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Una mujer y su hija charlan con un hombre en un aula.

Los peligros de la infantilización en la etapa universitaria

¿Hasta qué edad debe un padre o una madre acudir a tutorías con docentes de sus hijos o tener una interlocución directa con sus profesores? ¿Cuándo es el momento de dejar de “defenderlos” ante el profesorado y permitir que sean ellos mismos quienes gestionen revisiones, reclamaciones o dudas?

Teniendo en cuenta que en la universidad los alumnos y alumnas ya son personas adultas, cabría esperar que en esta etapa los estudiantes fueran completamente autónomos. Los años de carrera suelen suponer una etapa de transición hacia el desarrollo de la autonomía personal y la autorregulación, tan necesarias para la vida adulta.

Si los padres continúan con su labor supervisora también en su etapa universitaria ¿no les está privando de experiencias de aprendizaje necesarias esta intervención parental?

Hiperparentalidad y padres-madres helicópteros

El concepto de hiperparentalidad se refiere a un modelo de crianza en el que los padres y madres denominados “helicóptero” supervisan constantemente a sus hijos e hijas y resuelven de forma sistemática todos sus problemas. Evitan así que sufran y, a su vez, que puedan desarrollar sus propias estrategias de afrontamiento ante la adversidad.

Sin duda, la intención de estas familias es positiva, puesto que a ningún padre o madre le gusta ver sufrir a su hijo. No obstante, esta supuesta atención puede responder más a los deseos infantiles del hijo, que no se percibe capaz de afrontar él solo el problema, y a la incomodidad que genera en los padres la situación, que a las necesidades de desarrollo de la propia resiliencia que todo adolescente o adulto joven presenta en estas edades.

Desprotegidos en la vida adulta

Por ello, el resultado acaba siendo contraproducente. Una intervención parental inicialmente orientada a proteger a sus hijos e hijas de la adversidad acaba derivando en una importante desprotección para la vida adulta, en la que, claramente, deberán afrontar problemas.

De esta manera, nos encontramos, cada vez más, con jóvenes adultos emocionalmente débiles, con una muy baja tolerancia a la frustración, que no han podido aprender de sus errores ni han podido responsabilizarse de ellos y con serias dificultades para autorregularse y para tomar decisiones.

¿Soy capaz?

Parece claro que ningún padre o madre quiere esto para sus hijos e hijas. También parece claro que ninguno de ellos se ha planteado exactamente cuál es el mensaje que, de forma implícita, los hijos reciben de esta supuesta sobreprotección.

¿Cómo debe interpretar este alumnado, ya en la etapa universitaria, que su madre venga a protestar en una revisión de examen cuando suspenden, o que su padre escriba al profesorado porque no está de acuerdo con los criterios de evaluación? La lectura es clara: “Si mis padres tienen que resolver mis problemas, es porque yo no puedo, o porque yo no soy capaz, o porque no lo voy a saber hacer bien”.

Es decir, no confían en sus competencias y habilidades para resolver sus propios problemas y van a depender de ellos cada vez que aparezca un contratiempo.

Autoestima y autonomía

Es importante recordar que, por lo menos en las primeras edades, el desarrollo de la autoestima está muy relacionado con la autonomía que puedan desarrollar los niños y niñas, y esta autonomía depende, sobre todo, de una parentalidad que la permita y la potencie.

Esto básicamente se traduce en facilitar que los niños y niñas resuelvan sus propios problemas o que, por lo menos, perciban que pueden intervenir sobre ellos. Problemas ajustados a sus capacidades, evidentemente, pero que también les permitan equivocarse, ponerse a prueba, frustrarse, conocerse y aprender de los errores no como algo malo a evitar, sino como una de las maneras más significativas que tenemos para aprender.

El mensaje que deberíamos transmitirles es que nuestra función no es evitar que se equivoquen, sino estar siempre ahí, de forma incondicional, para acompañarles amorosamente en sus errores.

¿Por qué sobreprotegemos?

La sobreprotección puede tener múltiples orígenes. Algunos pueden ser tener familias menos extensas, un menor número de hijos e hijas, progenitores de mayor edad, dificultades en el embarazo, sentimiento de culpa por tener que trabajar muchas horas, sentimiento de posesión sobre la vida de los hijos como si fueran de nuestra propiedad, y, sobre todo, la fuerte presión y exigencia social que existe hoy en día para ser considerados y verse a unos mismos como buenos progenitores.

Está claro que ser padre o madre no es tarea fácil. A menudo nos sentimos perdidos cuando no queremos reproducir los estilos de crianza autoritarios que la mayoría de nosotros vivimos en la infancia, pero no estamos seguros de cuál es la alternativa adecuada.

Si optamos por un estilo sobreprotector que no permita experimentar y gestionar suficientemente la frustración, no permitiremos que los niños, niñas y adolescentes se puedan desarrollar emocional y socialmente de forma óptima.

Evitaremos que puedan poner a prueba sus habilidades y competencias, les haremos inseguros, poco autónomos, muy vulnerables al estrés y con una muy baja capacidad de autorregulación, tan necesaria para sobrellevar las adversidades de la vida adulta.

Prepararse para el mundo

En este sentido, pongamos atención en cómo ignoramos o justificamos sus errores, en cómo les ayudamos a resolver sus propios problemas o se los resolvemos nosotros mismos, en cómo intentamos evitarles situaciones difíciles o desagradables, en cómo respondemos de forma inmediata a sus demandas y exigencias.

Pongamos atención, en definitiva, en si estamos preparando el camino para ellos, o si los estamos preparando a ellos para el camino.

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