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Una covid-19 sin fiestas es un tiempo sin fin

Llega el verano y es tiempo de fiestas, de verbenas, de noches de orquesta, de celebraciones tradicionales y fiestas patronales. Sin embargo, la pandemia nos ha obligado a la distancia, a estar en alerta y controlando el estado de la situación epidemiológica: pruebas de control al ocio nocturno, conciertos con garantías, recomendaciones para hacer los eventos seguros, etc., muchos esfuerzos, porque, a pesar de todo, “según la ciencia los seres humanos necesitamos fiestas para sobrevivir”.

Las fiestas marcan el ritmo temporal

Las fiestas forman parte de la vida social y a menudo marcan el ritmo temporal de manera ritual, creando una dimensión colectiva eficaz para la interacción humana. Como bien apunta la antropóloga Celeste Jiménez de Madariaga: “algunos antropólogos dirán que las fiestas son «rituales de intensificación»”, en los que se activa y se intensifican las relaciones y acciones sociales, se da visibilidad al individuo y al grupo, y generan gran sentido de pertenencia y cohesión social.

La repetición de formas y acciones extraordinarias, planificadas y dispuestas siempre en un orden cíclico anual sirven para romper el tiempo ordinario. De ahí que un COVID sin fiestas sea un tiempo sin fin.

Las fiestas son un encadenamiento de actos diseñados en tiempo y espacios ordenados. Tiempos de inicio y fin son identificados de manera singular y quedan marcados con palabras como chupinazo, pobre de mí o las campanadas.

El tiempo feriado a través de la lengua

De cronología popular festiva está lleno el refranero en donde se determina el tiempo y el calendario por días feriados: “Llegando San Andrés, las fiestas en Navarra, de tres en tres”; “Hay tres días en el año, que relucen como el sol, jueves santo, Corpus Christi y el día de la Ascensión”; “Por el veranillo de San Miguel están los frutos como la miel”…

Pero en tiempo de canícula, hablemos de verbenas, ferias, fiestas y juergas. Hay mucho que decir sobre las palabras relacionadas con las fiestas. Un ejemplo de ello es la palabra feria (del lat. FERIA, día festivo).

En el siglo XIII, según revela la obra de Gonzalo de Berceo, feria y fiesta eran sinónimos. No obstante, pronto se generalizó la celebración de mercados junto a las iglesias los días de las grandes festividades religiosas. La lengua evolucionó para adaptarse a la nueva realidad, de forma que fiesta ensanchó su área semántica y el uso de feria se limitó y pasó a designar solo los mercados. Estos cambios se aprecian ya en torno a mediados del siglo XIV, como bien se puede ver en la obra de Juan Ruiz, Arcipreste de Hita.

En cuanto a la palabra verbena como fiesta popular tiene su origen del latín VERBENA (planta herbácea). Si le preguntásemos a cualquier persona del siglo XV por su significado, nos diría sin vacilar que se trata de una planta.

¿Entonces, por qué actualmente la empleamos para designar a una fiesta? Este significado se vincula a la expresión coger la verbena (ya con el significado de madrugar mucho para irse a pasear), que, si bien fue descrita por primera vez en el primer diccionario académico, el Diccionario de autoridades (1726-1739), se documenta ya en el siglo XVII, en unos versos populares recogidos en la comedia La burgalesa de Lerma, de Lope de Vega:

“Ya no cogeré verbena

la mañana de san Juan,

pues mis amores se van.”

La costumbre de salir a recoger la verbena, como planta mágica, usada en los rituales del solsticio de verano, se vinculará pronto a las fiestas propias de la noche de San Juan, de modo que la palabra asume un nuevo significado para designar a la propia fiesta del verano. En Pepita Jiménez (1874), Juan Valera recrea claramente el origen de esta fiesta popular:

“Mujeres y chiquillos, por acá y por allá, volvían de coger verbena, ramos de romero u otras plantas, para hacer sahumerios mágicos. Las guitarras sonaban por varias partes. Los coloquios de amor y las parejas dichosas y apasionadas se oían y se veían a cada momento. La noche y la mañanita de San Juan, aunque fiesta católica, conservan no sé qué resabios del paganismo y naturalismo antiguos. Tal vez sea por la coincidencia aproximada de esta fiesta con el solsticio de verano. Ello es que todo era profano, y no religioso.”

El diccionario académico, ya en su edición de 1852, recogerá la voz lematizada en plural y vinculada a la expresión noche de verbena (“Llaman así en Madrid á las de las vísperas de San Antonio, San Juan, San Pedro y otras festividades, y dichas noches son de paseo, baile y regocijo para el pueblo”); registro que se ha mantenido en el texto académico hasta la 22ª edición de 2001.

Más cercana en el tiempo es la juerga (de huelga, y esta de holgar, del latín tardío follicāre, soplar, respirar; y de ahí pasó al significado de “darse un respiro tras el trabajo”). Hoy la expresión irnos de juerga nos es muy familiar, aunque la expresión que nos ocupa no se incluyó en un diccionario hasta 1914, en el Gran Diccionario de la Lengua Castellana de Aniceto de Pagés de Puig.

Así que la juerga es modo festivo actual. Una fiesta, bien definida por José de Echegaray (Ciencia Popular, 1905):

“Según se cuenta, había pasado la noche alegremente con sus compañeros, y, sin dormir ni descansar, (…) cosas de los jóvenes y cosas de las juergas”.


Este artículo se realizó con la colaboración de Alicia Pelegrina Gutiérrez, becaria Ícaro del Grupo de Investigación Seminario de Lexicografía Hispánica, incorporada desde el Plan Operativo de Apoyo a la Transferencia del Conocimiento, Empleabilidad y Emprendimiento 2021 de la Universidad de Jaén.


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