El pianista James Rhodes cuenta en su libro Instrumental cómo los abusos que sufrió en su infancia lo cambiaron radicalmente:
“De un día para otro, literalmente, pasé de ser un niño lleno de vida que bailaba, que daba vueltas, que reía, a ser un autómata aislado, de pies de cemento, apagado.”
Además, tenía extrañas lesiones en la espalda y un comportamiento sexual de riesgo en la adolescencia. ¿Cómo nadie lo vio?
Violencia en cifras
Según la Organización Mundial de la Salud, uno de cada dos niños o niñas ha vivido violencia física, sexual o psicológica en el último año. Los resultados de los estudios que preguntan directamente a menores de edad reflejan esta tendencia, ya que entre el 83 % y el 91 % de los participantes ha vivido algún tipo de violencia a lo largo de su vida.
Sin embargo, en España, el último Boletín de Medidas de Protección a la Infancia recoge las sospechas de maltrato infantil de menos de un 1 % de la población menor de 18 años. Por tanto, la mayoría de los casos permanecen ocultos, a pesar de la obligación de comunicar a la autoridad competente cualquier indicio.
Más allá de las consecuencias a corto plazo, conviene recordar que el maltrato infantil engendra, entre otras cosas, problemas de salud física y mental que duran de por vida, como advierte claramente la propia OMS. Sin olvidar que sus consecuencias sociales y laborales pueden, a la larga, ralentizar el desarrollo económico y social de un país.
El rol de la escuela
En este marco, la escuela es un entorno privilegiado para abordar posibles situaciones de violencia. Más del 90 % de los menores en España están escolarizados y pasan un promedio de 25 horas semanales en los centros.
Además, la dinámica escolar brinda innumerables oportunidades de observación del desarrollo, progresión académica y comportamiento del alumnado. Permite también presenciar la interacción entre pares y adultos, y ofrece la oportunidad de establecer un vínculo cercano.
Prevención no solo en la adolescencia
Diversos programas de prevención se han aplicado y evaluado en entornos educativos. Pero la mayoría se dirigen a la adolescencia y casi todos están focalizados en la violencia entre menores.
Del total de programas analizados, un 26,7 % tuvieron lugar en la región europea, y 32 en España. La totalidad de las iniciativas en nuestro país están diseñadas para adolescentes. Y ninguna aborda la violencia por parte de cuidadores o la exposición a la violencia entre adultos.
Sospechas razonables
Otro gran desafío al que se enfrenta la escuela es detectar potenciales casos. Algunos estudios europeos encuentran que alrededor del 15 % de los participantes han detectado alguna vez algún caso de violencia. Otros reportan más de un 70 %; y hasta un 81 %.
Según la revisión más reciente, estas diferencias pueden deberse a que los estudios se centran en distintos tipos de violencia, conciben de manera distinta en qué consiste una “sospecha razonable” o tienen otras divergencias metodológicas.
También hay niños y niñas que parecen ser más visibles o detectables que otros. Tal parece ser el caso de familias provenientes de minorías étnicas o de pocos recursos. Quizás por este motivo persiste el mito de que la violencia ocurre mayormente en estos sectores.
Finalmente, también solemos asociar indicadores de violencia a otros motivos. En su libro No se lo digas a mamá, la escritora británica Toni McGuire relata que su madre consideraba que su consumo de sustancias, sus pesadillas y crisis eran “humores de adolescente”.
¿Cómo notificarlo?
Dar el paso de comunicar una sospecha parece ser lo más desafiante para el personal escolar. La mayoría de participantes reporta no haber notificado nunca, y una proporción considerable (entre el 11 % y el 28 %) asume haber tenido sospechas que no han sido comunicadas. La decisión de notificar parece depender de conocer concretamente el proceso. Pero también de los años de experiencia y otras variables relacionadas con el centro y el sistema.
Una buena noticia es que la mayoría de quienes han notificado perciben que el menor afectado mejora con la intervención hecha. Además, las notificaciones de sospechas de maltrato infantil provenientes del sistema educativo han ido aumentando.
Sensibilidad hacia el trauma
Un enfoque con buenos resultados a nivel internacional es la sensibilidad hacia el trauma que implica al personal escolar, alumnado y familias, pero también a las agencias externas (servicios sociales, sanitarios o de seguridad). El objetivo es obtener una visión integral para crear un entorno de confianza en el que la infancia se sienta segura.
También se está trabajando en el fomento de las revelaciones por parte de las víctimas de violencia. Este proceso los empodera y facilita tanto la detección como la comunicación. De hecho, algunas víctimas lamentan que durante su escolaridad no se les haya preguntado directamente sobre el tema. Como contracara, es necesario formar al personal escolar para gestionar estas conversaciones adecuadamente. Esto evita la revictimización y permite dar una respuesta de apoyo.
Otra práctica cada vez más frecuente es encuestar al alumnado sobre su bienestar. En estos casos, es recomendable usar instrumentos cuyas propiedades psicométricas hayan sido verificadas y que permitan la comparación de las cifras.
Una responsabilidad escolar
Entre muchas otras responsabilidades, la escuela debe proteger a niños como James Rhodes o Toni McGuire. Para ello, resulta importante habilitar espacios para hablar del tema a todas las edades, sin restringir la prevención a la victimización entre menores.
Gracias a la observación y a un vínculo sincero, la escuela puede tender puentes entre las posibles víctimas y el apoyo que necesitan. A tal fin, se necesita una comunicación fluida con las agencias especializadas, contar con el apoyo de la administración pública y la comunidad científica. Las familias debemos valorar positivamente que se aborden estas cuestiones.
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