“Tomaré lo mismo que ella”, le dice Estelle Reiner al camarero mientras señala a Meg Ryan, que acaba de fingir un orgasmo en el restaurante donde ambas se encuentran. Esta famosa escena de Cuando Harry encontró a Sally (1989) es, sin duda, el orgasmo más conocido de la historia del cine.
Orgasmo. Hemos oído, leído o pronunciado esta palabra en numerosas ocasiones sin, seguramente, pararnos a pensar qué significa. Su origen está en el término griego orgasmos, que a su vez deriva de orgé (“temperamento”, “ira”, “furia”), y del sufijo -asmos, que da idea de “resultado abrupto”, “golpe”. Un orgasmo es la culminación intensa y placentera de la excitación sexual que se caracteriza por contracciones rítmicas de los músculos del suelo pélvico, acompañadas de intenso placer y seguido de una sensación de relajación y satisfacción.
A la batuta, el sistema nervioso
Pero ¿y si definimos orgasmo de manera más técnica? Entonces diríamos algo así como que es la intensidad máxima de excitación generada por la estimulación aferente y reaferente de receptores sensoriales viscerales y/o somáticos activados exógena y/o endógenamente, asociados a la aparición de procesos cognitivos de orden superior, seguido por una liberación y resolución (disminución) de la excitación.
Parece un galimatías, pero probablemente nos acerque más al verdadero artífice de esa sinfonía de actividad neuronal: el sistema nervioso. El orgasmo es un evento complejo que involucra una interacción sinérgica entre el cuerpo y la mente. Y qué mejor director de orquesta para interpretarla que nuestro sistema nervioso.
No en vano, los estudios al respecto mediante resonancia magnética funcional muestran que para alcanzar un orgasmo es necesaria la activación de múltiples estructuras nerviosas, lo que produce una tormenta simpática hiperactiva. Es decir, un estado en el que el sistema nervioso simpático –el que controla las acciones involuntarias del cuerpo como la respiración o los latidos del corazón– muestra una actividad excesiva. Este frenesí provoca cambios fisiológicos en el organismo como un aumento de la frecuencia cardíaca, la presión arterial o la respiración (que se vuelve mas rápida y profunda).
Así suena la orquesta del cerebro
Pero la sinfonía no termina aquí. Además de esta respuesta periférica, hay una activación central que involucra a múltiples regiones cerebrales. Es hora de conocer a sus protagonistas.
La corteza sensorial es la responsable de procesar la información táctil y sensorial, como por ejemplo la estimulación del clítoris, el cérvix o la vagina. Durante el orgasmo, esta región cerebral se activa, respondiendo a la estimulación placentera que recibe.
Las contracciones rítmicas que caracterizan al orgasmo son el resultado de la activación de la corteza motora, encargada de coordinar la respuesta muscular que acompaña al clímax sexual. Es como si el cerebro dirigiera una sucesión de movimientos que terminan en un crescendo de placer.
Los estudios científicos han demostrado que la corteza visual también se enciende durante el orgasmo, lo cual sugiere que durante el clímax se presta una mayor atención a las superficies corporales estimuladas y a la imaginería visual.
Aunque en una orquesta todos los instrumentos son importantes, la verdadera estrella cerebral de esta pieza es el sistema límbico, centro de las emociones y de la recompensa. Es aquí donde se desata toda la musicalidad del apogeo sexual. Una de las principales estructuras límbicas implicadas es el hipotálamo, que coordina la liberación de hormonas sexuales y neurotransmisores fundamentales para el proceso de excitación sexual y el desarrollo del orgasmo.
Siguiendo con el compás, la amígdala emerge como una protagonista destacada. Esta estructura cerebral está especializada en el procesamiento de emociones, incluyendo aquellas asociadas con la sexualidad, como la excitación y el placer. Durante el orgasmo, la amígdala experimenta un aumento en su actividad, lo que contribuye a intensificar nuestra respuesta emocional y la sensación de placer.
El hipocampo, conocido por su papel en la memoria y el aprendizaje, también tiene su lugar en esta orquesta neuronal. Se encarga de codificar y consolidar las experiencias sexuales placenteras. Esto significa que el sistema límbico puede influir en cómo recordamos y procesamos nuestras vivencias sexuales, incluidos los orgasmos. Tales procesos pueden condicionar nuestras respuestas emocionales y comportamientos futuros en el ámbito sexual.
Finalmente, otras estructuras cerebrales como el cerebelo y su proyección al tegmento pontino participan en los componentes cardiovasculares y motores del orgasmo. Se ha demostrado que la activación del área pontina ventrolateral de las mujeres produce las contracciones del suelo pélvico que son (al menos en parte) responsables del orgasmo físico. En los hombres, esta zona es la que genera las contracciones del suelo pélvico responsables de la eyaculación.
Aluvión de neurotransmisores
En último término, la culpa de todo la tienen los neurotransmisores, esos mensajeros químicos que crean un torbellino de sensaciones placenteras que invaden el cerebro. Veamos qué papel desempeñan.
La dopamina, conocida como el neurotransmisor del placer y la felicidad, alcanza niveles máximos durante el orgasmo, generando una sensación de éxtasis y recompensa.
A menudo llamada la “hormona del amor”, la oxitocina también se libera en grandes cantidades, promoviendo el vínculo emocional y la intimidad entre los compañeros sexuales. Es como si el cerebro estuviera programado para fortalecer los lazos afectivos durante ese momento, fomentando una mayor conexión entre las parejas.
En el transcurso del orgasmo, el cerebro secreta además serotonina, una sustancia relacionada con la regulación del estado de ánimo y el bienestar emocional. Esto contribuye a generar una sensación de satisfacción y felicidad, lo cual nos lleva a entender que el orgasmo no es solo un evento físico, sino también mental.
Un saludable apagón
En este contexto, la experiencia emocional y fenomenológica del orgasmo se ha vinculado con la desactivación de ciertas áreas del cerebro, como la corteza prefrontal, temporal y entorrinal. Se interpreta como un aumento en la percepción de la experiencia placentera y la sensación de saciedad que acompaña al clímax sensorial.
A la luz de todas las investigaciones, puede que no quede claro si es el cerebro quien controla el orgasmo o si ocurre al contrario. De hecho, algunos estudios demuestran que muchas áreas se desactivan en el momento mismo de la culminación sexual, sugiriendo que el cerebro prácticamente “se apaga”, con excepción del tronco cerebral –responsable de la actividad cardiovascular– y el cerebelo –encargado de los movimientos–.
Lo que sí está comprobado es que el orgasmo puede tener efectos beneficiosos para la salud: alivia el estrés, mejora el estado de ánimo y fortalece el sistema inmunitario. Además, la liberación de endorfinas y otras sustancias químicas puede tener propiedades analgésicas y antiinflamatorias, aliviando el dolor y promoviendo una sensación de bienestar general.
Después de leer este artículo, seguro que usted coincide con Estelle Reiner y también tomará lo mismo que Meg Ryan.