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Envidia y costo perdido: los motivos por los que no podemos evitar comprar lotería de Navidad

Llegan la Navidad, el día de Reyes… y se amontonan las oportunidades para comprar lotería. Bajo el bien mayor de que los beneficios de la lotería repercuten en todos los ciudadanos, los estados ofrecen a sus ciudadanos diferentes opciones para “vendérnosla”. Y aunque racionalmente sabemos que la probabilidad de que nos toque el número más premiado es casi nula, emocionalmente tenemos dificultades para no caer en la tentación de consumir lotería.

La probabilidad de que nos toque el gordo de la lotería de Navidad es infinitamente inferior a la probabilidad de que nos alcance un rayo en plena calle.

La presión social: un factor clave, aunque no el más influyente

Entonces, ¿qué explica que tantas personas sean consumidoras de lotería? Si nos centramos en las loterías cercanas a las fechas navideñas, existe una gran presión social para consumirla. La de los compañeros de trabajo, los familiares, los amigos…

Ese es uno de los factores que explicaría el hecho de que no nos podamos resistir a consumir lotería. Estamos hablando de una conducta preventiva para ahorrarnos el sentimiento de envidia, en caso de que tocara la lotería a varias personas de nuestro entorno inmediato, quedando nosotros al margen.

La adicción: consumimos porque no podemos dejar de hacerlo

Al margen de la temporada navideña, el resto del año está plagado de ofertas para consumir lotería. Atendiendo a que algo es más adictivo cuanto menos tiempo pasa entre la conducta (comprar lotería) y la satisfacción (conocer el número ganador), tendremos muchos ciudadanos “enganchados” a este tipo de loterías.

Por ejemplo, es más adictiva una lotería en la que la dinámica consiste en comprar un boleto de cartón, rascarlo con una moneda y conocer si hay premio, que otra lotería que propusiera la compra de un boleto y la publicación del resultado al cabo de cinco años.

Por supuesto, esta segunda opción no existe porque el interés de los promotores de la lotería trata de fomentar la adicción al consumo. En estas condiciones, sería lógico pensar que el consumidor habitual no estuviera esperando con ansias los grandes sorteos de Navidad.

El ciudadano se debería plantear que, siendo el consumo de lotería algo prescindible, si no puede evitar comprar lotería tiene una adicción en toda regla, digna de ser tratada por expertos en adicciones.

La falacia del costo perdido: el sesgo cognitivo más poderoso

¿Quién no ha jugado alguna vez a la lotería y ha perdido su dinero? Esa primera experiencia pone en marcha un sesgo cognitivo que denominamos falacia del costo perdido que consiste en la idea irracional de invocar a un poder superior que supuestamente repartiría justicia económica sobre aquellos que anteriormente han tenido pérdidas.

De este modo, el consumo de lotería se basa en la experiencia de haber perdido dinero anteriormente e intentar recuperarlo.

Pero como la probabilidad de que el número sea premiado es casi nula, lo que se hace es aumentar la pérdida económica a la vez que aumenta el deseo de recuperar el dinero ya gastado. Este fenómeno se manifiesta incluso en el mismo sorteo, es decir, que hay personas que consumen lotería con la esperanza de recuperar el dinero gastado en ese mismo sorteo.

Para conseguir eso con una probabilidad del 100 % tan solo hay que hacer una cosa muy simple: no consumir lotería, de modo que el dinero no sale de nuestro bolsillo y tampoco tenemos que estar pendientes de, al menos, recuperar el coste económico dedicado a este tipo de consumo.

La falacia del costo perdido también se pone de manifiesto en aquellos ciudadanos que aprovechan las facilidades de la tecnología para consumir lotería vendida en aquellas zonas del país donde han ocurrido catástrofes naturales, o perjuicios graves como, por ejemplo, poblaciones víctimas de atentados terroristas.

Existe la creencia irracional de que hay un “bien superior” que vela por recompensar a estas poblaciones por la desgracia sufrida. A ella se le se añade otro sesgo cognitivo que consiste en dar por hecho que, sin pertenecer a esa población, es decir, sin haber sufrido un costo perdido, vamos a poder beneficiarnos de la supuesta justicia reparativa. Es decir, incluso nos creemos más listos que ese mismo “bien superior” al que invocamos en la conducta de consumir lotería de zonas afectadas por algún tipo de agravio social impactante.

La falacia del costo perdido se ceba especialmente en las clases sociales más desfavorecidas, que intentan desesperadamente liberarse abrupta y definitivamente del agravio social que implica estar sometido a serias dificultades para generar ingresos.

En este colectivo la situación es más inmoral, especialmente cuando las autoridades políticas saben perfectamente que la lotería se ceba en las clases sociales con más dificultades económicas.

Gasta más en lotería un pobre que un millonario. Y no es que sea porque al millonario no le guste el premio, sino porque para muchas familias al borde de la exclusión social la falacia del costo hundido se convierte en el último recurso para salir de su situación, y no hace otra cosa que empeorarla.

Las campañas de comunicación de lotería

No es casualidad que los responsables de marketing de las instituciones organizadoras de loterías hayan ordenado los sorteos navideños de mayor a menor premio. Tampoco es casualidad el espacio de tiempo que hay entre un sorteo y el siguiente.

Todo está organizado para que el consumidor (nótese que hablo siempre de consumidor de lotería, del mismo modo que lo haría con el de alcohol o cualquier otra adicción) siga “enganchado” al consumo, en un intento estéril de recuperar el dinero perdido en los sorteos anteriores en los que ha participado.

Por lo tanto, la falacia del costo perdido es una creencia irracional en la que invocamos a un principio desconocido según el cual existiría una justicia distributiva. Es un mecanismo de defensa ante la pérdida económica, mediante el cual la negamos, intentando recuperar el dinero perdido en sorteos anteriores.

De este modo, hasta que no consigamos recuperar lo perdido, y con la dulce esperanza de recibir una cantidad ingente de dinero, nos vemos atrapados en un círculo que se retroalimenta, y del que solo se puede salir cuando un individuo se plantea la siguiente pregunta:

¿Cuánto dinero estoy dispuesto a perder? No hacerse esa pregunta implica que, tarde o temprano, caeremos en una dependencia, es decir, una adicción al consumo de lotería.

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