El Congreso de los Diputados de España acaba de aprobar la reforma del artículo 49 de la Constitución vigente. Uno de los cambios propuestos es sustituir el sintagma “disminuidos físicos, sensoriales y psíquicos” por “personas con discapacidad”.
La alteración que se propone obedece a un proceso habitual en la lengua. En el español estándar, y en las lenguas de nuestro entorno, el sintagma “personas con discapacidad” es de uso común desde hace mucho tiempo. Sin embargo, el texto constitucional se quedó fosilizado en una designación habitual en los años 70 del siglo pasado, y que hoy se ve como poco adecuada.
En la lengua existen numerosos términos considerados tabú. Son formas “prohibidas” que deben reemplazarse por palabras que no estén connotadas negativamente, los denominados eufemismos. Las razones para ello son muchas.
Desde muy antiguo está presente en la lengua el tabú del miedo y del respeto. Algunas religiones consideran blasfemo mencionar el verdadero nombre de Dios. Hay quien cree que nunca se debe mentar a “la bicha” (la serpiente) y los magos del universo de Harry Potter evitan decir el nombre de Lord Voldemort.
También son muy evidentes los tabús vinculados a los órganos sexuales, las funciones reproductoras y las excretorias. Se considera que su sola mención atenta contra la decencia y el pudor, conceptos relativos según las épocas, sociedades y lugares, tal y como comentaremos más adelante.
Un ejemplo muy claro de sustitución de un término tabú por uno o varios eufemismos sucedió con el término retrete. Originalmente, designaba “el aposento pequeño y recogido en la parte más secreta de la casa y más apartada” (Sebastián de Covarrubias, Tesoro de la lengua castellana o española, 1611).
De modo similar se define en los diccionarios de la Real Academia Española de 1737, 1780 y 1791. En cambio, en la edición de 1803 se añade un nuevo significado: “El quarto retirado donde se tienen los vasos para exonerar el vientre”. Una vez introducido este nuevo significado, era cuestión de tiempo hasta que este término se considerase poco delicado y se introdujese un nuevo eufemismo. Por ejemplo, y en momentos diferentes, aseo, servicio o cuarto de baño.
Eufemismos y conceptos en inglés
Un miedo que existe cuando se plantea el uso de nuevos términos es que se intente ocultar o invisibilizar la realidad. En la novela distópica 1984 se plantea el concepto de neolengua (en su formulación original en inglés, newspeak), cuyo objetivo era limitar el pensamiento crítico de la sociedad. Podrían ponerse en relación con estos conceptos determinados eufemismos. La “austeridad” (recortes en el gasto público), los ajustes de plantilla (despidos) o las “víctimas colaterales” (civiles asesinados) son formas frecuentes en los medios de comunicación de todo el mundo.
Resulta muy interesante cómo se está utilizando el inglés para introducir conceptos que suenan más frescos y atractivos que su alternativa más realista (y dura) en español. Practicar el coliving, por ejemplo, tiene más gancho que compartir piso por no poder pagar la vivienda.
Llamar a las cosas por su nombre
Puede criticarse cómo se evita en estas formas la mención explícita de realidades negativas, lo que contribuye a ocultarlas o negar su gravedad. Así puede entenderse la reivindicación de “llamar a las cosas por su nombre”, desde los despidos (y no “ajustes de plantilla”) a los productos menstruales (mejor que “productos de higiene femenina”).
El daño que puede causar utilizar elisiones, rodeos y metáforas para denominar realidades ha sido puesto de manifiesto también en el caso de la enfermedad, específicamente el cáncer, la “larga enfermedad”.
Cambio social
Sin embargo, el cambio aprobado para el texto constitucional no parece ser comparable a estos últimos ejemplos descritos. Ha habido una modificación bastante generalizada de sensibilidad social que ha sido el motor de una variación ya realizada en los usos lingüísticos. Ya no es usual ni está bien considerado, en la mayoría de los ámbitos sociales, hablar de “inválidos”, “subnormales” o “retrasados”, como se hacía hace unas décadas.
Se prefiere, en general, hacer énfasis en la persona, no en la discapacidad. Dicho de otro modo, considerar que las personas no son solamente su discapacidad, y expresar esta como un complemento que acompaña a los sustantivos persona, mujer, hombre, joven… cuando resulta relevante. Esto es lo que se propone para el nuevo texto legal, que habla de “personas con discapacidad” para sustituir el término disminuidos. Además, se emplea así un término inclusivo y se evita el uso del masculino genérico, cuyo uso constante es sentido por una parte de los hablantes como problemático.
El rechazo a términos como disminuido, discapacitado y otros similares está impulsado por las propias personas de estos colectivos, cuya opinión es muy digna de ser tenida en cuenta.
En resumen, este es uno más de los muchos cambios en la lengua causados por una realidad en continua evolución. Pero también por nuevas ideas y sensibilidades sobre esa realidad y sobre el mismo uso de la lengua. Esto ha ocurrido desde tiempos inmemoriales y seguirá ocurriendo, nos guste o no. No hay duda de que los hablantes quieren usar la lengua de modo que exprese su manera de ver el mundo y que les represente, pues nuestro uso de la lengua es también identidad. Somos quienes somos (también) por cómo hablamos. Como dice una frase atribuida a Sócrates, “habla para que yo pueda conocerte”.