Somos, a la vez, testigos y motores de la pérdida de biodiversidad en todo el planeta. Vivimos una reducción generalizada en la abundancia de muchas poblaciones que puede llevar a su desaparición. Si este proceso se repite lo suficiente puede llevar a la extinción de especies.
Gran parte del conocimiento que tenemos de estos declives proviene de la comparación de estimas que describen distribuciones y abundancias de poblaciones y especies a lo largo del tiempo. Sin embargo, los datos necesarios para calcular estas estimas solo han empezado a tomarse muy recientemente, en las últimas décadas. Para cuando estos datos comenzaron a estar disponibles, los impactos de las actividades humanas sobre muchas especies llevaban ya siglos ocurriendo.
En otras palabras, la percepción que tenemos de los declives recientes puede ser una mera miniatura de los declives reales. Incluso los supuestos procesos de expansión de algunas especies pueden no ser más que espejismos, resultado de fijarnos en una ventana temporal muy limitada.
En un artículo recién publicado en la revista Animal Conservation demostramos que este es el caso del lobo (Canis lupus) en España.
¿Está el lobo en expansión?
La distribución del lobo en España alcanzó su mínima expresión en torno a 1980. Desde entonces, la especie ha recolonizado algunas zonas, aunque el número estimado de grupos ha permanecido prácticamente inalterado en los dos censos nacionales realizados (completados en 1988 y 2014).
Estos cambios recientes han sido, en ocasiones, interpretados como una expansión del lobo y diversas voces han reclamado la necesidad de su control poblacional. La inclusión del lobo en el Listado de Especies Silvestres en Régimen de Protección Especial impone fuertes limitaciones a estos controles. Esto ha encontrado una oposición entre algunos grupos sociales.
En este contexto, es muy importante tener una evaluación objetiva de la tendencia a largo plazo de la distribución del lobo en España, más allá de lo que haya ocurrido en los últimos años. Pero, a falta de datos históricos, ¿de dónde puede obtenerse información sobre la distribución histórica del lobo?
La respuesta se encuentra fuera del ámbito de las ciencias naturales.
Hubo lobos en el 65 % de la España peninsular
El diccionario geográfico editado por Pascual Madoz a mediados del siglo XIX supuso un titánico esfuerzo colectivo, con más de 1400 participantes, para describir cada núcleo de población y accidente geográfico español. Entre los elementos incluidos en las descripciones se encuentran a menudo especies de animales silvestres, fundamentalmente aquellas consideradas útiles (objeto de caza o pesca) y nocivas (lobo y otros carnívoros).
Para el trabajo sobre el lobo revisamos las más de 11 000 páginas de los 16 volúmenes del diccionario, recopilando y localizando en el mapa más de 1500 menciones al lobo, distribuidas por todas las provincias de la España continental.
Esa información es de por sí muy interesante, pero de ella no puede derivarse la distribución del lobo, como han hecho otros trabajos, ya que en muchos lugares de España el diccionario de Madoz no ofrece ninguna información sobre fauna y en ellos la falta de mención del lobo no puede tomarse por su ausencia.
Para solucionar este problema se recopilaron y localizaron también más de 5 200 menciones a otras especies de fauna terrestre. Así, consideramos como zonas de ausencia de lobo aquellos lugares en los que se mencionaban especies animales pero no el lobo.
La colección de localidades con y sin lobo extraídas del diccionario de Madoz se usó junto con variables que describían características ambientales y de poblamiento humano para estimar la distribución del lobo en España a mediados del siglo XIX, a través de modelos estadísticos. Los resultados mostraban que la presencia de lobo era menor en las zonas más llanas, más aptas para la agricultura y con mayor densidad de población humana.
El análisis de estos datos permite estimar que la especie ocupaba alrededor de 317 000 km², es decir, hasta de 65 % de la superficie de la España peninsular. Cabe resaltar que esta estima del área ocupada debe tomarse como un valor mínimo. El hecho de que en una localidad no se mencionase la presencia del lobo podría deberse a que la especie no se conociese en la zona (ausencia verdadera) o a que el informante local no considerarse importante esa información y no la aportase (falsa ausencia).
El lobo está muy lejos de su recuperación
Comparando la situación actual con la distribución histórica descrita a través de modelos, la superficie hoy ocupada supondría poco más del 30 % de la histórica. Con este marco, la supuesta expansión reciente supondría poco más que una estabilización del acusado declive sufrido por la especie.
Una auténtica recuperación de la especie y de sus cruciales funciones ecológicas implicaría su retorno a las zonas de presencia histórica fuera del cuadrante noroccidental español, como contempla la recién aprobada estrategia española para la gestión y conservación del lobo.
Este horizonte implica numerosos retos para la convivencia de humanos y lobos, especialmente en lugares en los que la presencia de la especie no forma ya parte de la memoria colectiva, pero también ofrece nuevas posibilidades en estas zonas.
El trabajo recién publicado muestra el potencial de las fuentes históricas para conocer el medio natural e informar su gestión en la actualidad. Explotar correctamente estas fuentes implica un gran esfuerzo y requiere la aplicación de técnicas estadísticas apropiadas para corregir las lagunas y sesgos que contienen los documentos históricos. Pero el esfuerzo merece la pena si conseguimos ampliar el horizonte temporal en que evaluamos el estado y las tendencias de los ecosistemas y las especies que los ocupan.