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El misterio de la comunicación humana, el lenguaje y el tiempo

El mundo vive trágicamente el fracaso de la comunicación de paz que los medios no usan. Escasea la comunicación creativa que puede solucionar los conflictos y la falta de empatía. Hay autores que consideran que no es posible comunicarse, y que en realidad vivimos aislados: afirmaba Wittgenstein que hay cosas de las que no podemos hablar, y sobre las que es mejor callarse.

Algunos autores creen que comunicar es alinearse en una misma sintonía en la que se comparten similares longitudes de onda semántica. Poetas como Rilke, o Helen Keller creen en la belleza en el lenguaje como energía comunicativa. Walter Benjamin pensaba que comunicarse es un proceso de incubación de la experiencia mediante la que ciertos mensajes nos trasladan a su dimensión de realidad.

André Malraux o Saint Exupéry creen firmemente que puede transmitirse una experiencia, que esta puede cruzar la barrera de la piel de un individuo hasta llegar a otro, mediante los signos.

Cooperación esencial e identidad creada

La teoría de la comunicación probablemente más optimista que existe es la de Paul Grice, que mostró cómo unos principios de cooperación interpretativa nos conducen a creer que quien nos habla tiene intención de transmitir mensajes bienintencionados, y adecuados a la lengua. Grice pensaba que la simple constitución de una lengua presuponía estos principios.

Y en esta línea, Martin Buber creía que la comunicación es esencialmente una aceptación del otro, ética y metafísica. Usar el lenguaje para dirigirse a los demás es un proceso de amor cósmico, en el que creamos una relación con el mundo, que es la que nos hace dignos de existir.

Decía Buber que la identidad de quien se comunica en el lenguaje cambia con dicha comunicación, y que cuando nos comunicamos con los demás es cuando construimos nuestro propio yo, que es resultado del proceso, y no su origen. Nuestro yo, entregado a la comunicación, pertenece esencialmente al futuro.

La comunicación crea el lenguaje

Los lingüistas generativistas y semiólogos han pensado a fondo sobre el hecho increíble de que la lengua sea un proceso en creación constante. El lenguaje es más el resultado que la causa de la comunicación: es un río profundo que va siendo transformado por los hablantes.

Afirmaba Paolo Fabbri que las lenguas son sensibles al contexto: nacen y mueren por las necesidades de comunicación entre individuos dispares y comunidades aisladas entre sí, y se transforman a cada momento. Chomsky, mostró cómo los hablantes fuerzan las palabras en las estructuras, para que encajen en el aquí y ahora de la comunicación, que es siempre esencialmente nuevo.


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Creación colectiva

Las lenguas son creaciones colectivas. En el proceso de la comunicación entre hablantes se generan innovaciones y expresiones que van obedeciendo a las necesidades de comunicación. No hay un creador único que produzca las formas del lenguaje: estas son fijadas por los usuarios hablantes que van lanzando sus formas al uso comunitario, y en este interior es donde esas formas son asumidas.

Es muy interesante cómo, al tiempo que las comunidades acuñan su lengua, también la lengua permite que esa comunidad se reconozca en ella como en un espejo: la identidad de un grupo se materializa a través de la lengua común en la que se expresa.

Así lo mostró Halliday y tenemos ejemplos muy recientes, como los memes, de cómo cuando un grupo humano necesita generar un lenguaje común ante una realidad que vive, esa lengua común, hecha de rastros y residuos de otras lenguas, termina siendo una obra colectiva. El acierto en el decir de los hablantes, que nada tiene que ver con la corrección gramatical, va generando un lenguaje compartido que es obra de todos. Esta creación, el lenguaje, es probablemente la única forma de una inteligencia colectiva.

Cómo la lengua no muere

Mediante el proceso creador la lengua no le pierde el paso al tiempo, no muere. En los procesos del habla, parece progresar en dos direcciones: hacia la comunicación y hacia su propia creación. El lenguaje debe adaptarse a la vida, que es un proceso en constante cambio e individuación. Por eso desafía las reglas y las normas gramaticales, rompe las normas temáticas, se recrea constantemente.

Cuando hablamos, el acierto en el decir de quien nos habla es también una cosa compartida. Cooperamos, no solamente para reforzar palabras ya sabidas, sino para buscar expresiones nuevas, mejoras que nos ofrecen otros, para nuestras sensaciones o vivencias. Cada comunicación con los demás trabaja en fijar formas que están más unidas a la vida, y que nos expresan. Gracias a dicho proceso, nos entendemos.

Pero esto ocurre no solamente en el presente, sino en el instante en el que el futuro besa su umbral aún sin traspasarlo. El lenguaje, por su naturaleza generativa, está íntimamente unido no solamente al aquí y ahora, sino a lo que será, que nos llega atrapado por las palabras y los signos.

El lenguaje común que hemos acordado para traducir la experiencia increíble del futuro que se intuye es el medio que nos pone de acuerdo. El acuerdo, la unión comunicativa, es una unión de futuro. Un entusiasmo creador garantiza la transmisión de contenidos, y se convierte en el cauce para volcar todo cuanto queramos decir.

No se trata sólo de un acuerdo, sino de una unión en el esfuerzo, de una energía sentida y desencadenada en la creación de signos, que mueve nuestra alma. Para comprendernos, necesitamos una lengua innovadora, porque sólo esta es fiel a la inefable experiencia de vivir.

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