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El papel vital del cuidado en la justicia climática

En la urgente lucha contra el cambio climático, un elemento a menudo pasado por alto pero crucial es el cuidado, un concepto que abarca todas las acciones necesarias para mantener, continuar y reparar nuestro mundo. Desde cuidar a un niño hasta la protección del medio ambiente, el cuidado engloba acciones vitales para mejorar el bienestar colectivo.

El cuidado es esencial para sostener la vida humana en la Tierra. Sin embargo, el trabajo de cuidados está infravalorado, invisibilizado y relegado a “ciudadanos de segunda clase”. A lo largo de la historia, han sido las mujeres –a menudo mujeres inmigrantes– quienes se han tenido que hacer cargo de las actividades de cuidado, desde cocinar y limpiar hasta cuidar a niños, ancianos y personas con discapacidad.

Los impactos climáticos como las olas de calor, inundaciones y sequías afectan no solo la salud y la seguridad humanas, sino también de animales, plantas y lugares, exacerbando la necesidad de cuidados de todos ellos. En el mundo actual, a medida que la crisis climática se suma a otras crisis (como la crisis de los cuidados), el imperativo de revalorizar y democratizar el cuidado se hace cada vez más evidente.

La necesidad de un enfoque centrado en el cuidado

Diversas investigaciones subrayan que lograr la justicia social en las respuestas al cambio climático requiere un enfoque centrado en el cuidado. Esto implica, por ejemplo, analizar cómo el cambio climático afecta a la demanda y distribución de los trabajos de cuidado, así como a sus condiciones laborales. También implica reconocer el papel esencial de los trabajos de cuidado en la la acción climática e incluir las perspectivas, experiencias y conocimientos de las cuidadoras en los procesos de planificación climática.

Pero más allá de reconocer las disparidades e incluir a las cuidadoras en los espacios de toma de decisiones, las acciones climáticas deben aliviar las cargas desiguales y promover una distribución más equitativa de las responsabilidades de cuidado.

Un enfoque propuesto por la organización internacional del trabajo y respaldado por ONU-Mujeres para reducir las desigualdades del cuidado es el marco de las 5R: reconocer, reducir, redistribuir, representar y recompensar el trabajo de cuidado.

Políticas de cuidado pioneras

Algunas iniciativas de gobiernos locales y nacionales apuntan en la dirección correcta, avanzando en políticas de cuidado progresistas que valoran el cuidado como una necesidad colectiva.

Autoproclamada “ciudad cuidadora”, Barcelona ha puesto la vida cotidiana y el trabajo de cuidados en el centro del diseño urbano, repensando una ciudad donde se pueda cuidar de las personas, de la ciudad y del clima de forma pública, segura y justa.

La capital catalana está ampliando su red de movilidad sostenible centrándose en los viajes cotidianos realizados para actividades de cuidado y promoviendo caminar “como cuidar de uno mismo, de los demás y del medio ambiente”.

Poner el cuidado en primer plano implica no sólo abordar las necesidades de quienes lo reciben, sino también de quienes lo dan. En este sentido, Barcelona introdujo en 2022 la Tarjeta Cuidadora con el objetivo de identificar y conectar a las cuidadoras y brindarles recursos, capacitación y apoyo relacionados con los cuidados. Los recursos van desde actividades artísticas y de entretenimiento que promueven el bienestar emocional hasta capacitaciones enfocadas en mitigar los impactos de las olas de calor en la salud.

Actividad entre cuidadoras, personas mayores e infancia en un espacio VilaVeïna. Ayuntamiento de Barcelona

Otro ejemplo inspirador proviene de Bogotá, donde las Manzanas del Cuidado están cambiando la vida de las cuidadoras. Las Manzanas del Cuidado son espacios de la ciudad donde las cuidadoras encuentran servicios gratuitos para que puedan cumplir los sueños que pusieron en pausa por la sobrecarga en los trabajos de cuidado.

Las Manzanas ofrecen oportunidades de educación y emprendimiento, deporte y descanso, así como asesoramiento legal y psicológico. Todo ello mientras las personas a quienes cuidan son atendidas en espacios que promueven sus capacidades y autonomía. De hecho, Barcelona se inspiró en el ejemplo de Bogotá al crear sus propias manzanas de cuidado, las VilaVeïnas.

Actividad con cuidadoras en Bogotá. Manzanas del cuidado

A nivel nacional, países como Uruguay y Ecuador están a la vanguardia de la institucionalización de políticas públicas de cuidados. Estas políticas buscan promover la visibilidad del trabajo de cuidados y transformar las relaciones de género a escala nacional.

En 2016, Uruguay lanzó su Plan Nacional de Cuidados, que da visibilidad al trabajo no remunerado y a su valor para el bienestar social y el sistema económico. Esta visibilidad fue posible gracias a encuestas de uso del tiempo a nivel nacional, que llevaron a la formulación de políticas públicas diseñadas para transformar las relaciones desiguales de género.

Otro ejemplo de institucionalización de políticas de cuidado proviene de Ecuador, que incluyó el trabajo reproductivo no remunerado en su constitución de 2008 y en las metas estratégicas de su Plan Nacional para el Buen Vivir. Aquí, también, las encuestas sobre el uso del tiempo fueron fundamentales para exponer la sobrecarga de trabajo de las mujeres, aumentando la visibilidad de estas cuestiones en el debate público.

El Plan Nacional para el Buen Vivir también reconoce la importancia del trabajo reproductivo como eje fundamental de un modelo de desarrollo solidario y equitativo, que satisface las necesidades de las personas en paz y armonía con la naturaleza.

Centrando el cuidado en la acción climática

Las políticas descritas anteriormente tienen el objetivo de reconocer y valorar un trabajo que es frecuentemente irregular, invisible y subestimado. Además, tales iniciativas tienen el potencial de democratizar el trabajo de cuidado y hacerlo más gratificante para quienes lo dan y reciben.

Al reconocer y apreciar el valor de los trabajos de cuidado, se presenta una narrativa alternativa que desafía los supuestos prevalecientes que perpetúan la feminización e invisibilidad del cuidado. Así, el cuidado se presenta como una necesidad colectiva que sustenta las economías y la supervivencia humana y, por lo tanto, debe compartirse equitativamente dentro de los hogares y la sociedad en general.

Los esfuerzos pioneros descritos arriba subrayan el potencial transformador de priorizar el cuidado en el diseño urbano y en la reconfiguración de las políticas nacionales. A medida que navegamos por los desafíos del cambio climático, abordar el cuidado no es solo un imperativo moral, sino esencial para construir un futuro más justo y sostenible para todos.

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