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Un robot imparte una conferencia ante una pantalla azul.

¿Inteligencia artificial en las aulas? Una realidad difícil de alcanzar en España

Hoy día hay dos temas de conversación obligados en muchos actos sociales: cocina e inteligencia artificial (IA). Probablemente, sobre ambas se hable con más alegría que conocimiento, pero mientras que opinar sobre la primera no suele comprometer demasiado, las reflexiones sobre la naturaleza, los adelantos y las aplicaciones de la IA son terreno abonado para que la fantasía eche a volar hacia realidades difíciles de alcanzar.

La IA nació oficialmente en 1956, en la célebre Conferencia de Dartmouth. Desde entonces, todos los intentos por definirla y, por tanto, de poder distinguir lo que es de lo que no es IA, han sido inútiles.

Desde la definición que entonces dio McCarthy, hasta la más reciente de la Estrategia Española de I+D+I en IA, prácticamente en todos los casos, al tratar de definir IA se mete en el cuerpo de la definición el concepto de inteligencia. Pero, como no sabemos lo que es la inteligencia, contribuimos a que la IA se perciba como un arcano de nombre atractivo, omnipresente en nuestras vidas.

La gran paradoja es que no sabemos bien lo que es la IA, pero si sabemos que puede producir un impacto muy negativo en todos los sectores sociales, especialmente en el laboral, lo que nos exige la puesta en marcha urgente de programas formativos que capaciten y cualifiquen a la sociedad en su conjunto en las nuevas tecnologías que emergen al amparo de la IA con el fin de minimizar los efectos perjudiciales que pudieran producir. También en el mundo de la educación, con los agujeros para la privacidad de los estudiantes que podría provocar.

Capacitación social

En China, seguramente el país más poderoso del mundo en el ámbito de la IA, se viene trabajando en esa línea desde hace tiempo. Así, en 2018 el Gobierno publicó una colección de 33 libros de texto denominada Materiales para Experimentos de Inteligencia Artificial que, partiendo de la etapa de preescolar, cubren la totalidad de la educación obligatoria con el propósito de generalizar el acceso a la formación en IA.

La presencia de la IA en las aulas chinas es generalizada y está reforzada por el propio carácter chino, el empleo de máquinas con funcionamiento basado en IA, las exenciones fiscales para las empresas que demuestran que el uso de sus productos mejora el nivel de aprendizaje de los estudiantes y la impresionante cantidad de datos que de estos programas educativos pueden extraer el Gobierno y las empresas, debido a una regulación muy flexible que pone pocos impedimentos.

Todo ello explica la gran influencia que tiene la IA en la sociedad china, que justifica el liderazgo que ejerce y ejercerá ese país en este tema y preocupa al resto de países.

¿Significa esto que en las escuelas chinas dan clases las máquinas con funcionamiento basado en IA en lugar de los profesores de siempre? Para que eso fuera así, esas máquinas tendrían, por lo menos, que pensar, razonar y sentir. Pero no es así.

En realidad, lo que hace cualquiera de los algoritmos que se emplean en ese entorno educativo es deducir patrones a partir de millones de datos. Pero, verdaderamente, con el sentido con el que las personas entendemos lo que significa aprender, esos algoritmos no aprenden nada. Y, en cualquier caso, China no es España.

Por ejemplo, supongamos que entrenamos a un algoritmo para reconocer a los estudiantes más sobresalientes en una clase. A pesar de ser una tarea complicada, el algoritmo lo haría muy bien después de algún tiempo.

Si después de haberlo entrenado así, mostrando, por tanto, cierta inteligencia, lo pusiéramos a clasificar rosas y claveles a partir de millones de fotos, al poco tiempo también las clasificaría perfectamente, incluso podría distinguir variedades de rosas desconocidas por las personas hasta ese momento. Sin embargo, habría olvidado cómo se selecciona a un estudiante como más inteligente que los demás, teniendo que volver a entrenarlo para que aprendiera. Se olvidaría entonces de saber distinguir rosas y claveles, y así sucesivamente.

Los sistemas basados en IA no piensan en nada y no pueden sustituir el papel del profesorado. Pueden razonar sin pensar (predecir) porque podemos dotarlos de mecanismos de razonamiento, pero no de pensamiento (inferencia). Sin embargo, las personas razonamos porque pensamos, es decir, mientras que los computadores pueden razonar deductivamente por medio de algoritmos, las personas podemos hacerlo también de forma inductiva y no solo algorítmica, limitando, por tanto, muchísimo la acción docente que hoy por hoy puede hacer un algoritmo en un aula.

¿Podríamos desarrollar algo parecido?

España desarrolla su estrategia en IA al amparo de la Unión Europea, desde donde se recomienda fomentar “una mayor comprensión de los conceptos subyacentes de la digitalización y la IA, incorporar las habilidades digitales en todos los niveles de la educación, prestando especial atención a la IA, y aumentar la disponibilidad de programas TIC de alta calidad en la educación superior, centrándose en la automatización, la robótica y la IA”.

En ese sentido, la Sociedad Científica Informática de España y la Conferencia de Directores y Decanos de Ingeniería Informática, conscientes de la importancia creciente de una formación universal en conocimientos básicos de informática, también han manifestado la necesidad de incluir en el sistema educativo español la materia Informática con carácter obligatorio desde Educación Primaria hasta Bachillerato.

Sin duda, se trata de un primer paso necesario para progresar en el conocimiento de la IA, ámbito en el que el nivel español, tanto desde el punto de vista de la investigación académica como industrial, tiene gran prestigio y reconocimiento mundial.

Sin embargo, la llegada de la pandemia y la declaración del estado de alarma en España nos mostró cuál es la verdadera situación y puso sobre la mesa los enormes déficits sociales que existen en cuanto a infraestructuras digitales, así como las grandes diferencias que hay en nuestra sociedad sobre formación y cualificación digital, tomando conciencia de lo que es y de lo que puede acarrear la brecha digital.

Esta no se reducirá solo aportando más tecnología, sino disminuyendo los índices de excluidos digitales que soportamos en nuestro país con formación, educación y, cómo no, equipamiento tecnológico.

En definitiva, para minimizar los efectos negativos de esa brecha y no perder un tren que no tendríamos por qué perder, es imprescindible que toda la sociedad en su conjunto pueda disponer de la tecnología necesaria. La banda ancha tiene que adquirir la categoría de producto de primera necesidad, en la misma medida que los computadores personales deberán asimilarse a los electrodomésticos.

Ahora bien, a partir de ahí habrá que poner en marcha programas para fomentar y potenciar las actividades formativas en todos los niveles, favoreciendo por un lado que las personas sean conscientes de la importancia que tienen sus datos y la seguridad de los mismos, y por otro ofreciendo líneas formativas y de investigación prometedoras. Y, por último, impulsando la producción de materiales educativos con contenidos adaptados a cada nivel y sector social, entre los que el empresarial habrá de jugar también un papel protagonista.

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