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Lo que las gallinas nos enseñan sobre el coronavirus y su control

Algunas personas escucharon el nombre “coronavirus” por primera vez con la aparición del SARS en 2002 o del MERS en 2012. La mayoría solo lo ha conocido recientemente, con la emergencia de COVID-19, cuyo causante se llama SARS-CoV-2. Estos tres no son los únicos capaces de infectar a personas, pero los demás coronavirus humanos, algunos de los cuales saltaron de animales a personas hace entre 200 y 800 años, suelen causar síntomas muy leves.

Viejos conocidos para los veterinarios

En sanidad animal, la familia de los coronavirus es una vieja conocida. Por ejemplo, causan diarreas en cerdos y terneros. Comparten con los coronavirus humanos su origen relacionado con murciélagos. Aunque se conocen desde 1970, son relativamente recientes frente a los coronavirus causantes de la bronquitis infecciosa de las aves (IBV), que se conocen desde 1930.

Estos coronavirus de aves pertenecen al grupo de los gamma-coronavirus, frente a los alfa- y beta-coronavirus que se hallan en personas. Su estudio, y décadas de experiencia en la lucha por su control, brindan información para entender y actuar frente a la actual pandemia.

Cuadros respiratorios leves

El coronavirus de la bronquitis infecciosa de las gallinas tiene una distribución mundial: está allí donde hay gallinas. También se encuentra en faisanes, codornices, perdices y, más recientemente, en muchas especies de aves acuáticas y hasta en loros.

Se piensa que las galliformes silvestres, como la codorniz y el faisán, pueden ser el reservorio original del IBV, que después saltó a las gallinas. Tanto las gallinas de puesta cómo las de carne son muy susceptibles a la infección.

Como su nombre indica, la bronquitis infecciosa de las aves causa, solo en en estos animales, una afección respiratoria generalmente leve. También se puede encontrar el virus en el tracto digestivo, los riñones y los ovarios y testículos. Por ello, una infección por coronavirus merma la capacidad de puesta de las aves. De ahí viene su gran impacto sobre la avicultura de puesta, y también la necesidad de su control.

Similitudes epidemiológicas

El coronavirus causante de la bronquitis infecciosa de las gallinas es altamente contagioso (tasa de reproducción R₀≈20). Se propaga de forma rápida por una granja y pronto afecta a la totalidad de las aves. Para veterinarios y ganaderos es fundamental, por tanto, evitar por todos los medios la entrada de aves infectadas.

Para ello se adoptan de forma preventiva medidas como no mezclar nunca aves de diferentes edades en una misma nave, la limpieza y desinfección minuciosa de las naves entre lotes, y la limpieza y desinfección continuada de todo el equipamiento que entra en contacto con los animales, además de eliminar de forma continuada sus desechos. Los operarios visten ropa protectora, usan material exclusivo para cada nave y desinfectan regularmente sus equipos.

La vigilancia sanitaria es clave: test periódicos sobre una muestra representativa y bien estratificada de la población de aves, y atención constante a posibles casos clínicos. En caso de brote, monitorización constante de la proporción de infectados. Solo así el veterinario sabrá si sus intervenciones son o no eficaces, y podrá corregirlas en consecuencia. Además, la vigilancia continuada permite determinar qué variantes del virus están circulando, y de esta forma planificar mejor las estrategias de control.

Cuando, a pesar de todas las medidas preventivas, una granja se infecta, solo quedan dos maneras de combatir la bronquitis infecciosa: bioseguridad y vacunación.

Generalmente, ambas se aplican de forma conjunta. La bioseguridad en situación de infección consiste, fundamentalmente, en aislar los animales afectados y realizar una estricta separación de los diferentes grupos (por clases de edad), además de limitar los movimientos de aves entre naves o entre explotaciones, el #YoMeQuedoEnCasa de las gallinas.

Una carrera de armas entre virus y virólogos

La segunda herramienta es la vacunación. En pollos jóvenes se aplican primero vacunas vivas atenuadas, que protegen a la vez frente a diferentes variantes (serotipos) del virus, seguidas más tarde de vacunas de recuerdo, en este caso, inactivadas (inertes). Una vacuna atenuada consiste en un virus vivo, capaz de infectar y multiplicarse, pero que ha perdido su capacidad de causar la enfermedad.

Este tipo de vacuna tiene la ventaja de generar una respuesta mucho más fuerte que una vacuna inactivada, pero tiene el inconveniente de que, con el tiempo, el virus puede recombinar con virus “de campo” y generar otro nuevo que escape a la protección vacunal y que requiere el diseño de nuevas vacunas.

Es una carrera de armas entre virus y virólogos.

Esto es lo que hace extremadamente difícil controlar los coronavirus mediante vacunas: su capacidad de recombinación. La respuesta del sistema inmunitario se dirige contra una proteína concreta del virus, que además es la encargada de su rápida transmisión. Cualquier pequeña alteración de esta proteína genera otro serotipo que escapa a las defensas. Por ello, suele ser necesario emplear un conjunto de vacunas frente a diferentes variantes y, aun así, pueden generarse otras nuevas.

Se están investigando otros tipos de vacunas, pero no han llegado a comercializarse hasta la fecha.

La capacidad de los coronavirus aviares para cambiar continuamente es uno de los grandes desafíos en su diagnóstico y control. Por ello, la aplicación conjunta de medidas de bioseguridad basadas en aislamiento, limpieza y desinfección, vigilancia sanitaria activa y vacunación son esenciales para su contención.

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