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Escribir para niños es un acto de amor. Picsea / Unsplash

El cuento infantil y la grandeza de interesarse por los niños

Para hablar de aquello que caracteriza un cuento infantil y lo distingue de cuento para adultos, hay que empezar por la audiencia.

¿Cómo es la audiencia infantil? Es una audiencia sin prejuicios culturales, inclusiva y auténtica, y no pierde el tiempo admirando al autor, sino que se centra de lleno en la historia. Así pues, claridad, simplicidad y economía. Y necesidad. El público infantil necesita las historias para complementar su conocimiento, aún escaso, del mundo en el que vive. Silvia Adela Kohan también opina que la audiencia infantil requiere forjar una literatura específica.

El vocabulario requiere sencillez y el tema ha de ser de su interés. A los niños hay que hablarles de sus problemas, sin miedo al conflicto en la historia que se les cuente, que son los propios de su edad: celos, miedo, tristeza, felicidad e incluso el uso del género cómico de las funciones orgánicas (el pipí, la caca, la comida y la bebida).

Es decir, lo oral, lo anal y lo genital, pero siempre teniendo en cuenta lo que les sucede a ellos. Un cuento infantil no puede hablar de separaciones matrimoniales ni de relaciones sexuales que no habitan en la mente infantil por multitud de razones entre las cuales está el tema y la experiencia vital del niño.

Aristóteles para toda la familia

Las estructuras que frecuentemente se leen a los niños tienden a asemejarse a la estructura clásica aristotélica. Esto es, una estructura que se compone de tres actos muy diferentes entre sí en la que cada uno de los cuales contiene una información específica para que el cuento se desarrolle ordenadamente.

El primer acto presenta al protagonista, su vida y el objetivo que tiene. El segundo acto, que tiende a ser el más largo, llena la historia de obstáculos que el protagonista irá superando para conseguir, en el tercer acto, solucionar el conflicto latente que impide, desde el inicio del cuento, que el protagonista consiga su objetivo. Y acabar el cuento de forma clara, con un final concreto.

Así pues, un cuento infantil se distingue claramente de un cuento dirigido a público adulto porque ha de concentrarse en lo fundamental. En definitiva, la grandeza de los cuentos infantiles es la generosidad y el amor del adulto que hay detrás.

No hay mejores palabras que las de Lavandier para describirlo: “un autor que escribe para público infantil no escribe para que le doren la píldora, o para gustar, sino para ser útil, para agradar, para realizar lo que Lewis Carroll llama un don de amor”. Un don de amor hacia la magia de la vida, que la literatura para niños nos hace revivir a diario.

Invito a los lectores interesados por el tema a ahondar en Bruno Bettelheim, Marie-Louise von Franz, Vladimir Propp y un autor de exquisita y amena lectura y más contemporáneo que los anteriores, Yves Lavandier.

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