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Fragilidad digital: ¿a cuánto nos arriesgamos con la digitalización?

El sábado 18 de noviembre entre la una y las dos de la tarde, en plena hora punta de las compras de fin de semana y en los primeros días de campaña del Black Friday de 2023, muchos españoles se sorprendían por la caída de Redsys, la plataforma de servicios de pagos online que presta servicio a un gran número de entidades financieras mediante los terminales de los comercios (datáfonos o TPV), su pasarela de pago online y los pagos con Bizum.

Redsys tiene más de 40 años de historia, realiza mensualmente unos 45 millones de operaciones a través de datáfono y está considerada a nivel internacional una de las mejores empresas de su área, así que su fiabilidad es alta.

Su caída de sistema fue finalmente un hecho anecdótico y sin graves consecuencias pero tuvo un enorme efecto viral, como ya ha pasado en otras ocasiones con aplicaciones de mensajería digital o redes sociales.


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No se trató de un ataque cibernético –algo que cada vez más nos parece más plausible– sino de un problema con las líneas de comunicación interna de la plataforma.

Un problema puntual, muy limitado en el tiempo y rápidamente solucionado, aunque particularmente notorio por producirse en el ámbito de la operativa financiera, nos ha vuelto a recordar la fragilidad –en términos de potenciales problemas, fallos o errores en los sistemas– que implica la digitalización de muchos procesos imprescindibles.

La fragilidad digital debe diferenciarse de otros términos como vulnerabilidad (palabra más apropiada para referirse a los ataques cibernéticos) o falta de resiliencia (que es la incapacidad de adaptarse y superar situaciones adversas, término muy utilizado en los años de la pandemia).

Sin efectivo ni documentos

La frustración de no poder realizar pagos –cuando muchos nos hemos entregado a la agilidad de la tarjeta de plástico o a los pagos a través de las billeteras digitales de los dispositivos móviles (incluso con smartwach)– nos lleva a darnos cuenta de que, cada vez más, llevamos menos –o no llevamos– dinero en efectivo en nuestras billeteras.

El propio autor de este artículo, confiado en las aplicaciones de pago y de identificación –como la eficiente aplicación de la DGT–, se ha jactado en más de una ocasión de no portar desde hace tiempo ni cartera, ni billetes, ni documentos físicos de identidad. Aunque en alguna ocasión haya tenido que justificarse por no llevar el DNI en formato físico.

Y es que desde hace tiempo ha dejado de ser indispensable imprimir billetes de avión o tren, utilizamos aplicaciones para el transporte público, para la seguridad social, para viajar y desplazarnos, e incluso para realizar el propio acceso a las administraciones públicas a través de aplicaciones (cl@ve PIN y otras).

Si la red de comunicaciones deja de funcionar o se agota la batería en el dispositivo, estamos perdidos.

‘Por si acaso’ y riesgos

Confiamos en los nuevos medios digitales de pago, de identificación, de acceso a servicios pero, aunque sea una probabilidad remota, también corremos el riesgo de que pueda ocurrir un fallo del sistema.

De vez en cuando circulan inquietantes rumores sobre las consecuencias de un posible apagón digital producido por un ciberataque, por una tormenta solar o por un fallo sistémico en cadena que inutilizaría las redes de comunicaciones, el suministro eléctrico y otros tantos sistemas vitales. Para hacer frente a este riesgo, una de las cosas que se aconsejan es contar siempre con algo de dinero en efectivo.

Desde hace unos años se viene produciendo una continua reducción de los pagos en efectivo. Concretamente en España, según el Banco Central Europeo, el pago en metálico se redujo en un 18 % entre los años 2019 y 2022. Sin embargo, el efectivo fue el método de pago más común en 2022 en la zona euro, aunque disminuye su uso respecto a otros años, representando un 59 % del total de los pagos realizados. En términos de valor de los pagos, las tarjetas (46 %) representaron una mayor proporción de transacciones que los pagos en efectivo (42 %).

Dinamarca y otros países del norte europeo llevan la delantera en la progresiva supresión del dinero en efectivo y el Banco Central Europeo está ya ensayando en un entorno controlado el futuro euro digital.

La tendencia es clara hacia la digitalización de los pagos en los próximos años, pero sucesos como el descrito hacen ver que es conveniente contar con cierto resquicio de sistemas analógicos o manuales de pago. Solo por si acaso.

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