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Cabinas y puestos instalados en una calle de Nueva York para que los ciudadanos participen en el proceso de presupuesto participativo. Costa Constantinides / Flickr, CC BY-SA

Cuando los ciudadanos deciden el presupuesto: lecciones de la antigua Grecia

Actualmente, los representantes que elegimos son los responsables de decidir sobre las cuestiones económicas a puerta cerrada. Para ello, los políticos democráticos confían en el consejo de algún burócrata financiero que, a menudo, atiende las necesidades políticas del gobierno electo. Los políticos no suelen preguntar a los votantes qué les parecen las opciones que hay para los presupuestos. Tampoco argumentan los motivos por los que eligen unos en concreto. Sus explicaciones suelen carecer de contenido. Dicen cosas como “nos preocupa el empleo y el desarrollo” o “estamos en ello”. Tampoco divulgan el compromiso que conlleva la elección de un presupuesto ni sus decisiones financieras.

Esta reticencia a explicar las cuestiones económicas públicas ha sido muy evidente durante la crisis económica mundial.

En Australia, Reino Unido y Francia, los gobiernos de centro-izquierda pidieron prestadas enormes cantidades de dinero para poder mantener la demanda privada y, en algún caso, para poder apoyar a los bancos privados. En cada país, estas políticas ayudaron mucho a minimizar los costes humanos de la crisis.

Sin embargo, en las convocatorias electorales posteriores, los políticos que habían comenzado a usar estas políticas se negaron a justificarlas. Temían que los votantes de centro-izquierda no toleraran las decisiones sobre la economía pública. Debido a la falta de justificación, cada uno de estos gobiernos acabó derrotado por su oponente de centro-derecha.

En la mayoría de las democracias existe el mismo problema subyacente: los representantes elegidos no creen que los votantes vayan a aceptar la política financiera. Asumen que la democracia no sirve para gestionar este asunto. Para ellos, la única forma de establecer los presupuestos es manteniendo a los votantes al margen.

Durante décadas, hemos estudiado, por separado, la antigua y la actual democracia. Nos hemos dado cuenta de que este planteamiento es totalmente erróneo. Hay numerosos ejemplos que muestran que, cuando se implica a los votantes, se obtienen mejores presupuestos.

En 1989, los ayuntamientos de las ciudades pobres de Brasil empezaron a dejar que los votantes participasen en las decisiones económicas. Este modelo se expandió rápidamente por Sudamérica y ha empezado a aplicarse con mucho éxito en Alemania, España, Italia, Portugal, Suecia, Estados Unidos, Polonia y Australia. En Francia se ha comenzado también algún proyecto piloto. Esta participación se basa en el principio de que los más afectados por las decisiones económicas deben intervenir en su articulación.

Mapa de los presupuestos participativos en el mundo, 2018. Tiago Peixoto, CC BY

A pesar del éxito de estos experimentos democráticos, aún en la actualidad los políticos electos se resisten a involucrar a los votantes en las decisiones económicas, algo que sin embargo era normal en la antigua Atenas hace 2.500 años.

¿Cómo lo hacían los antiguos atenienses?

En la democracia ateniense, los ciudadanos decidían los presupuestos. Este antiguo estado griego tenía un presupuesto muy sólido debido a esa implicación de los ciudadanos.

Soldados británicos admiran el Erecteum en la Acrópolis de Atenas durante octubre de 1944. Captain A.R. Tanner/Imperial War Museum, London, Author provided (no reuse)

La antigua Atenas era un Estado con mucho éxito; desarrolló una democracia con un nivel mucho más alto que cualquiera de las que se haya dado después. Fueron los innovadores culturales de la edad clásica. Los demócratas atenienses se convirtieron rápidamente en una superpotencia militar. Estos triunfos no fueron nada baratos. Dependían de la habilidad de la democracia ateniense para subir los nuevos impuestos y controlar el gasto público, lo que implicaba plantear debates sinceros sobre este tipo de gastos.

Este requisito condujo de manera sorprendente al establecimiento de presupuestos equilibrados. En las asambleas de democracia directa, cada participante votaba sobre cada medida política. La asamblea ateniense se reunía 40 veces al año. El 20% de los votantes siempre participaba. Se observaba, pues, una enorme diferencia con la situación actual: los ciudadanos acudían regularmente para asistir a los debates y decidir sobre cuestiones económicas públicas.

Los atenienses esperaban que sus líderes apoyaran una política que estimara los costes de forma precisa. Tenían que demostrar que era asequible. A menudo, se enfrentaban a los argumentos de políticos rivales que creían que no lo eran. Para contrarrestar esa opinión, ofrecían una solución para reducir costes o el nuevo impuesto presentado.

En la antigua Atenas, los políticos no creían que los votantes no fuesen a aceptar la realidad, sino que estaban convencidos de que subir los impuestos o recortar beneficios les parecería algo lógico para el bien común.

Establecer presupuestos en la actualidad

Actualmente, en la mayoría de los ejercicios presupuestarios participativos, los votantes solo deciden sobre una parte del presupuesto. En 2014, sin embargo, un ayuntamiento de Australia lo hizo de otra forma. La ciudad de Melbourne le pidió a un grupo de ciudadanos que ayudase a establecer un presupuesto de 2.500 millones de euros. Este grupo se seleccionó de manera aleatoria entre los residentes en la ciudad. El ayuntamiento proporcionó un acceso completo a la información financiera y asesoramiento burocrático.

Durante tres meses, los votantes se reunieron para debatir sobre el presupuesto. Tras 40 horas de deliberación, acordaron cuáles serían las prioridades de los gastos e hicieron propuestas sobre los impuestos locales. Consiguieron una solución presupuestaria que nadie antes había conseguido.

Los miembros del Panel Popular que ayudaron a la ciudad de Melbourne a establecer su presupuesto. Lyn Carson, Author provided

Para sorpresa de todos, los votantes recomendaron subir los impuestos y vender algunos bienes inmuebles infrautilizados. También establecieron la forma de venta de estos activos: decidieron que la recogida de residuos era un servicio fundamental para toda la comunidad y que no podían deshacerse de él. Melbourne incorporó lo que el grupo había decidido sobre su presupuesto para diez años.

Tres lecciones importantes

De estos dos ejemplos sacamos tres conclusiones importantes:

  1. Es fundamental llevar a cabo un debate minucioso sobre la economía pública. En la antigua Atenas, los debates acababan con las políticas que no eran asequibles. Se hacía un trabajo preliminar para la subida de impuestos que era necesaria para financiar otras políticas. En Melbourne, los debates de los ciudadanos sirvieron para que el ayuntamiento subiera los impuestos y mantuviese servicios públicos fundamentales.

  2. Los representantes públicos no deberían tener miedo de exponer la realidad económica. Implicando a los votantes en los debates se ayuda a establecer un consenso para las reformas importantes. Los votantes atenienses no castigaban a sus políticos por subir los impuestos ya que, a veces, eran ellos mismos los que lo proponían.

  3. La democracia de la antigua Grecia era muy exitosa a la hora de resolver crisis financieras. Mientras los políticos modernos tengan la valentía de hablar con sinceridad sobre la economía pública, no habrá ningún motivo para no tomar como ejemplo la experiencia de los atenienses. En lugar de querer vender sus presupuestos con frases vacías, los representantes deberían hablar de manera sincera sobre los problemas presupuestarios y escuchar las buenas soluciones que los votantes les pueden proponer.

This article was originally published in English

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