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¿Qué queremos decir cuando hablamos de educación ‘útil’?

La búsqueda de una educación que sea útil nos ha preocupado toda la vida. Le angustiaba al joven que preguntó a Euclides qué ganancia se podía obtener con el teorema que estaba explicando; y al ministro franquista José Solís Ruíz, que para defender un proyecto de ley que otorgaba más horas escolares al deporte que a las lenguas clásicas cuestionó que para qué servía el latín.

El padre de la geometría ordenó que le dieran a aquel joven tres óbolos (monedas), “ya que necesita sacar algún beneficio de lo que aprende”; y el susodicho ministro recibió la siguiente respuesta por parte del Adolfo Muñoz Alonso, catedrático de filosofía y antiguo rector de la Universidad Complutense de Madrid: “Por de pronto, señor ministro, para que, a su señoría, que ha nacido en Cabra (municipio de la provincia de Córdoba), le llamen egabrense y no otra cosa”. Es fácil saber cómo se podría llamar a alguien nacido en Cabra si no existiese su gentilicio latino.

Hay muchos más ejemplos que demuestran que el asunto de la utilidad de la educación nos lleva por el camino de la amargura. Vivimos en un mundo incierto en el que casi todo está en movimiento; los políticos y sus asesores, expertos en educación, no se han quedado de brazos cruzados. Tienen respuestas para que la educación sea útil a niños y jóvenes, para que no puedan decir que la escuela sirve de poco.

No obstante, no está de más pensar qué tipo de respuestas son esas, si mundanas o trascendentales. Veamos a qué nos estamos refiriendo.

Desenvolverse en el mundo

Las respuestas mundanas podrían resumirse así: hay que educar a las personas para que se desenvuelvan en el mundo que les va a tocar vivir, la educación demuestra su utilidad si quienes la reciben consiguen adaptarse a la realidad que les aguarda. Y las competencias son el quid de la cuestión.

Entre otras situaciones que sustentan este razonamiento, señalamos tres que no deben resultar extrañas:

  1. Muchos de los contenidos escolares, por no decir todos y más, están en Internet. No perdamos más tiempo entonces enseñando cosas que no sean estrictamente necesarias, mucho menos obligando a memorizar nada. ¡A eso ya no hay que dedicarle ni un solo minuto! Lo más útil es que uno aprenda a buscar información o, siendo más puristas, que se muestre competente a la hora de navegar y encontrar lo que necesita según sean sus necesidades.

  2. Cada vez es más difícil saber dónde acabará uno porque, en esta vida, ese uno puede acabar siendo varias cosas. Las competencias para reinventarse, empoderarse y ser resiliente son hoy más útiles que nunca. Así las cosas, no tiene sentido una educación que suspenda a nadie. La escuela y los maestros no están para cortar alas o sembrar desilusiones, a lo sumo, para sugerir que se necesita mejorar.

  3. Resulta evidente que existe una diversidad de proyectos de vida, opciones morales, modos de pensar o como se le quiera llamar. La educación, especialmente la pública, debe considerar esa heterogeneidad y potenciarla. Y para ello no hay nada más útil que educar en competencias y valores como son el respeto, la tolerancia o la convivencia. No es necesario cambiar de manera de ser, lo que hace falta es que no nos hagamos daño los unos a los otros.

Una visión más trascendental

Hay respuestas más trascendentales que no anulan las anteriores, pero van por otro camino. Están pensadas con vistas a una educación útil diferente. Digámoslo así: hay que educar a las personas para que desarrollen su naturaleza humana; la educación es útil cuando consigue que niños y jóvenes se orienten en el enmarañado mundo que les va a tocar vivir, y, en no pocas ocasiones, a pesar de él.

Visto así, la educación útil es más una brújula que una serie de competencias.

Volvamos a las situaciones anteriores:

  1. Los contenidos escolares, que no dejan de ser una pequeña pero importantísima representación de la ciencia y la cultura, no están para consultarlos según convenga, sino para hacer crecer a la persona, son uno de sus alimentos básicos. La educación está para hacerse con ellos, sí, para estudiarlos y hasta memorizarlos. No se conoce a nadie que haya acudido al médico por haber hincado los codos y sí a multitud de personas que lo han hecho y gozan de una salud intelectual, y probablemente anímica, envidiables. Internet es un recurso más, y flaco favor hacemos a los alumnos si les damos a entender que saben muchas cosas porque las tienen colgadas en un mundo virtual.

  2. La vida es complicada a más no poder y no es de recibido escondérselo a nadie, por ejemplo, disfrazando las malas calificaciones. Explicar a fulano y a mengano el nivel en el que se encuentran no significa dejarlos en la cuneta, sino ayudarlos, es más sensato y justo que darles a entender que nadie es mejor que nadie o que todos tenemos las mismas capacidades. Es tan importante poder decir yo valgo para esto como yo para esto no valgo.

    Uno de los mejores aprendizajes que hay en esta vida es saber identificar a los que destacan en algo y, claro está, admirarlos. ¿No es bueno fijarse en personas brillantes en asuntos que a nosotros se nos ponen cuesta arriba o en los que directamente naufragamos?

    El filósofo pitagórico Demócrates decía que todo está perdido cuando los malos sirven de ejemplo y los buenos de mofa. Eso fue en el siglo I (a.e.c.). Quién sabe lo que diría hoy.

  3. Lo que nos lleva a la tercera cuestión, sobre el todo vale: educar es apostar y no por cualquier cosa. Cuesta imaginar que haya un maestro que no trabaje para que sus alumnos acaben siendo mejores personas que cuando los conoció, quizá por eso la educación es más un arte que una ciencia.

    Habrá que aceptar que hay proyectos vitales o modos de pensar que vale la pena perseguir y otros de los que hay que huir; también que las personas más respetuosas, tolerantes y que mejor saben convivir son las que aspiran a lo mejor de lo mejor y no se conforman con cualquier opción de vida. Tampoco entra en la cabeza que la educación se ahorre trabajar este asunto, por ejemplo, borrando del mapa a la filosofía, el campo en el que se cultivan esas cosas tan humanas y humanizadoras.

En fin, habrá que decidir si nos bastará con las respuestas mundanas, con una educación que sea útil para salir del paso que marcan las actuales circunstancias o si también necesitamos una educación útil para andar entre ellas con paso firme; o, por qué no decirlo, si será suficiente dando pan para hoy y hambre para mañana.

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