas. ¿Ciberfeminidades subversivas o tradicionales? ¿Empoderamiento o sometimiento? Posiblemente ambas. Ahí reside su gran paradoja.

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