¿Nos cuesta más expresar las emociones cuando hablamos en otra lengua? ¿Somos más locuaces cuando contamos un hecho desagradable o cuando nos embarga una emoción positiva? ¿De qué recursos nos servimos para transmitir intensidad en nuestras emociones? ¿Empleamos esos recursos según nuestro nivel de dominio en una lengua que aprendemos?
La experiencia habitual cuando aprendemos lenguas extranjeras, incluso al alcanzar niveles altos de competencia, es la autopercepción de falta de palabras y expresiones adecuadas cuando se trata de manifestar una emoción de manera espontánea y natural.
No nos sentimos tan “auténticos” como cuando hablamos en nuestro idioma, ni con la seguridad de estar comunicando lo que realmente pretendemos:
“No nos enseñan en clase a expresar nuestras emociones, y las sentimos cada día de nuestras vidas”.
“Si cuando hablo con mis amigas hispanohablantes no puedo expresar bien mis emociones, se pensarán que no tengo sentimientos”.
Estas son respuestas de dos participantes chinos en nuestra investigación, de próxima publicaicón, sobre cómo expresan estos aprendices la alegría y la tristeza en español y cómo se sienten al hacerlo.
Emociones y detalles
Entrevistamos a un total de 81 sinohablantes usuarios de español repartidos en tres contextos diferentes:
Estudiantes universitarios en China (contexto de no inmersión lingüística).
Estudiantes durante una estancia académica en Madrid (inmersión lingüística).
Trabajadores asentados en Madrid (contexto de migración).
Para lograr que produjeran narrativas orales emocionales, les proyectamos secuencias cinematográficas que provocaban las emociones pretendidas (tristeza y alegría). Estas emociones las medimos con un cuestionario validado por investigadores anteriores, y les pedimos que inmediatamente después nos relataran en español una experiencia personal triste, en el primer caso, y alegre, en el segundo.
Como medida de control, proyectamos entre ambas una secuencia sin carga emocional que daba pie a la descripción de su rutina en un día cualquiera y servía de transición entre los dos estados emocionales activados.
¿La tristeza, más fácil de explicar?
El análisis de las 243 narraciones orales recogidas puso de manifiesto que usaban más palabras y se expresaban con mayor detalle en los relatos sobre una situación reciente triste que en los alegres y en los de su rutina diaria (los más concisos con diferencia).
La tristeza, podríamos decir, provocaba una producción oral más extensa y rica en recursos lingüísticos.
Estos recursos servían, principalmente, para expresar matices de intensidad, como era el caso de las sufijaciones apreciativas (me siento un poquito triste, supertriste o sentí muchísima tristeza); los cuantificadores e intensificadores (demasiado, mucho, un poco) y las repeticiones del mismo término tres o cuatro veces (muy, muy, muy triste).
También las expresiones metafóricas recogidas fueron muy numerosas (he sentido un vacío en el corazón, su tristeza me ha contagiado o me transmitió la emoción a través de sus ojos).
Los efectos de la inmersión
Al comparar las narrativas en función del contexto de aprendizaje y uso de la lengua (no inmersión, inmersión académica e inmigración laboral), se observó que la inmersión académica no conllevaba un uso mayor de ninguno de los recursos analizados.
Sí se observaron diferencias, como era de esperar, según el nivel de dominio lingüístico, pues los que tenían un mayor nivel de español producían más palabras y empleaban mayor número de recursos descriptivos, expresivos y figurados que los de niveles inferiores.
La abundancia de recursos metafóricos en todos los contextos y niveles de dominio del español fue uno de los rasgos más destacados e interesantes.
Metáforas de cada día
Desde que se publicara en los años 80 la obra Metáforas de la vida cotidiana, de Lakoff y Johnson, sabemos que no es posible expresarnos verbalmente sin emplear metáforas, inconscientes para el hablante por su familiaridad.
Esta imposibilidad se agudiza al comunicar emociones, ya que se trata de constructos abstractos, intangibles. Como revela nuestro corpus de narrativas orales, este mismo fenómeno del recurso al lenguaje figurado se produce al expresar emociones en una lengua adicional en la que tenemos un domino intermedio.
La investigación de las relaciones entre lengua y emoción, actualmente en auge, está llevándose a cabo desde perspectivas interdisciplinares enriquecedoras que ya arrojan luz sobre factores relativos a los procesos de aprendizaje y uso de las lenguas por parte de las personas bilingües y plurilingües.
Estos resultados van calando poco a poco en el diseño de los materiales didácticos y en las prácticas docentes, un desarrollo que esperemos continúe para contribuir al desarrollo de hablantes pluriculturales desde una concepción integral que abarque las dimensiones emocional e identitaria del uso de la lengua.