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He encontrado a mi “crush”: brechas lingüísticas y generacionales

El nieto de Elisa se ha ido de Erasmus y ha vivido una experiencia no solo académica sino también muy personal. Andrés le ha dicho a su abuela que “ha encontrado a su crush”. Elisa no entiende muy bien si Andrés se refiere a algo de su móvil o de su ordenador que había perdido y que ahora ha recuperado, pues le suena que siempre que habla de ellos utiliza palabras que ella no conoce.

Elisa no sabe que Andrés lo que ha encontrado es a una persona especial, a una persona que le ha robado el corazón, con la que está coqueteando o en un flirteo. Es decir, lo que Andrés siente es un flechazo: esa persona es su “crush” o, como dirían en México, está “bien clavado” con ella.

“Crush” en inglés significa aplastar, pero aunque el diccionario Oxford no lo contempla, se usa, desde hace años en inglés y recientemente entre hispanohablantes, para referirse primero a ese sentimiento de enamoramiento aplastante hacia alguien (I have a crush on him significa ‘me gusta mucho’) y más adelante directamente a la persona que nos enamora (He is my crush, él es mi crush), que nos fascina y nos pone nerviosos… Incluso aunque no nos corresponda.

Las palabras son unidades vivas que nacen, crecen, se comparten y pueden desaparecer a través del uso que hacemos de ellas. El problema surge cuando la distancia entre las palabras genera una brecha entre los hablantes: las palabras pueden ser motivo de brecha intergeneracional, es decir, una “diferencia o distancia entre situaciones, cosas o grupos de personas, especialmente por la falta de unión o cohesión”.

Generaciones y jergas

La existencia de diferentes generaciones que conviven y la distancia entre ellas ha sido motivo de interés en el pensamiento de figuras como Ortega y Gasset, Auguste Compte, Karl Mannheim y Antonio Gramsci entre otros.

Lo que es más novedoso es cómo el pensamiento social contemporáneo se ha encargado de catalogar, a modo de taxonomía, las diferentes generaciones de hoy: en primer lugar encontramos a los boomers, que son las personas que han nacido entre 1946 y 1964. La generación boomer sucedió a la llamada generación silenciosa (cuyos miembros nacieron entre 1928 y 1945). Los boomers preceden a la generación X (integrada por los nacidos entre 1965 y 1981). Posteriormente encontramos a la generación Y o mileniales (nacidos entre 1982 y 1994) y a la generación Z o centennials (nacidos entre 1995 y 2009).

En el mundo de las viralizaciones de las redes sociales surge la reciente expresión “Ok, boomer”: se trata de una crítica de los miembros de la generación Z y de la generación Y a los mayores. Utilizar la expresión “ok, boomer” supone darle la razón a alguien mayor, pero no porque realmente la tenga, sino como descartando su pensamiento o quitándole importancia a su posición. Algo así como: “Lo que tú digas”.

Un mundo diferente

Utilizamos las palabras para nombrar el mundo. Lo que ocurre es que cada generación tiene un mundo diferente que nombrar, condicionado por su estilo de vida, su situación cultural, política o económica, entre otros factores.

Los que pertenecemos a generaciones anteriores a la generación Z seguro que hemos utilizado alguna vez “guay del Paraguay” para expresar que algo es muy bueno o está genial. Seguro que ninguno de nosotros diremos “adoro”, un italianismo que se ha puesto de moda para expresar lo mismo en las redes sociales como TikTok, y, además, escrito y dicho así “adoro”, a secas. Claro que lo del Paraguay tampoco tenía demasiado sentido.

Si vamos a la moda, vamos con un “outfit cool” y no llevamos el “último grito”. Vuelta a los extranjerismos, sobre todo anglicismos, frente a expresiones que no lo son, recogidas en el diccionario pero difíciles de entender fuera de una generación y en un uso no literal del lenguaje.

Ahora bien, los boomers tampoco se alejaron del todo de los extranjerismos. Solo tenemos que recordar el híbrido “demasié para el body” que ahora sería sustituido por “too much”, en ambos casos para expresar lo excesivo o desmesurado.

Afirmaba Ortega y Gasset que, para cada generación, vivir es, pues, una faena de dos dimensiones, una de las cuales consiste en recibir lo vivido –ideas, valoraciones, instituciones, etcétera– por la generación antecedente; la otra, dejar fluir su propia espontaneidad. ¿Lograremos el equilibrio para entendernos y convivir?

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