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Reparto de las tareas domésticas y la carga familiar: avanzamos pero no demasiado

La corresponsabilidad en el hogar es una asignatura pendiente. Según el Instituto Europeo para la Igualdad de Género, en 2022 la tasa global de igualdad en tiempo dedicado a tareas domésticas de cuidados fue del 69,1. En la comparativa por países España se sitúa ligeramente por encima de la media europea, con una tasa de 74,5 en ese ítem.

Considerando que la plena igualdad supondría un 100 en este índice, hay mucho margen de mejora. En el contexto iberoamericano esa desigualdad es aún mayor, y los últimos datos del Observatorio de Igualdad de Género de América y el Caribe reflejan que las mujeres de la región dedican diariamente tres veces más tiempo que los hombres a la realización de tareas domésticas y de cuidados no remuneradas.

Si las mujeres asumen mayoritariamente la planificación y realización de las labores de casa (se encargan sobre todo ellas de la limpieza, alimentación e higiene, y de los cuidados básicos a menores y personas mayores dependientes) no es de extrañar que esas desigualdades, observadas cotidianamente en las familias, se reproduzcan entre las generaciones más jóvenes.

Los roles de género tradicionales en los que nos educamos se perpetúan, como ya planteó Simone de Beauvoir en su célebre libro El segundo sexo. Aunque esta obra fue escrita a mediados del pasado siglo, infelizmente muchos de sus planteamientos siguen teniendo vigencia.

Estereotipos y generalizaciones

Los estereotipos de género, muy implantados en la sociedad y la cultura, son el origen de esas distinciones que empiezan en la primera infancia y se prolongan toda la vida. Esos estereotipos se plasman en creencias sobre los modos de ser de hombres y mujeres, que se toman como verdades inmutables: “Las chicas son más limpias”, “Los hombres son menos cuidadosos con las cosas”, “Las niñas son ordenadas”, “Los niños son brutos”, etcétera.

Al considerar, erróneamente, que estas cualidades son de origen natural, se asume que es imposible modificarlas e inculcar a los niños la misma afición por el orden y la limpieza que tienen las niñas. Las expectativas y las exigencias cambian en función del sexo, y esto influye en la educación recibida en el entorno familiar y en los resultados del proceso.

Hombres adultos no preparados

Cuando llega la mayoría de edad, esas diferencias comienzan a pasar factura. Ellos, al no haberse entrenado en acciones básicas como cocinar o limpiar, están peor capacitados para vivir emancipados. Son más dependientes, necesitan que alguien les haga esas tareas, y en el mejor de los casos aprenden tardíamente a realizarlas.

Las chicas sí han tenido ese aprendizaje, lo que les da cierta ventaja a la hora de independizarse porque están habituadas a gestionar el entorno doméstico, si bien esto perpetúa las desigualdades de género porque se asume que ellas han de ocuparse de esos aspectos en mayor medida que otros miembros masculinos de la familia.

La vida en pareja

Los mayores problemas surgen cuando esos jóvenes se emparejan y empiezan a convivir. Ellos nunca han tenido responsabilidades en el hogar. No guisan, no saben cómo se limpia el baño o cuándo toca cambiar las sábanas. Ellas saben hacer esas labores, así que la opción fácil es que se encarguen de su realización.

Pasa el tiempo. Llegan los hijos e hijas y la carga doméstica aumenta. Pero ya está instituida la costumbre de que la mujer gestione la casa, y en ese punto es difícil redistribuir responsabilidades y lograr que el hombre colabore en tareas que nunca ha desempeñado.

Un estudio reciente sobre corresponsabilidad indica que las mujeres se ocupan de la alimentación y limpieza del hogar, y los hombres del mantenimiento del coche y del bricolaje. Aunque son datos referidos a la región de La Rioja, sus resultados pueden extrapolarse a toda la sociedad.

Cambio generacional

Un hallazgo esperanzador es que los hombres jóvenes se involucran más en los cuidados de hijos e hijas que los de anteriores generaciones.

Nuevos modelos de masculinidad y paternidad responsable empiezan a calar en la ciudadanía. Todavía estamos lejos de la plena corresponsabilidad, pero poco a poco vamos avanzando hacia ella.

Para seguir reduciendo la brecha de género en las tareas domésticas y de cuidados, los dos ámbitos de actuación esenciales son el hogar y la escuela.

El hogar es el primer ámbito de aprendizaje y socialización. Por eso conviene fomentar que las familias sean entornos de equidad y corresponsabilidad, donde niños y niñas observen un reparto justo de las labores domésticas y aprendan por igual a desempeñarlas.

La escuela coeducativa es otro espacio importante, y su efectividad aumenta a edades tempranas. Como ya dijo el filósofo griego Aristóteles, los seres humanos aprendemos por imitación. La igualdad de género también se interioriza de este modo: presenciando diariamente gestos y actos que ejemplifican esa igualdad.

Políticas públicas

Además de abordar estas cuestiones desde la infancia para promover que las generaciones futuras sean más corresponsables, no hay que descuidar al resto de la población. Las políticas públicas tienen un rol destacado en este sentido, impulsando medidas para aligerar la carga doméstica femenina y aumentar la implicación masculina en el hogar.

La plena corresponsabibilidad solo se alcanzará cuando se superen los estereotipos de género tradicionales y se considere normal que las tareas domésticas y de cuidados se compartan, y que las haga indistintamente un hombre o una mujer. Si todas las personas ensucian, no es justo que siempre limpien las mujeres.

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