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Clásicos en el aula: otro enfoque es posible

Conocer a los autores que forman nuestro pasado cultural y que son la base del trabajo de los nuevos escritores y artistas siempre ha sido parte de la asignatura de Literatura.

Sin embargo, actualmente, hay voces que se alzan poniendo en duda tal afirmación. Las razones son variadas pero fundamentalmente aluden a la escasa conexión que estas obras tienen con la realidad de las nuevas generaciones y también a la dificultad que encuentran muchos alumnos a la hora de comprender un texto.

De esta forma, se extiende, incluso entre algunos profesionales de la educación, la idea de eliminar dichos textos del currículum y de las recomendaciones escolares. ¿Es este el camino a seguir a la hora de formar a los estudiantes y futuros ciudadanos?

Ofrecer lo mejor de la cultura

Ofrecer a los niños y jóvenes lo mejor de la cultura universal es ofrecerles lo mejor de nuestra sociedad. Limitar su acceso no es el camino hacia la igualdad y justicia entre todos los ciudadanos. Si una sociedad avanzada es una sociedad más justa y mejor para todos, en este camino la cultura es un valor fundamental.

A medida que los clásicos se alejan en el tiempo de las generaciones que los van a estudiar, la cuestión no es si deben conocerlos, sino de qué manera se puede ayudar a su comprensión y su disfrute.

Cuando en la Enseñanza Secundaria Obligatoria y el Bachillerato se recomiendan a los alumnos lecturas que buscan iniciarles en la alta literatura, el objetivo no es machacarlos o hacerles odiar el acto de leer, sino ayudarles a que conozcan las reflexiones de otros antes que nosotros. Aprender sobre los grandes pensadores y artistas que, a su manera personal y a veces muy bella, han hablado y escrito para nosotros.

Una conexión con el pasado

La mayoría de esas palabras del pasado nos siguen interrogando hoy en día porque hablan de las mismas cosas que nos preocupan, que nos hacen pensar o que nos hacen reír y llorar.

En un aula con veinticinco o treinta alumnos, con sus diferencias, sus problemas y su historia familiar y personal, la tarea no es fácil.

La clave es cambiar la forma de hacerlo y, sobre todo, de evaluar las lecturas. Si sólo se busca examinar a la manera tradicional lo que leen nuestros alumnos, lo que se consigue es, muchas veces, lo contrario de lo que se buscaba. Es decir, que odien todo lo relacionado con la lectura.

Trabajo cooperativo en el aula

Una fórmula puede ser el trabajo cooperativo: un grupo bien organizado y entrenado que debe realizar trabajos, con la ayuda de actividades que mezclen imágenes, vídeos, explicaciones y lectura guiada. A medida que solucionan los retos progresivos que se les van planteando, consiguen entender el texto original y disfrutarlo.

El profesor trabaja desde el principio de curso, tanto en las tutorías del grupo como en la clase de Literatura, cómo pueden aprender juntos. Esta es la filosofía del aprendizaje cooperativo.

A medida que se van acostumbrando a dialogar, escuchar y realizar pequeños trabajos juntos, se va desarrollando su capacidad de resolver los retos propuestos.

Evaluar sin examen

Este aprendizaje no se puede evaluar con un examen. Para saber si los alumnos han aprendido y han conseguido avanzar tras las actividades realizadas no son necesarias las pruebas tradicionales. A medida que han ido trabajando, el profesor va recogiendo el resultado de los pasos que han ido dando.

Al final, la resolución de los retos de manera conjunta les ha ayudado a madurar, a ser compañeros y también a conocer grandes escritores. A leer lo que escribieron y entender por qué lo hicieron.

Han conocido lo que pensaban, lo que vivieron en épocas también difíciles, lo que soñaron y cómo lucharon por entender un mundo a veces tan complicado como el suyo propio.

Ese es el privilegio que nos brinda la literatura, y que debemos poner a su alcance.

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